Fútbol y política

Avellaneda, un reflejo de aquel país

Política y deportes. Los cambios que trajo la democracia. El mismo año, Independiente ganó el Metropolitano y Racing descendió a la segunda división. El Gráfico, la revista "fetiche" para los amantes del fútbol

Por Germán Campisi
Muy a pesar de que los libros señalen al pato como el deporte insignia de nuestra Nación, la popularidad que cosechó el fútbol a lo largo de poco más de un centenario de historia parece inigualable. Por lógica consecuencia es éste, y no aquel, el entretenimiento nacional. Poco importa que haya llegado a estas latitudes en un barco de bandera inglesa y con la pelota bajo los pies del británico Watson Hutton, allá por 1891; cuando en la isla comenzaba a vivirse como una pasión. Por entonces era de exclusividad de los empleados en las fábricas linderas al puerto, en su mayoría extranjeros.

Con el tiempo se volvió más popular. En primer turno, Alumni (hoy reconocido en el rugby) cosechó cientos de seguidores en base a logros. Después, la política encargada de comandar los destinos futbolísticos hizo que el mencionado cuadro del Conurbano desapareciera de los primeros planos para que la variedad de ganadores captara un mayor número de adeptos.

Desde un principio, las decisiones de los escritorios incidieron en el mundo de la redonda. Los campeonatos, tanto en el amateurismo como en la era profesional (1931 en adelante) se vieron manchados pese a que un entendido del tema aseguró en 2001 que "la pelota no se mancha"; ni hablar de los descensos y ascensos elegidos a dedo por los peces gordos de la AFA que, más de una vez, coincidieron con los gobiernos de turno.

Un ejemplo concreto de la fuerte unión entre la política y el fútbol, fue Tomás Adolfo Ducó, nombre del palacio que Huracán de Parque Patricios le puso, por obligación, a su cancha. Militar él, pasó de las Fuerzas Armadas a las oficinas de la calle Viamonte y la presidencia del Globo, sin escalas.

Otro claro ejemplo del vínculo resultó Racing Club. El cuadro de Avellaneda logró superar la dura crisis que se vivió cuando la Asociación del Fútbol Argentino fijó un tope salarial para los futbolistas y estos partieron a Colombia en busca de varios ceros a la derecha en sus cuentas bancarias. La Academia, mágicamente, no sufrió el éxodo. El ministro de Hacienda del general Juan Domingo Perón les dio un pseudo trabajo como vendedores de papa mediante el que blanqueaba el real salario de los futbolistas. Se quedaron e hicieron diferencias, fueron los años mozos del club.

Si se deseara bucear entre casos como los mencionados, y algunos peores, sobran los ejemplos. Para qué citar e intentar explicar la cantidad de irregularidades transcurridas en la previa y durante el mundial de 1978, organizado por Jorge Rafael Videla, en Argentina, y ganado por la selección local. En ese entonces, con la redonda se tapó, o al menos intentaron, el genocidio sufrido a manos de los militares que apretaban sin pensarlo los distintos gatillos que la impunidad ponía en sus manos sin pérdida de tiempo.

A diferencia de esos años negros que tiñeron de rojo varias páginas de la historia de un hermoso país, la Avellaneda de 1983 bien puede servir de reflejo de lo que vivió la sociedad. Al tiempo que Reynaldo Benito Bignone encabezaba los últimos meses de la Junta Militar, la parte celeste y blanca de la mencionada localidad del Conurbano sufría por duplicado.


La AFA comandada por Julio Humberto Grondona decidió imponer la utilización de los promedios de puntos de las últimas tres temporadas para fijar por intermedio de estos quienes descenderían y quienes no, la intención era salvar a los grandes. Con River, el propósito se cumplió, a la Academia la condenó al Nacional B.

Mientras tanto, Independiente disfrutaba de lo que sería, a la postre, un nuevo campeonato. Cuando 1983 empezaba a despedirse y la democracia acomodaba la silueta de Raúl Alfonsin al sillón de Rivadavia, el derby entre Diablos y Académicos tuvo lugar.

A lo largo de la temporada, Racing había hecho lamentarse a miles de almas en base a magros resultados, a tal punto que más de una vez sus hinchas generaron disturbios en las canchas para que los encuentros finalizaran antes del tiempo reglamentario. Independiente jugaba, brillaba, ganaba y esperaba cumplir el fixture para hacer efectiva la 11ª vuelta olímpica por torneos locales.

Así, el 22 de diciembre, chocaron ambos equipos en la mítica Doble Visera y bajo la atenta mirada de veinte mil fanáticos. El resultado habló por sí solo, fue 2 a 0 a favor del Diablo con goles del Gringo Giusti y Enzo Trossero, que lo catapultó a la gloria y selló el descenso de su archirival, algo que jamás se había dado ni volvió a repetirse hasta nuestros días.

Como la dictadura, que en paz descanse.
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