Choferes piden cambiar los recorridos para evitar villas

Las historias de los colectiveros de la ciudad y el Conurbano tienen algo en común, el miedo a ser victimas de la inseguridad mientras están en frente del volante.

Hace un año y medio que los colectiveros de la línea 76 conducen sin documentos y con el registro escondido , por miedo a sufrir robos y no poder volver a trabajar hasta hacer el trámite de recuperarlos. Cada dos semanas se reúnen con los comisarios para exigir operativos sorpresa que identifiquen a quienes viajen desde Plaza Flores a la villa 1-11-14 a comprar paco, y afirman que es lo único que puede devolverles la tranquilidad durante el trabajo. Saben, por la gran cantidad de pasajeros de la villa que van a trabajar, que el cambio de recorrido es imposible. Sus compañeros de las líneas 180, 91 y 56, que también pasan por villas en las que se vende droga, denuncian los mismos problemas a la hora de viajar.

“Los pibes te suben a partir de la Plaza Flores y le avisan al conductor “voy a la villa”, y pasan sin sacar boleto, muchos compañeros están pidiendo el cambio de línea”, dice el delegado de la 76, Jorge Nielsen, y agrega: “El tema no es que no paguen, sino que te llenan el colectivo de sangre. Suben con televisores, cubiertas de auto, baterías, celulares y otras cosas robadas para ir a cambiarlas por pasta base . Se roban y se pelean entre ellos, consumen arriba del bondi. Han golpeado y bajado a trompadas a varios inspectores; tenemos denuncias de choferes apuñalados, robos y gente que viaja armada”.

Gabriel García lleva 18 años trabajando en la 76: “Yo vengo tranquilo de Saavedra y, cuando llego a la avenida Rivadavia, digo ‘Chau, se acabó mi día’, hasta que no paso la villa no estoy tranquilo”. William, otro conductor con 16 años en la empresa, dice: “Podés darte cuenta en la cara del chofer. Lleva otra cara en el tramo desde Plaza Flores a la villa (en el Bajo Flores, frente a la cancha de San Lorenzo). Son más tranquilas las hinchadas de San Lorenzo o Nueva Chicago, que también viajan con nosotros, que los pibes que van a la villa”.

Suelen bajar en la entrada de la villa sobre la Avenida Varela, advirtiendo: “Apurate chofer, que cierra el transa” . De noche y de madrugada, los choferes afirman que a veces viajan hasta con 30 pibes que buscan el mismo destino .

“El pasajero muchas veces piensa que son amigos nuestros –comenta Gabriel Gianoli, en la 76 desde 2002–, porque suben y te dicen “Amigo, voy a la villa” y pasan sin pagar. Entonces, cuando los roban, los otros pasajeros te reprochan a vos. O te piden que los bajes, ¿pero cómo hacés?, si mañana tenés que volver a pasar. O te encontrás con gente aterrada que viaja a trabajar, y cuando cruza un patrullero te pide que por favor no frenes porque si sube la policía puede haber un tiroteo ”.

Los conductores de las líneas que recorren el conurbano no la tienen más fácil. La línea 180 inicia su recorrido en Primera Junta y finaliza en González Catán. La zona “caliente”, denuncian los conductores, es cuando pasan por la villa Puerta de Hierro, en Villegas, partido de La Matanza, donde también los pibes van a comprar paco. Ya hace dos años Miguel Tolosa, jefe de La Vecinal, empresa a cargo de la 180, denunciaba que sufrían un robo a mano armada por semana de pibes que bajaban a ese asentamiento.

“Los robos nos colapsan... viajan insultándote, te escupen, no pagan boleto. La problemática es que suben armados o con cuchillos y nos roban a nosotros y a los pasajeros , y si bien siempre bajan en Puerta de Hierro, estamos rodeados de villas durante el recorrido”, dice José, delegado de la línea.   El 29 de octubre pasado los trabajadores de la 180 decidieron parar el servicio para repudiar el robo y ataque al chofer Alejandro Arcadio Reharte. En 2009, el conductor Eduardo Cabrera había recibido dos tiros durante un robo.

