Crece el furor de adoptar lagartijas

Los reptiles aparecen en casi todo el Conurbano y el centro porteño. ¿Una moda?

Con cada maceta, un mini hábitat. La colonia de insectos que vive en terrazas y balcones de la ciudad tienen un enemigo ágil, silencioso y encantador. Hace aproximadamente una década que las lagartijas viven en barrios como Villa del Parque, Devoto, Saavedra o Villa Urquiza pero, en los últimos años, conquistaron el Obelisco. En el Conurbano Bonaerense habitan en partidos como San Martín, La Matanza, Quilmes, Lomas de Zamora y Avellaneda.


De la multiplicidad de especies existentes, en Buenos Aires pueden identificarse dos: la taréntola mauritánica y la hemydactilus. Ambas son oriundas de África y Europa pero difieren en las versiones sobre el origen de su inmigración. La taréntola, también conocida como salamanquesa, arribó a nuestro país entre los cargamentos de corcho y alcornoque. La hemydactilus, por su parte, habría llegado por la provincia de Misiones, con la esclavitud. Por tal motivo, también es común verlas en Brasil, donde se las conoce como hemidactylus persicus y maguoia. Son inocuas y de fácil adaptación en las zonas más urbanizadas y templadas. Pero la característica que mejor las predispone para la ciudad son sus patas con ventosas que les permiten trepar por paredes de edificios y casas.


“El incremento histórico de las temperaturas las favoreció, porque hasta los inviernos son menos agresivos”, aseguró a Tiempo Argentino Mauro Emiliano Martín, encargado de la preservación de especies en la veterinaria Reptiles Buenos Aires, ubicada en Almagro. El especialista explicó que “en zonas urbanas son beneficiosas porque comen arañas, escorpiones, polillas, coleópteros, cucarachas y otros insectos. Por eso, no es bueno combatirlas”. Lo llamativo de su aspecto reside en la piel escamosa y seca y en sus ojos con pupila elíptica, que les brinda una mejor visión nocturna.


“En los últimos dos años recibimos un 70% más de consultas, por lo general, madres y padres con sus hijos. Descubrimos que era muy común que los que tienen una lagartija de estas terminan adquiriendo otro reptil así que de alguna manera sirvió”, reveló Martín.


Pablo, vecino de Villa Urquiza, contó que aparecieron un día en su jardín. “Me parecieron simpáticas. Busqué en Internet y descubrí que se comen los insectos. Mi hija, ahora, juega con ellas”.

 

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30 de enero de 2012