Veintitrés
La religión de Tom Cruise se expande por el país
Su oposición a la psiquiatría y el sistema de premios para ganar adeptos en Argentina: ¿culto tupperware?
Por Diego Rojas y Bruno Lazzaro
Desde hace cuatro años, un edificio sobre la calle Ayacucho se muestra engalanado por una larga bandera violeta que cuelga desde lo alto de sus cuatro pisos. “Scientology”, dice en letras doradas. El caminante, al traspasar sus puertas vidriadas, habrá llegado a la sede argentina de la Cienciología, tal su nombre en español. Una religión fundada por L. Ron Hubbard, un escritor de novelas de ciencia ficción, que cuenta entre sus adeptos más famosos a los actores Tom Cruise, John Travolta, Lisa Marie Presley (la hija de Elvis), el cantante Beck y a Nancy Cartwright, la voz de Bart en Los Simpson, entre muchas otras celebridades. Sí, la misma que, dicen, habría recomendado a Cruise comerse la placenta de su hija Suri no bien naciera. El mismo culto que fue declarado “secta destructiva” en Alemania. Un credo que se desarrolla en un clima misterioso, con zonas oscuras y más dudas que certezas. Llegaron a la Argentina. Están entre nosotros.
Uno de los cronistas que firman esta nota se acercó a la sede porteña de la cuestionada religión y, apenas entró, le propusieron hacer un test: “Descubrí 10 puntos clave de tu personalidad”, señalaba el volante con el que invitaban a su realización. El cronista aceptó. Le pasaron, entonces, un cuestionario con alrededor de 200 preguntas con respuesta multiple choice donde se revisaba desde su posición sobre la pena de muerte hasta si sufría ataques de pánico, entre otras exhaustivas inquisiciones. Una vez que respondió, lo invitaron a pasar a un microcine y le dijeron que, mientras analizaban su test, proyectarían un video que le presentaría la Cienciología. Quince minutos de imágenes y textos que explicaban la religión. Luego, Norma Rooney, una de las líderes del culto, le dio el diagnóstico: “Te gusta lo que hacés. Pero sos inestable, con tendencias a la depresión y que no logra cumplir sus objetivos. Te recomiendo que hagas el curso de alzas y bajas”.
“La Cienciología es el estudio del conocimiento más profundo –explica Gustavo Libardi, director de asuntos especiales de la institución–. Hubbard quiso darle a la humanidad una técnica que le permitiera mejorar. Que progresara en el aspecto emocional y lo acompañara con un mejor entendimiento de la vida. Esta religión eleva el autodeterminismo de las personas. Y, luego, permite el pandeterminismo, que es la capacidad de manejar el determinismo de otros en un área. Claro que esa cualidad no debe ser usada de manera destructiva.” La entrevista es extraña. El periodista es acompañado hasta el baño por Libardi, que permanece en la puerta hasta su salida (una latita pide colaborar con dinero para los elementos de limpieza). En ciertos momentos, el entrevistado muestra una expresión tensa. En otros, una muy amable. “Los engramas son partículas de memoria alojadas en el inconsciente y tienen efectos negativos en el comportamiento de las personas. Mediante las auditaciones, que es una de nuestras técnicas, se puede detenerse en escenas de la vida en la que se produjeron esos engramas y limpiarlos. El cerebro registra todos los acontecimientos. Con este método, se puede revivir, incluso, el período prenatal. También podemos recordar nuestras vidas pasadas. Vivimos una sola vida, la vida eterna.”
–¿Cómo justifican esa creencia?
–Tenemos múltiples vidas. Yo volví de otra vida, para mí es real, no es una creencia.
En el primer piso de la sede impera un clima silencioso. Dos adolescentes se sientan frente a frente: uno tiene los ojos cerrados, el otro parece guiarlo. Cuando el primero abre los ojos, sonríe y muestra sorpresa. “Por acá –le dice una jovencita al cronista, una vez que pagó los 105 pesos del curso–. Esta es la sala de estudios. Este es tu libro. Leelo y seguí los ejercicios. Con este diccionario resolvé las dudas que tengas. No podés hablar con nadie.” En una mesa, cuatro personas leen sus libros. Escriben. Cada tanto toman de una canastita unos objetos, realizan operaciones extrañas y los vuelven a ordenar. “Con este kit tenés que representar lo que leas para poder comprenderlo mejor”, dice. Hay piedritas, gomas de borrar, corchos. El cronista aprende que hay gente buena y gente mala. No necesita usar el diccionario.
Hace 60 años, Hubbard publicó Dianética, el libro que expone los principios básicos de la religión. El escritor de ciencia ficción, a quien sus seguidores señalan precoz, siempre buceó en las profundidades del alma humana. A los tres años habría comenzado sus investigaciones, a los 19 recorrido más de 400 mil kilómetros en viajes. Al ingresar en la carrera de ingeniería habría tomado contacto con los inventores de la bomba atómica, que le habrían propuesto unírseles, aunque Hubbard se negó. Ingresó a la marina estadounidense. Pero decidió abandonarlo todo, mantenerse a través de la literatura y dedicarse a profundizar su sistema de pensamiento. En 1986 llegaron los primeros seguidores del culto a la Argentina. Hoy afirman tener alrededor de 15 mil adeptos.