La línea 91 sufre lo mismo pero en Provincia y Capital. Los robos a mano armada son en el Conurbano, en la zona de Villegas y en las arterias linderas a otro asentamiento cercano al Mercado Central. Ya en la Ciudad, los problemas vuelven cuando el chofer llega a los edificios de Lugano 1 y 2. “Algunas noches te cruzan los contenedores grandes de basura para que les frenes . Suben en grupitos, tomando cerveza, sin pagar, y no les podés decir nada. Lo que pueden robarle al pasajero se lo roban, bajan siempre en los monoblocks de Soldati. Y a la vuelta los traés recontra drogados. Ahí es peor”, dice el delegado Juan Carlos Di Genova. Si no frenan les tiran piedras a los conductores, entonces, la orden de la empresa es frenar . “A un compañero, las astillas del vidrio de adelante le llegaron a los ojos, fue internado y quedó en observación”, agrega.

La línea 56 es, al igual que la 91, de la empresa Dota. Cuando el 56 llega de madrugada a la villa Cildañez, en Parque Avellaneda, también le cruzan los carros para obligarlo a frenar: “A mi me pasó. Y tenemos que frenar, porque nunca sabés si te pueden poner un tiro. Suben, roban a los pasajeros, al chofer y se bajan y se pierden en los pasillos”, dice Di Genova.

“Lo que nos resulta bien a nosotros son los operativos sorpresa que hace la comisaría 36° –cuenta Nielsen, de la 76–. Frenan el colectivo cerca de la villa y los bajan para identificarlos, pero ya no lo hacen por falta de personal. A veces tenés al policía que te pregunta desde abajo ‘¿todo bien?’, ¿y vos qué le vas a decir?, si tenés a los pibes atrás tuyo ”.

Según lo que los comisarios de la 36°, 38° y 34° les dijeron en las reuniones a Nielsen, muchos de los pibes que van a la 1-11-14 a comprar paco llegan en el tren Sarmiento desde Moreno, Merlo, Luján o General Rodríguez. “Se bajan en Flores sin un mango y se roban un celular, una batería o lo que sea para ir a comprar paco en el 76. Se les termina y vuelven en el colectivo a Plaza Flores para ver qué pueden robar o manotear de algún comercio que tenga mercadería a la calle”, dice Nielsen.

En las asambleas de las líneas 180 y 76, los delegados y conductores decidieron hacer siempre la denuncia policial correspondiente. Desde rotura de vidrios hasta robos o peleas que ocurran durante el viaje. La política es subir igual a los pibes, tratar de no esquivarlos, porque sino la tendrá peor quien pase más tarde . “No es lo mismo viajar con dos o tres –dice uno de los choferes–, a viajar con 10 o 15. Y encima aguantártelos diciéndote: ‘¿qué onda que tus compañeros no frenan?, ¿están en vivos ustedes?’ ”.

Los pibes que viajan a la villa se esconden en las paradas de Plaza Flores, Rivadavia y Nazca, y Rivadavia y Terrada, donde más pasajeros suben y es prácticamente imposible que el chofer se desvíe. “La que te hacen es que el del fondo que subió antes se te acerca y te dice: ‘Abrí la puerta de atrás’ , y ahí se te sube el malón . El viaje es un descontrol porque van gritando.

Suben rezarpados y, estando de espaldas a ellos, no sabés qué te puede pasar . Y además la tenés a la señora pasajera que te pregunta por qué no pagan, y te dice que va a hacer lío así ella tampoco paga boleto”, dice William. “O tenés los que te paran, suben, te muestran un arma en la cintura y te dicen ‘voy a la villa, estoy tranquilo, llevame’ ”, cuenta Gabriel García.

El último 6 de diciembre a la madrugada, un colectivo 76 frenó en una de las paradas de la villa, y desde el interior un hombre se acercó y le disparó a un joven que esperaba por subir. El colectivero lo llevó al hospital Piñero.

También ocurrió que delincuentes subieron con electrodomésticos robados y exigieron al chofer que modificara su recorrido para entrarlos a la villa. El chofer llevaba una semana trabajando en la línea. “Claro, te dicen del botón antipánico, pero de Plaza Flores a la villa hay 10 cuadras, ¿cómo hacés cuando te obligan a ir por donde ellos quieren?”, dice Hugo, otro delegado de la 76 consultado sobre el tema.

“Tenés chicos que suben de noche y te dicen ‘ahora vamos directamente a la villa, dale’ , y te exigen que pases los semáforos en rojo y que no frenes en otras paradas”, cuenta Mariano –15 años como chofer del 76–, y menciona tres tipos de pasajeros: “el paquero”, que va a comprar y vuelve; “el fisura”, que vive en la calle y junta monedas para consumir; y los pibes de clase media que viajan bien vestidos, son respetuosos y hablan de otro modo, pero van al mismo lugar a buscar cocaína.

 

28 de diciembre de 2010

Fuente: Clarín

 

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