En "la cárcel de los pobres" no hay agua ni medicina
Un recorrido por el Penal 9 de La Plata, donde los presos mueren de VIH, hepatitis y tuberculosis.
Los detenidos en los pabellones evangélicos de la Unidad 9 de La Plata pasaron 19 días en huelga de hambre. La desatención médica para personas con HIV, hepatitis y tuberculosis, la falta de agua potable en celdas y pabellones, las malas condiciones edilicias y el atraso en la resolución de sus causas judiciales, llevó a los presos a iniciar hace nueve meses una serie de reclamos que derivó en una huelga de hambre que iniciaron el primero de agosto y terminaron el último viernes.
La Comisión por la Memoria (C.P.M.) y el Centro de Estudios Legales y Sociales (C.E.L.S.) realizaron una recorrida por la prisión acompañados por legisladores nacionales y provinciales y se entrevistaron luego con las autoridades del ministerio de Justicia y Seguridad en busca de una solución al conflicto.
Las autoridades provinciales colocaron el viernes una bomba para llevar agua potable a los pabellones, prometieron una guardia médica de cuatro horas por día y un vehículo de traslado rápido al hospital.
Ese mismo día, los presos levantaron la huelga de hambre. Poco antes, una comisión encabezada por el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel e integrada por Eva Asprela, del C.E.L.S.; el obispo Aldo Etchegoyen, el secretario ejecutivo de la C.P.M., Alejandro Mosquera; el Director del Comité contra la Tortura de la C.P.M., Roberto Cipriano García; la diputada nacional Victoria Donda; y los legisladores provinciales Sandra Cruz y Oscar Negrelli, acompañados por la fotógrafa Helen Zout, un grupo de colaboradores y un periodista de Diagonales, recorrió la prisión y se entrevistó con los detenidos.
“Esa es la leonera”, describió el Premio Nobel, que pasó 14 meses en la prisión durante la última dictadura militar, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN), mientras señalaba una jaula al aire libre ubicada sobre las canchas de fútbol que había que cruzar para ingresar a los pabellones en donde los detenidos todavía estaban en huelga. “Dios me la bendiga. Dios me lo bendiga”, saludaba un interno a quienes ingresaban en el gimnasio cubierto, ubicado en el acceso al primero de los pabellones que recorrió la comitiva.
Carlos esperaba a la visita. El pastor evangélico de la Unidad tiene 51 años y hace 22 que está preso. Junto a Jorge, un estudiante avanzado de abogacía, guiaron a la C.P.M. y el C.E.L.S. y le presentaron a los internos con los problemas más graves.
La mayoría de los presos esperó al grupo en el pasillo de su pabellón, delante de la puerta de sus celdas. “Algunos tuvieron malas experiencias en esta cárcel hace algunos años”, le dijo el Pastor a Pérez Esquivel, quien lo escuchó sin aclarar nada.
– ¿Podemos ver las celdas? –preguntó el premio Nobel.
–Acá tienen la libertad para ver y preguntar todo lo que quieran –dijo el pastor.
–¿Las celdas son todas iguales? –consultó alguien de la comitiva.
–Aquí las suites son todas iguales –respondió Pérez Esquivel mientras cruzaba la puerta ciega de metal y se asomaba a uno de los calabozos. Nadie se hubiera imaginado que iba a hacer un comentario feliz:
–¡Qué maravilla! Mirá el teclado que tenés. ¿Tocás alguna chacarera?– consultó a un preso.
–Algunas canciones religiosas –respondió el hombre, con una sonrisa.
Apenas Pérez Esquivel volvió sobre sus talones comenzó a saludar a los detenidos.
–Venimos a ver cómo están. A ver si podemos hacer algo por ustedes –les dijo. Y preguntó:
–¿Tienen agua?
–Se corta –respondió uno de los detenidos.
–La bomba de agua que abastece a gran parte de la prisión se rompió hace nueve meses, la reemplazaron, pero la nueva bomba no duró ni unos días –agregó el pastor.
