Una nena de 4 años no come porque su papá abusa de ella

Habla la titular de la ONG que ayuda a víctimas de violación. Su hija fue abusada en 2001 y odia a los "putos políticos". Los peores casos jamás contados

                                                                                                      FOTOS Y VIDEO: Christian Ugalde

 

Carajea. Golpea la mesa y tira un manojo de papeles que forma un improvisado mantel. Está “muy caliente”. No baja un cambio. Y le “importan una mierda los putos políticos”. Es que María Elena Leuzzi, a sus 57 años, está “podrida” de lidiar con los “inútiles”. Viene de la fiscalía Nº2 de San Fernando donde para presentar un escrito por la causa en la que un chiquito de cinco años fue brutamente violado por su padre, tuvo que pedir directamente por el fiscal porque sus secretarios no se lo recibían: “Que despidan a esos ineptos si no saben trabajar”, rezonga.

Detrás de su atado de Derby cortos, María Elena habla pausada, ronca y eufórica al mismo tiempo. Afirma que le rechazó una candidatura a diputada a Roberto Lavagna porque sino no le iba poder cortar una calle si era necesario, y que Francisco De Narváez pagó el remate de su casa. “Para las legislativas de 2008 vino un tipo de parte de la municipalidad de San Fernando y me puso $50 mil en la mesa para que me postule a concejal. Lo saqué matando”, dice de antemano a 24CON la titular de la ONG Ayuda a Víctimas de Violación (AVIVI). Su estandarte no tiene lugar con los “chantas”.

La ira de Leuzzi tiene sus razones. Conoce de memoria los vericuetos de la bacheada justicia y del oscuro mundillo político. El 10 de abril de 2001, un hombre de 28 años (RR.PP. de importantes boliches y presunto distribuidor narco que trabajaba para un reconocido intendente del Conurbano) secuestró a su hija Candelaria (22 años en ese entonces), la subió a un auto y la violó. La chica pasó meses en terapia intensiva. Sufrió graves lesiones en su vagina y tuvo que ser intervenida una decena de veces para lograr la reconstrucción del miembro. María Elena vendió el comercio que les daba de comer para cubrir los gastos. El resultado: le remataron la casa.

Finalmente, en 2003 el agresor de Candelaria fue condenado a 28 años de reclusión. Pero esa tarde, en la puerta de tribunales, prefirió transformar su bronca y desasosiego en trabajo. “Así nació AVIVI, cuando le dije a mi hija: ‘Todo esto se queda acá, no vamos a volver a casa a lamentarnos’. La abracé fuerte. No estaba contenta, estaba satisfecha. Ella me dijo: ‘No vamos a poder volver a ser lo mismo mamá, ya conocemos a otra gente que está en esta situación; sabemos del mal funcionamiento de la justicia’”.

En poco más de 7 años de trabajo, AVIVI recibió cerca de 10.500 víctimas de abuso sexual. Un promedio de entre cuatro y seis denuncias por día. También motivó la creación de las Comisarías de la Mujer, además de impulsar la implementación del Registro de Condenados por delitos sexuales en Buenos Aires (proyecto que tiene media sanción en diputados) y de lograr un centena de juicios con condenas firmes a lo largo de todo el país.

Es por eso que los llamados de auxilio que resuenan en la casa de chapa de Sarratea al 2760, en Virreyes, donde Leuzzi vive con sus tres hijos, dos nietos y su marido, funcionan como un rebuscado despertador. “A veces suena el teléfono a las 5 de la mañana porque alguna chica fue abusada y necesitan de nuestra ayuda”, explica la titular de la ONG.

Por todo esto, la mujer eleva una polémica plegaria en plena conversación: “Gracias Dios mío por haber provocado la violación de mi hija”. Ella siente que fue tocada por una suerte de varita mágica para poder lograr el bien mediante su tortura.

Violaciones en el Conurbano. Las estadísticas que recaba la asociación son de consulta oficial. “El gobierno no tiene una base de datos como la nuestra, por eso nos llaman siempre, somos creíbles”, asesta Leuzzi.

Dentro del Conurbano, la zona Sur es la más afectada por los delitos de violación. Le siguen zona Oeste y finalmente el Norte. Según la ONG, casos como estos se dan a diario en todo el país y el 90% son de forma intrafamiliar. Con el ejemplo más común de padres que abusan de sus hijos.

“Es que esta sociedad es machista desde el arranque”, justifica y, tan ácida como directa, agrega: “Todos conocemos a un Dios que creó a un Adán. Si estaba solo por qué no creó una mujer, que encima fue la culpable de que comiera la manzana. ¿Era tan pelotudo que no podía decidir solo? En la corte hay más hombres que mujeres; los maridos de las Madres de Plaza de Mayo no marcharon con ellas”.

Aunque de las “señoras de pañuelo” no quiere hablar demasiado. Cree que en un momento de la vida el cuerpo pasa factura. “Las respeto mucho por su labor pero ‘retirate mamita –apunta entre líneas y sin nombrarla a Hebe de Bonafini- tomá tecito y ponente a tejer como hacemos nosotras’. No le podemos faltar el respeto a la corte, porque sino pasamos de ser una República a una reputísima República”.

Sus archivos le indican que el violador es “un tipo astuto, es pensante, que premedita sus actos y que por lo general no está drogado o alcoholizado, porque en ese estado no pueden erguir su miembro”.

La peor aberración de todas. Las causas no vienen solas. Leuzzi asevera que intenta estar con cada una de las víctimas. “Palpar su sangre si es necesario”, expresa. Al mirar hacia atrás, manifiesta que tiene ataques de pánico producto de tanta violencia y que todo lo vivido la atormenta cada noche. La confesión: “En mi grupo de trabajo estamos desarrollando una especie de mecanismo de defensa inconciente, por eso varias de nosotras estamos sufriendo de hongos en la parte genital. Nos hicimos análisis y no sale nada, es todo psicológico”.

Un día, su celular chisporroteó tanto que la despertó de una siesta. “Cuando llegué al lugar, (en Don Torcuato) el chiquito, que había sido violado por dos hombres, tenía el ano destrozado y lo llevé en brazos en un patrullero hasta el Hospital de San Miguel. Tenía miedo de no llegar. Su madre me apretaba el brazo a mí de la desesperación y yo tenía que apretarle las piernas al nene para que no se muriera desangrado”.

Enseguida recuerda que lo peor nunca tiene final: “Sharif tiene 4 años y la semana pasada nos contactó su madre porque no come. En cambio, hace bolos de comida porque su padre la obligaba a practicarle sexo oral y después le daba pan para que tragase su semen”.


La gran deuda. Candelaria está enferma el día de la entrevista. No puede salir de la habitación. Si bien todo indica que se recuperó de aquellas lesiones que le provocó la violación, nada puede afirmar que el abuso no la marcó de por vida: “El disco rígido se carga de información que no puede borrarse totalmente”, señala Leuzzi. En ese entonces, la joven no se había iniciado sexualmente. Definitivamente, está “marcada”.

“El país está en deuda conmigo. Le di tres hijos educados, con respeto y valores. Creía en mi país. Siempre lavé mugre ajena hasta que junté para tener mi negocio. Y la falta de seguridad me devolvió una hija semi muerta. Me arremangué y salí sola, porque no necesité que ningún puto gobernante me ayude. Entonces, si yo les tiro mierda con ventilador, que se la banquen”, remata justo cuando suena, nuevamente, su insistente celular.

 

 

04 de octubre de 2010