“Lo de la placenta es un invento. Se dicen muchas mentiras sobre nosotros”, dice Libardi.
–¿Como que están en contra de la psiquiatría?
–Si bien los psicólogos admiten la existencia de una persona, los psiquiatras la tratan como si fuera un mecanismo. Según la tendencia, recetan 28 psicofármacos o uno. La psiquiatría nació en el mundo nazi. Y cuando la gente no logra resolver problemas sencillos, las pastillas se erigen como una solución mágica.
–¿Qué opinan sobre el matrimonio gay?
–Es un problema grave, un conflicto claro. Como todo problema grave es difícil de tratar. Pero si la persona lo desea, puede cambiar. Se puede hacer heterosexual. Vienen muchos homosexuales a tratarse. Saben que algo no está bien. Pero para tratarse necesitarían no haber tenido relaciones sexuales durante algunos meses. Es increíble la cantidad de gente que viene y dice haber violado a menores. Si la persona cumplió su condena, se la audita y se puede empezar a trabajar. Si lo hace en el presente, no lo tomamos. Un auditor sabe a través de la aguja del émetro si lo que dice la persona es cierto o no. Este instrumento, que inventó Hubbard, no es un detector de mentiras, es mucho más complejo y preciso.
Anonymous es una organización mundial que denuncia el accionar de la cienciología. Sus activistas locales hicieron un escrache a la iglesia el año pasado y publican en anonymousdeargentina.blogspot.com notas que revelarían el lado oscuro de la religión. Uno de sus miembros, que prefirió preservar su identidad, conversó con Veintitrés: “Es una estafa internacional disfrazada de religión. Manipulan a sus miembros y lavan sus cerebros. En varios países se impulsa que no sean aceptados como iglesia. En Francia los condenaron por fraude y práctica ilegal de la medicina. En Italia los allanaron hace pocos días y encontraron documentos en un sótano sobre investigaciones que les hacían a sus ‘enemigos’: jueces, periodistas y ex miembros. En Alemania es donde son más combatidos. Captan gente de muchas maneras. Tienen organizaciones de superficie que se llaman comisiones de derechos humanos. También ofrecen trabajo a jóvenes a los que van introduciendo en la organización”.
Mara es una estudiante de artes dramáticas de 20 años que tuvo una experiencia inesperada con la cienciología cuando la contrataron para repartir volantes en una empresa de cartuchos recargables. “Al principio era todo común. Me llamaba la atención la buena onda. Hablaban mucho de cosas personales, querían saber de mi vida, de mi novio, mi familia. Era muy sutil. Hasta que apareció un libro de cienciología. Me empezaron a decir que lo lea. Que me iba a servir. Leí cinco renglones y dejé de leer, al ver que era algo religioso. Me puse a investigar y me di cuenta de que eran una secta. Se lo quise devolver pero insistían. Un día me dijeron que me iban a enseñar cómo leer, estudiar y prestar atención. Y me pusieron enfrentada a una persona que leía el mismo libro que yo. Cuando levantaba la vista, me decían: ‘Seguí leyendo’. No quise ir más. Les dije que había conseguido otro trabajo. Me pidieron que los escuche, que los acompañe a unos grupos que me iban a ayudar con mi vida, que era la solución. Cuando vieron que me iba se desesperaron.”
–¿Por qué se acerca tanta gente famosa a la iglesia? –pregunta Veintitrés a Libardi.
–No es nuestra meta. Que Cruise o Travolta sean miembros de la iglesia nos trajo buena prensa. Pero no ponemos la atención allí.
–¿Hay famosos argentinos?
–No le puedo dar los nombres, no sé si estarían de acuerdo en darse a conocer como cienciologistas. La actriz Susana Campos, que falleció, estaba consustanciada con la dianética.
El actor Juan Vitali reconoce ser miembro de la iglesia: “Las auditaciones son como una limpieza de CPU necesaria para todos”, afirma.
–Nos dedicamos a florecer y prosperar. Nunca atacamos a nadie. Pero si nos difaman, contraatacamos velozmente para que no nos molesten –advierte Libardi.
La influencia de la cienciología en el país crece a pasos agigantados. En abril del año pasado, Libardi participó de la primera jornada de Derechos Humanos en la Legislatura porteña. Bajo su rol de presidente de la asociación civil Capacitación Para la Vida compartió una mesa con los legisladores Gerardo Ingaramo, del Pro, y Marcelo Meis, de Convergencia Federal; Mery Shuttleworth, fundadora de la organización Jóvenes por los Derechos Humanos Internacional, y Gustavo Altieri, representante en el país de esa organización y presidente de la Fundación en el país.
