La viuda blanca: seducía hombres y robaba todo el dinero junto a su marido
La historia de una hermosa mujer que encabezaba una banda que robó más de 100 mil pesos en Lobos. Cómo operaba el clan familiar.
Los hombres duros no se quiebran en la cancha jugando al papi fútbol. Ni haciendo esquí en las montañas. Trenzados a muerte en una pelea callejera, no se quiebran. Tampoco en la comisaría, o ante el juez, o ante su mamá. Los hombres duros se quiebran sábanas adentro, en la cama. Ese es su punto débil, su talón de Aquiles. Y ese es el motivo de por qué a las viudas negras, que levantan dinero seduciéndolos para luego asaltarlos, les va tan bien en la vida.
A Marta Suárez se la conoce como una de las mujeres más bellas de las 300 personas que habitan el Barrio PyM, la zona más brava de Lobos, el pueblo donde nació Juan Domingo Perón y murió el gaucho Juan Moreira, a 100 kilómetros de la Capital. A los 14 años, la policía la detuvo a Marta, pequeña e infantil, con una libretita llena de nombres, garabatos y números de teléfonos: su cartera de clientes. Medio pueblo recuerda el impacto de verla tan joven, tan en flor: espléndida, única y hechizante como una margarita que florece en medio de un campo de cardos. Durante años, Suárez estuvo a disposición de un juez de menores para apartarla de la prostitución –una práctica que habría llevado, según muchos en el pueblo, desde los doce–.
No se sabe si funcionó o no la estrategia del juez, ni por cuánto tiempo. Hoy tiene 32 años, sus clientes rondan entre los 50 y 60 años, y está sospechada de liderar una banda de asaltantes, cuyos golpes, preparación y pesquisas habrían corrido por cuenta de ella. “Esta viuda no es negra, es blanca, rubia y de ojos verdes”, dice una fuente cercana a la investigación.
“Suárez hacía el trabajo previo, y cuando reunía la información, señalaba la casa, los horarios y el monto exacto que podían encontrar ahí. Sin ella, los ladrones no hubiesen nunca tenido una información tan precisa. Prácticamente les daba la mitad del asalto hecho.” La justicia deduce que Suárez seducía a sus clientes –quizás habituales– a tal punto que muchos le confesaban algún ingreso extraordinario de capital o el dinero que tenían en la casa. A los pocos días, golpeaban la puerta del cliente dos hombres extraños y armados, Pablo y Lucas Álvaro, de 29 y 26 años, marido y cuñado de Suárez –uno de ellos cobraba un plan trabajar–, y los desplumaban en el acto como a pollos.
La viuda blanca regó de telas el pueblo. El primero en quedar atrapado fue un propietario del Barrio San Roque, al que le quitaron, el último 26 de septiembre, 20 mil pesos. En enero, picó la casa de un distribuidor de cerveza: $ 40 mil. Febrero fue un mes con mucho trabajo: en un asalto a un chalet de Barrio Parque, de las zonas más cotizadas del pueblo, embolsaron 4200 dólares y 3000 pesos. Semanas más tarde, en un golpe en una granja de la Ruta 41, levantaron $ 3500. Un mes después, en una casa del centro de Lobos, 30 mil.
Una víctima reconoció a Pablo, el marido de Suárez, un reincidente que pasó cinco años detenido. Lo difícil, dicen los investigadores, más que detectar a los autores materiales, fue hacer que las víctimas, muchas con esposas e hijos, confesaran que se habían acostado con Suárez, que habían bebido parte de su veneno y que, como todo hombre duro, se habían quebrado.
Durante meses, la justicia rastreó el destino del dinero –algunas víctimas, por suerte, tenían los billetes numerados–, que fue a parar a barracas de construcción y casas de electrodomésticos. Mientras tanto, Suárez y familia levantaban, con inusual rapidez, una casa en la calle Berro, de dos plantas, con jacuzzi incluido, y un día llegaron al barrio PyM con moto nueva de 110 cilindros. “Acá empezó a correr la voz de que daban 50 pesos de propina por cualquier changa, algo inédito en el barrio –confía un vecino–. Eran los reyes de la propina. Por esa plata todos se morían por correr a comprarle una cerveza.”
La justicia comprobó que gastaron 14 mil pesos en ladrillos y 15 mil pesos en el baño. Cuando detuvieron días atrás a los hermanos Álvaro, quedaban apenas 200 dólares de los robos –incluso vendieron a un comerciante un billete de 500 dólares de colección–. Y de las armas que emplearon en los asaltos, ni noticias. La justicia tiene cada una de las facturas que certifican adónde ha ido a parar el dinero. “Es un pueblo chico, acá es fácil detectar dónde gastaron la plata”, afirma un investigador. “En general, primero cambiaban los dólares y después salían a comprar con los pesos. En el barrio, ya eran el chisme de todos, cómo los Álvaro construyeron una casa de dos plantas con jacuzzi.”
