Apedrean comisaría por la  muerte de un detenido

Familiares y amigos de Néstor Cannizo, un detenido que falleció en el destacamento, pidieron justicia. Denunciaron golpes y maniobras ilegales.

La muerte de Néstor Ariel Cannizzo en una celda de la comisaría Cuarta de Berisso, ubicada en Villa Argüello, derivó en situaciones de conflicto en el destacamento El Carmen, donde horas antes de su muerte la víctima fue detenida. Todo ocurrió a partir de la 16, cuando familiares, vecinos y amigos del fallecido llegaron al lugar, quemaron gomas y pintaron pedidos de justicia sobre la dependencia policial, y la fuerza respondió con fuerte presencia de infantería. Las cosas pasaron a mayores cuando de un lado volaron piedras y del otro balazos de gomas. Fueron varios minutos de enfrentamientos que terminaron con algunos manifestantes con heridas y vehículos que estaban estacionados con daños. La tensión siguió hasta el anochecer, cuando los manifestantes decidieron descomprimir la situación para volver mañana a las calles, esta vez sobre la seccional de Villa Argüello (63 y 126) donde se produjo el deceso.


El nudo del conflicto está dado por las circunstancias que rodearon tanto la detención como la muerte de Cannizzo, un hombre de 33 años que tenía pedido de captura activo, pero que habría sido arrancado, según denuncian sus familiares, de su propia vivienda de manera “ilegal” y “sin orden de allanamiento”. El tramo más grave de la denuncia radica en los golpes que la víctima habría sufrido antes de morir, los cuales no están registrados en la autopsia ordenada por el fiscal Marcelo Romero, que habla de muerte por causas naturales.


Fuentes judiciales indicaron ayer que el fiscal está esperando el resultado de las pericias complementarias a la autopsia y las realizadas en la vivienda de Cannizzo, para definir la situación. La mujer de la víctima, Susana Santana, y el hermano, Damian Cannizzo, fueron ayer las cabezas y voceros de una manifestación que congregó a un centenar de vecinos y amigos de Néstor Ariel. Admitieron que pudo tener convulsiones porque padecía epilepsia, pero hablaron de los golpes previos que habría sufrido y pudieron haber desencadenado la crisis que terminó con su muerte en la celda.


“Me lo devolvieron con la cara destrozada por los golpes y un brazo desacomodado. Así fue como lo velamos”, dijo Santana, y se quejó de que el resultado de la autopsia sólo hacía referencia a una paro cardiorespiratorio sin mencionar las lesiones. Damian, hermano menor del muerto, narró lo que él vio en la casa de su Néstor Ariel cuando la policía lo detuvo. “Estaban dentro de la casa, no tenía orden de allanamiento y lo tenían contra el piso golpeándolo y pisándole la cabeza”, dijo. 


El pedido de justicia se tradujo en una importante participación de amigos y vecinos de una zona marginada de Berisso. Con maderos y gomas se armaron piquetes de fuego, algunos de ellos peligrosamente cercanos al destacamento ubicado en 95 y 126 y a los vehículos allí estacionados. Las paredes celestes del edificio policial quedaron marcadas por el pedido de “justicia”, y las leyendas de “asesinos” destinadas a los efectivos.


La muerte. Según el relato familiar, el viernes pasado cerca de mediodía, Néstor Ariel Cannizzo dormía en su casa de 93 y 126 bis cuando se despertó sobresaltado por la frenada de un auto. Siempre según esa versión, era un patrullero que llegaba al lugar persiguiendo a un menor que habría cometido un robo y que en su huída ingresó en la casa de la víctima. Cuando en el interior de la vivienda los efectivos se encontraron con el hombre, y conociendo que sobre él pesaba un pedido de captura activo, decidieron detenerlo. “Ese procedimiento es ilegal porque lo detuvieron en su casa sin orden de allanamiento”, gritaba ayer su hermano, de 29 años, un joven que vestía una camiseta de Gimnasia y enarbolaba una bandera verde con el pedido de justicia.


Los amigos de Néstor Ariel lo recordaron con cántos. La víctima, conocida como “El Gordo”, tendría, efectivamente, una cuenta pendiente por resistencia a la autoridad, y anteriormente había estado más de cuatro años preso. “Había pagado por lo que había hecho”, contó Susana, su mujer, y agregó que en los días previos a la muerte se habían distanciado. Angustiada, y gritando a metros del cordón policial, dijo que “se la tenían jurada”.


25 de octubre de 2011