–Hace mucho frío –afirmó un preso– no hay vidrios en las celdas. A veces les ponen un plástico.
–Mire la cama –mostró su compañero de celda–, tenemos que atar los elásticos con alambres. No se puede dormir.
Iguales los unos a los otros, cada uno de los pabellones recluye a unas 130 personas que duermen en celdas compartidas, tienen un baño en común de 2,50 por 3 metros con tres duchas, a veces sin agua, a veces con agua fría. Lo mismo ocurre en las celdas, que miden 1,70 metro por 2,50, y tienen una cucheta, un inodoro y una canilla que estuvo seca durante los últimos meses.
Todos los pabellones evangélicos estuvieron en huelga desde el primero de agosto hasta el viernes 19, cuando la C.P.M. y el C.E.L.S. consiguieron una entrevista con el ministro de Justicia y Seguridad, Ricardo Casal, quien se comprometió a dar una solución inmediata a los problemas. Durante 19 días hubo en la U9 unos 700 presos que tomaban mate, té o una sopa, pero no consumía nada sólido.
“Vinieron a pesarnos, pero las balanzas no sirven. Empecé la huelga con 94 kilos y a los pocos días estaba en 105”, se quejó el pastor. Carlos describió las razones de la protesta: “Sufrimos la falta de atención médica, la mala alimentación y muchos años de prisión sin condena. Acá no existe el Pacto de San José de Costa Rica ni el Código Penal. Hay gente que lleva siete años procesada. Los que no tenemos plata y no podemos pagar un abogado nos tenemos que bancar la cárcel. Queremos que se cumpla la Ley y que haya un tiempo razonable para que las personas estén presas sin condena”, contó.
El pastor describió su caso: “tengo una salida laboral, 13 horas de lunes a viernes, pero a veces no hay gasoil para el traslado. Pedí el arresto domiciliario pero me lo han negado. Sólo me dejan ir a mi casa 9 horas cada 15 días, para el afianzamiento del núcleo familiar”. Y agregó: “Si no llegan los alimentos que tienen que llegar, si los médicos no nos atienden o no nos dan los medicamentos, si los abogados no se ocupan de nuestras causas: ¿a quién le tenemos que reclamar?”.
En el pabellón siguiente los presos esperaban ansiosos la llegada de la comitiva. Iban de uno en uno, buscando a alguien que tomara nota de su situación. “Yo me llamo Haurat Pérez”, dijo el primero, con el pantalón arremangado para mostrar la cicatriz que le dejaron en el muslo cuando le colocaron una arteria femoral artificial. Pérez tiene dos by pass y sufre epilepsia. “Quería saber qué se podía hacer, porque todos estaban con el mismo problema”, dijo.
Atrás esperaban los enfermos de HIV, la mayoría con hepatitis C y tuberculosis. “No nos dan la alimentación que necesitamos”, afirmó Javier. “Los médicos vienen ahora a pesarnos y nada más. No sé si el remedio que estoy tomando es el que me corresponde”, agregó José Luis. “Hay mucha gente con principio de tuberculosis, necesitamos agua caliente”, explicó Jorge, que también tiene dos tumores en el pecho. “Hace cuatro meses que estoy acá y no conozco a la infectóloga”, describió Adrián, y pidió: “Necesitamos que nos den una droga nueva que se llama Interferon y que el ministerio (de salud) la está dando”.
Néstor espero que alguien de la Comisión se liberara para contar su historia. Cuando lo detuvieron, hace seis meses, le dieron una patada en los testículos. Desde entonces, apenas puede caminar. “Quiero saber si me tienen que operar”, afirmó. Diego esperaba, también, poder contar lo suyo: “Yo soy asmático y ya pasé por todos los pabellones, me cambian a cada rato, pero en todos faltan vidrios y tengo problemas”.