La fiscalía de La Plata, que encabeza la causa, aún no tiene pruebas suficientes para encarcelar a Suárez, hasta ahora imputada sólo por encubrimiento en cinco asaltos a mano armada. Ella sigue libre, bella, fatal, y en su red.
Fuente: Tiempo Argentino
11 de abril de 2011
A Marta Suárez se la conoce como una de las mujeres más bellas de las 300 personas que habitan el Barrio PyM, la zona más brava de Lobos, el pueblo donde nació Juan Domingo Perón y murió el gaucho Juan Moreira, a 100 kilómetros de la Capital. A los 14 años, la policía la detuvo a Marta, pequeña e infantil, con una libretita llena de nombres, garabatos y números de teléfonos: su cartera de clientes. Medio pueblo recuerda el impacto de verla tan joven, tan en flor: espléndida, única y hechizante como una margarita que florece en medio de un campo de cardos. Durante años, Suárez estuvo a disposición de un juez de menores para apartarla de la prostitución –una práctica que habría llevado, según muchos en el pueblo, desde los doce–.
No se sabe si funcionó o no la estrategia del juez, ni por cuánto tiempo. Hoy tiene 32 años, sus clientes rondan entre los 50 y 60 años, y está sospechada de liderar una banda de asaltantes, cuyos golpes, preparación y pesquisas habrían corrido por cuenta de ella. “Esta viuda no es negra, es blanca, rubia y de ojos verdes”, dice una fuente cercana a la investigación.
“Suárez hacía el trabajo previo, y cuando reunía la información, señalaba la casa, los horarios y el monto exacto que podían encontrar ahí. Sin ella, los ladrones no hubiesen nunca tenido una información tan precisa. Prácticamente les daba la mitad del asalto hecho.” La justicia deduce que Suárez seducía a sus clientes –quizás habituales– a tal punto que muchos le confesaban algún ingreso extraordinario de capital o el dinero que tenían en la casa. A los pocos días, golpeaban la puerta del cliente dos hombres extraños y armados, Pablo y Lucas Álvaro, de 29 y 26 años, marido y cuñado de Suárez –uno de ellos cobraba un plan trabajar–, y los desplumaban en el acto como a pollos.
La viuda blanca regó de telas el pueblo. El primero en quedar atrapado fue un propietario del Barrio San Roque, al que le quitaron, el último 26 de septiembre, 20 mil pesos. En enero, picó la casa de un distribuidor de cerveza: $ 40 mil. Febrero fue un mes con mucho trabajo: en un asalto a un chalet de Barrio Parque, de las zonas más cotizadas del pueblo, embolsaron 4200 dólares y 3000 pesos. Semanas más tarde, en un golpe en una granja de la Ruta 41, levantaron $ 3500. Un mes después, en una casa del centro de Lobos, 30 mil.
Una víctima reconoció a Pablo, el marido de Suárez, un reincidente que pasó cinco años detenido. Lo difícil, dicen los investigadores, más que detectar a los autores materiales, fue hacer que las víctimas, muchas con esposas e hijos, confesaran que se habían acostado con Suárez, que habían bebido parte de su veneno y que, como todo hombre duro, se habían quebrado.
Durante meses, la justicia rastreó el destino del dinero –algunas víctimas, por suerte, tenían los billetes numerados–, que fue a parar a barracas de construcción y casas de electrodomésticos. Mientras tanto, Suárez y familia levantaban, con inusual rapidez, una casa en la calle Berro, de dos plantas, con jacuzzi incluido, y un día llegaron al barrio PyM con moto nueva de 110 cilindros. “Acá empezó a correr la voz de que daban 50 pesos de propina por cualquier changa, algo inédito en el barrio –confía un vecino–. Eran los reyes de la propina. Por esa plata todos se morían por correr a comprarle una cerveza.”
La justicia comprobó que gastaron 14 mil pesos en ladrillos y 15 mil pesos en el baño. Cuando detuvieron días atrás a los hermanos Álvaro, quedaban apenas 200 dólares de los robos –incluso vendieron a un comerciante un billete de 500 dólares de colección–. Y de las armas que emplearon en los asaltos, ni noticias. La justicia tiene cada una de las facturas que certifican adónde ha ido a parar el dinero. “Es un pueblo chico, acá es fácil detectar dónde gastaron la plata”, afirma un investigador. “En general, primero cambiaban los dólares y después salían a comprar con los pesos. En el barrio, ya eran el chisme de todos, cómo los Álvaro construyeron una casa de dos plantas con jacuzzi.”
La fiscalía de La Plata, que encabeza la causa, aún no tiene pruebas suficientes para encarcelar a Suárez, hasta ahora imputada sólo por encubrimiento en cinco asaltos a mano armada. Ella sigue libre, bella, fatal, y en su red.
Fuente: Tiempo Argentino
11 de abril de 2011