Verduras, sexo y drogas en el Mercado Central

La denuncia fue en 2001: existe una red de prostitución en el Mercado Central. Desde entonces, una ONG trabaja día y noche para desarticularla. ¿Por qué es tan difícil? "Porque todos son consumidores: policías, changarines, vigilancia y hasta directivos". Alcohol, drogas y sexo en las calles del Mercado más caótico de la Argentina.

Por Pablo Noto/Ezequiel Lorusso

En 2001 una seguidilla de denuncias causó preocupación a las autoridades. El consumo de drogas y la prostitución infantil crecía aceleradamente en el Mercado Central. Qué pasa hoy en este coloso con vida propia.

Por ese entonces el flagelo no tomó estado público, pero la inmensidad del predio escondía hechos y situaciones aberrantes, allí donde la crisis económica y las necesidades atrajo a los sectores más vulnerables.

La afluencia de familias pobres de los barrios cercanos -y no tanto- en busca de comida, trajo lo que en la jerga se conoce como el bagayeo: hombres y mujeres sumidos en la pobreza que deambulan en busca de algo para comer. Con ellos van sus hijos, expuestos a la prostitución en todo el sentido del término.     

La gravedad del flagelo derivó en que se iniciara una acción conjunta entre el Juzgado de Menores N°2 de La Matanza (que recibió las denuncias) y el Directorio del Mercado Central para intervenir sin revictimizar a los pibes abusados. La ONG TRA.SOS fue convocada para trabajar en la contención de menores en riesgo.

Desde un principio, las limitaciones al arduo trabajo de la ONG hicieron difícil la tarea: "Lo que pasa es que se intenta tapar la situación. Hay una infraestructura armada que es muy difícil de eliminar. Nosotros no somos denunciantes. No hacemos seguimiento ni tratamiento, pero podemos y ofrecemos articular con los sectores del Estado que deben garantizar los derechos a los chicos", explica la operadora social Gilda Acosta.

Vagayeros esperan una buena oportunidad

Gilda da indicios de lo que sería un sistema de complicidades. Pablo Prado, psicoterapeuta de la entidad lo argumenta: "Fue muy difícil encontrar los hechos. Muchas veces sentimos que estábamos por el camino equivocado. Pensábamos que o no éramos lo suficientemente hábiles para detectar o estaba muy bien escondido". Con el tiempo entendieron la dificultad del caso: "¿Porqué era tan difícil?, porque consumidores eran todos: Policías, changarines, seguridad privada, comerciantes, camioneros, y algunos directivos también”.

Los integrantes de la ONG comenzaron a realizar tareas de prevención y promoción para los niños que deambulan en la zona. La idea fue difundir la existencia de un espacio para que los chicos estén contenidos mientras sus padres “juntan” en el predio. El trabajo incluía “callejeadas” nocturnas para determinar qué pasaba en los recovecos del mercado cuando caía el sol. 

"Los pibes no salen concientemente sabiendo que van a comerciar con su cuerpo, sino que es una cuestión cultural y naturalizada", remarca Gilda.

La labor es muy costosa. “Es un trabajo de hormiga, logramos que una persona nos diga que en las "catacumbas" (vestuarios subterráneos) se vendía sexo y drogas. Pudimos establecer un vínculo con las menores que ejercían la prostitución. Pudimos destrabar algunos conflictos, pero otros no”, señala Pablo.

Este trabajo de campo sirvió para la confección de un informe que en 2006 arrojó resultados alarmantes y categóricos. Lo llamaron aproximación diagnóstica de las actividades paralelas dentro del predio y revela: el excesivo consumo de alcohol, ejercicio de la prostitución por parte de mayores y menores, gran consumo de drogas como la marihuana y la cocaína, indigentes viviendo en sectores de los andenes, realización de "fiestas" en algunas naves y escasa presencia policial o de otros controles.
Uno de los vestuarios subterráneos o "catacumbas"


“A la gente de arriba, en la práctica, esto le interesa poco. Les sirve tener a una agrupación que se encargue de eso, para poder usarlo como pantalla. Yo le pregunté a un dirigente  si le interesaba cambiar algo, y que para lograrlo tendría que bajar de la oficina, desde donde ve a los chicos juntando verduras en los containers”. 

Prevención, promoción y deuda

 En el Jagüel, su lugar de trabajo, actualmente ofrecen a los chicos talleres de chapa y pintura, carpintería y herrería. También enseñaron repostería, talleres de cocina y conservas, al igual que macramé y artesanías. Allí las madres dejan a sus hijos mientras recorren los puestos. "Hay algunas que los dejan, pero hay un montón que se los llevan con ellas”, dice Gilda.

"Nosotros vamos a donde está el chico y generamos un vínculo con él, es un laburo psicológico también. Invitábamos a los pibes a que se sumen a los talleres ofreciéndoles un té a la salida del Mercado, cuando se van después de juntar. No sólo son chicas menores si no mujeres adultas las que se están prostituyendo. Tratamos de concientizar a las adultas, porque ellas también plantean que no tuvieron otras oportunidades", explica.

“Hicimos un trabajo importante porque en parte desarticulamos como estaba tapada toda esta organización. Es un sistema perverso. Pero lograr terminar con el flagelo es muy difícil porque tendría que haber una persona todo el tiempo acompañando, y eso no se puede”.

A los integrantes la ONG les cuesta convencerse de que su trabajo no es una aspirina para combatir un cáncer. Actualmente, los trabajos de noche debieron suspenderlos por falta de presupuesto. El directorio del Mercado Central les adeuda el pago de 13 meses de honorarios.

 

Una deuda que hasta casi da risa: toda la ONG cobra tres mil pesos por mes. Que se reparten entre todas las personas que llevan adelante el proyecto.

 

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