Milagro doble: hoy se cumplen 38 años de la tragedia de Los Andes
La vida depara a veces estos juegos con las fechas, el despertar del 13 de octubre de 2010 quedará en la historia del Chile como el día que rescataron a los mineros atrapados en una montaña en Copiapó y esa fecha coincidirá con el mismo día que 38 años antes, el avión de los jugadores de rugby uruguayo cayó en la cordillera y escribió una tragedia más en tierras trasandinas.
Aquel hecho fue considerado hasta la fecha como la odisea y el acto de supervivencia más extraordinario se une a esta prueba de vida de los 33 mineros que comenzaron a ver la superficie en una fecha tan emblemática.
Hace poco, uno de los sobrevivientes de Los Andes, Carlos Pérez Vilaró, comparó estos dos hechos como una acto de “fe y de ganas de vivir”.
Hace casi cuatro décadas, los 15 integrantes del equipo Old Christians, de Montevideo, fletaron un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya (FAU) e invitaron a 25 familiares y amigos para poder subvencionar los gastos de la travesía.
El 12 de octubre de 1972, el Fairchild F-227 bimotor de turbohélice que habían alquilado, despegó desde la capital oriental con rumbo a Santiago de Chile.
Este viaje que, normalmente, demora cuatro horas, ya había presentado un contratiempo cuando el piloto decidió aterrizar en la ciudad de Mendoza, debido al mal tiempo que castigaba a la Cordillera de Los Andes.
Al día siguiente, viernes 13, el avión despegó otra vez y voló hacia el sur en busca del paso Planchón. Eran las 14.18.
A las 15.21, el piloto de la nave comunicó al control de tránsito aéreo de Santiago que sobrevolaban el paso Planchón y tres minutos más tarde que ya divisaban Curico.
Cuando el reloj marcó las 15.30, avisaron que volaban a 5000 metros de altura.
Esa fue la última noticia que se tuvo del Fairchild.
En la nave se vivía un clima distendido. Una pelota de rugby pasaba de un lado a otro sobre los asientos y algunos hacían bromas por los movimientos abruptos del avión.
El cartel de ajuste de cinturones ya se había prendido y los que iban del lado de la ventanilla no miraban con buena cara la cercanía de las montañas.
De repente, el aparato entró en una fuerte corriente descendente y bajó violentamente varios ciento de metros, y el pánico se adueño de los pasajeros.
El avión logró ascender un poco, pero el ala derecha se estrelló contra la pared de la montaña y arrancó a su paso la cola de la nave. Un momento después, el ala izquierda también se desprendió. Lo que quedaba del aparato aterrizó de vientre y se deslizó como un tobogán por la nieve de la empinada cuesta.
De los 45 pasajeros que viajaban en el avión, 32 lograron subsistir al impacto. Pero tres de ellos no pudieron pasar la primera noche.
La mayoría había sufrido heridas y otros se encontraban imposibilitados a movilizarse debido a fracturas en sus piernas. En el grupo, dos de ellos eran estudiantes de medicina, y fueron Roberto Canessa y Gustavo Zerbino los encargados de atender a los heridos.
En el avión no poseía señales luminosas ni alimentos de reserva. Además, la radio se había averiado y las baterías de refuerzo se encontraban en la cola de la nave.
Durante los primeros días escucharon aviones que pasaban y aunque no estaban seguros si los habían visto o no, optaron por racionalizar los víveres.
Sufrieron la perdida de varios de los sobrevivientes por culpa de una avalancha, pero, tal vez, la decisión mas difícil fue la que tomaron el domingo 22 de octubre: para seguir con vida, tendrían que alimentarse de los cuerpos de los pasajeros que habían muerto en el accidente.
Esta determinación recorrió el mundo cuando, los 16 sobrevivientes, fueron encontrados y contaron como había sido la experiencia en la montaña.
Diez semanas después de que el avión se perdiera en los Andes, dos de que aún estaban con vida comenzaron una caminata por la cordillera.
Nando Parrado y Roberto Canessa, barbudos y flacos, lograron la hazaña de cruzar las montañas y, con la ayuda del arriero chileno Sergio Catalán, avisarles a todos que deciseis pasajeros del Fairchild F-227 seguían con vida.