Los visitantes pasaban de un pabellón a otro cuando un irrumpieron en escena un par de funcionarios del ministerio de Justicia y Seguridad. Ignacio Tranquilini, se presentó uno de ellos a las autoridades de la C.P.M. Por momentos, participaron de la entrevista a los detenidos, como fue el caso de Marcelo que sufre una pseudoartrosis.
–Tengo la pierna quebrada por un viejo accidente, pero acá se me separaron los huesos –afirmó.
–¿Hace cuánto? –preguntó Pérez Esquivel.
–Hace dos años –dijo el preso.
–¿Dos años? –preguntó, incrédulo, el Premio Nobel.
–Si –respondió el detenido.
–Pero te llevaron al hospital y te rebotaron –intervino Tranquilini.
Los funcionarios buscaban historias clínicas que justificaran su trabajo y trataban de contradecir a los internos. De pronto, Pérez Esquivel guió hasta ellos a un preso.
–Daniel sufre diabetes y hace dos años que espera un par de anteojos –les dijo.
–Me dijeron que me iban a dar un par de anteojos, pero no me los trajeron nunca –contó el detenido.
–Esos anteojos no te sirven más, hermano. Escuchame bien: te tienen que hacer el examen y traerte los anteojos.
–En dos semanas –prometió Tranquilini.
–¿Recibís alguna dieta especial por la diabetes? –preguntó Pérez Esquivel.
–Estamos anotados, pero no recibimos la dieta que corresponde.
Otro detenido con HIV y tuberculosis dio su testimonio delante de los funcionarios.
–¿Te dan leche? –intervino el pastor.
–No
–¿Huevos, queso?
–No.
–¿Fruta?
–A veces me dan naranjas –dijo.
Entre los casos emblemáticos que encontró la C.P.M. quedaron registrados los de Roberto y Oscar. Al primero le pegaron un tiro en la panza hace dos años y le hicieron una colostomía, a través de la cual va de cuerpo en una bolsa, sin poder controlar cuándo ni dónde. Le dijeron que a los seis meses le podrían colocar un intestino artificial. Aún espera. Oscar, en tanto, lleva siete años detenido, procesado sin condena y sin fecha de juicio oral. Contó que su defensora se ocupa, que presenta los escritos que corresponden en tiempo y forma, pero que los jueces de Quilmes no atienden su caso. Le rechazaron una prisión domiciliaria, aunque una persona se había ofrecido a darle trabajo.
–La cárcel es un depósito de personas. No sirve para que las personas se puedan reintegrar a la sociedad –se quejó Pérez Esquivel.
–Se podrá cambiar el sistema carcelario –lo consultó Helen Zout.
–Hace muchos años que pedimos que se cree una policía judicial que permita agilizar las causas, pero todavía nos encontramos con gente que pasa 7 años detenida cuando sólo está procesada. Hay mujeres presas con niños, que podrían cumplir sus condenas de otra forma; hay chicos detenidos en lugares a los que llaman institutos que son cárceles en las que no puede hacer que una maestra vaya dos veces por semana; las cárceles son depósitos de personas que degradan al ser humano. Necesitamos otra rehabilitación.
–¿Qué hay que hacer?
–Primero hay que mejorar toda la infraestructura de las cárceles. Y luego ver otras formas de ejecutar las condenas, con probation, domiciliarias, trabajo comunitario. Hay una superpoblación que no se puede contener. Pero el problema es estructural, porque también hay que reformar el Poder Judicial y hay que cambiar la forma de pensar de una gran parte de la sociedad: no puede ser que querramos penalizar a los chicos. No es justo. A los chicos hay que darles una esperanza de vida.
–¿Usted es optimista?
–Soy optimista de nacimiento, sino no estaría en esto hace 40 años.
Los aportes de la C.P.M. y el C.E.L.S. sirvieron para que la provincia respondiera a los problemas más urgentes, pero el viernes habrá otra visita y una nueva ronda de entrevista con los detenidos.
22 de agosto de 2011