Los milagros existen y la vida se encarga de unirlos en hechos que no son casuales. La vida, es una causalidad
Aquel hecho fue considerado hasta la fecha como la odisea y el acto de supervivencia más extraordinario se une a esta prueba de vida de los 33 mineros que comenzaron a ver la superficie en una fecha tan emblemática.
Hace poco, uno de los sobrevivientes de Los Andes, Carlos Pérez Vilaró, comparó estos dos hechos como una acto de “fe y de ganas de vivir”.
Hace casi cuatro décadas, los 15 integrantes del equipo Old Christians, de Montevideo, fletaron un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya (FAU) e invitaron a 25 familiares y amigos para poder subvencionar los gastos de la travesía.
El 12 de octubre de 1972, el Fairchild F-227 bimotor de turbohélice que habían alquilado, despegó desde la capital oriental con rumbo a Santiago de Chile.
Este viaje que, normalmente, demora cuatro horas, ya había presentado un contratiempo cuando el piloto decidió aterrizar en la ciudad de Mendoza, debido al mal tiempo que castigaba a la Cordillera de Los Andes.
Al día siguiente, viernes 13, el avión despegó otra vez y voló hacia el sur en busca del paso Planchón. Eran las 14.18.
A las 15.21, el piloto de la nave comunicó al control de tránsito aéreo de Santiago que sobrevolaban el paso Planchón y tres minutos más tarde que ya divisaban Curico.
Cuando el reloj marcó las 15.30, avisaron que volaban a 5000 metros de altura.
Esa fue la última noticia que se tuvo del Fairchild.
En la nave se vivía un clima distendido. Una pelota de rugby pasaba de un lado a otro sobre los asientos y algunos hacían bromas por los movimientos abruptos del avión.
El cartel de ajuste de cinturones ya se había prendido y los que iban del lado de la ventanilla no miraban con buena cara la cercanía de las montañas.
De repente, el aparato entró en una fuerte corriente descendente y bajó violentamente varios ciento de metros, y el pánico se adueño de los pasajeros.
El avión logró ascender un poco, pero el ala derecha se estrelló contra la pared de la montaña y arrancó a su paso la cola de la nave. Un momento después, el ala izquierda también se desprendió. Lo que quedaba del aparato aterrizó de vientre y se deslizó como un tobogán por la nieve de la empinada cuesta.
De los 45 pasajeros que viajaban en el avión, 32 lograron subsistir al impacto. Pero tres de ellos no pudieron pasar la primera noche.
La mayoría había sufrido heridas y otros se encontraban imposibilitados a movilizarse debido a fracturas en sus piernas. En el grupo, dos de ellos eran estudiantes de medicina, y fueron Roberto Canessa y Gustavo Zerbino los encargados de atender a los heridos.
En el avión no poseía señales luminosas ni alimentos de reserva. Además, la radio se había averiado y las baterías de refuerzo se encontraban en la cola de la nave.
Durante los primeros días escucharon aviones que pasaban y aunque no estaban seguros si los habían visto o no, optaron por racionalizar los víveres.
Sufrieron la perdida de varios de los sobrevivientes por culpa de una avalancha, pero, tal vez, la decisión mas difícil fue la que tomaron el domingo 22 de octubre: para seguir con vida, tendrían que alimentarse de los cuerpos de los pasajeros que habían muerto en el accidente.
Esta determinación recorrió el mundo cuando, los 16 sobrevivientes, fueron encontrados y contaron como había sido la experiencia en la montaña.
Diez semanas después de que el avión se perdiera en los Andes, dos de que aún estaban con vida comenzaron una caminata por la cordillera.
Nando Parrado y Roberto Canessa, barbudos y flacos, lograron la hazaña de cruzar las montañas y, con la ayuda del arriero chileno Sergio Catalán, avisarles a todos que deciseis pasajeros del Fairchild F-227 seguían con vida.
Los milagros existen y la vida se encarga de unirlos en hechos que no son casuales. La vida, es una causalidad