“Jóvenes por los Derechos Humanos fue creada por cienciólogos y tiene como propósito fundamental enseñar a niños y jóvenes sus derechos –aclara Libardi–. Capacitación para la Vida está encargada de las campañas laicas en el país y cuenta con el apoyo de la iglesia de la cienciología. Pueden pensar que estamos detrás de algo, pero en realidad estamos adelante. Funcionamos de la misma manera que Cáritas para los católicos.”
Altieri no piensa lo mismo: “La Fundación es una organización laica. A Libardi lo conocí en esas jornadas. Es el presidente de una iglesia reconocida por la Secretaría de Cultos. Averigüé sobre la cienciología y no vi nada malo, es muy interesante. No escuché cosas negativas”.
–En Alemania fue catalogada como secta.
–Alemania es un país muy especial, tiene problemas con muchas religiones. Yo presido una fundación de derechos humanos y me relaciono con Libardi tanto como con Bergoglio, el rabino Bergman o el rabino Goldman. Que yo sepa, no hay cienciólogos en la Fundación.
La cienciologista Shuttleworth, que preside mundialmente la organización, la fundó en 2001. Según los propios materiales de la iglesia, lo hizo en coordinación con la oficina de Derechos Humanos de la Iglesia de la Cienciología Internacional. Tim Bowles, director ejecutivo de la organización, es socio del estudio de abogados de la cienciología. Resulta raro que Altieri diga que no tiene nada que ver con el culto. El 3 de mayo de este año participó en una mesa en la legislatura con los diputados Cabandié, Lubertino y Nenna. Ninguno de los legisladores –tampoco Ingaramo ni Meis– tenía conocimiento de la relación de la fundación internacional con la cienciología.
–¿Existe un sistema de comisiones para los cienciólogos que atraigan a otros fieles?
–A aquellos que traen gente se les paga una comisión –reconoce Libardi– y si una persona es muy activa y se destaca se le entrega un premio. Es como cualquier trabajo.
–Pero esto es una religión.
–Sí. Y estas personas hacen un trabajo para conseguir algo que beneficiará al mundo.
–Suena a una religión tupperware.
Libardi se ríe.
“Venite el sábado a un evento”, le dice la líder Rooney al cronista por teléfono. Globos, una pantalla gigante y muchas sillas adornan la sala central de la sede de la calle Ayacucho. Celebran los 60 años de la publicación de Dianética y en todo el mundo se realiza la misma reunión. Se pasan videos que explican el método para los neófitos. Ante la pregunta de Rooney: “¿Qué piensan que es la cienciología?”, un joven contesta: “Es un método de vida. Le dicen religión para no tener que pagar impuestos”. Rooney se alarma: “No es exacto lo que decís”. “Pero es una gran idea –insiste el joven–, así se llega a más gente de manera más fácil.” Luego se anuncia que comenzará la entrega de premios para los fieles de la iglesia. El cronista se queda. Mientras en la pantalla se realzan los logros obtenidos en el mundo, el entusiasmo crece. Aparece la imagen de Hubbard: mira el horizonte, luminoso. Los cienciólogos se ponen de pie, lo miran emocionados durante varios segundos, luego estallan en aplausos. Premian a una mujer de veintipico años. Se emociona casi hasta la histeria: “¡Gracias, gracias! Para continuar esto, quiero que cada uno me traiga una persona más a los cursos para que elevemos las ganancias”. Rooney aclara: “Se refiere a ganancias espirituales, claro”. Premian al mejor vendedor de libros del culto. Explica sus viajes a librerías del interior. Todo un ejemplo. Toma la palabra otro líder: “Tenemos que llevar la bandera de la dianética a todas partes. Vamos a hacer maratones de libros, exhibiendo nuestra tecnología. Es un método que funciona. También tenemos que manejar el boca a boca. Le tenemos que vender el libro al vecino, al pariente, al almacenero, al taxista. Si tienen problemas con el trabajo, la pareja o no pueden dejar el vino, hay que decirles que tenemos una solución. Que vengan al seminario el fin de semana, que van a salir distintos. Este año vamos a hacer un juego. El que venda un libro tiene un punto; el que venda el DVD, tiene dos. Si vende un audiolibro, dos puntos. El kit que trae el libro, el DVD y las conferencias vale tres puntos. Por cada persona que venga al seminario, tres puntos. Si se reinscribe, dos puntos más. Por cada kit de dianética de grupo, que vale mil dólares y trae cincuenta libros, la mesita, los volantes, las camisetas, los manteles, las cartas de auditación, son veinticinco puntos. Vamos a elaborar un ranking. Veinticinco puntos equivalen a 350 pesos de premios de entrenamiento. Por cincuenta puntos, 700 pesos. Cien puntos, 1.400 y así. Si trajeron cien personas en la organización, van a viajar a recibir el premio que entrega en Los Angeles el director ejecutivo internacional de la cienciología”. Los fieles festejan, conmovidos. Es una celebración colectiva. Aparece otra vez la imagen de Hubbard. Los cienciólogos se ponen de pie. Miran el retrato admirados, en silencio, sonrientes. Aplauden otra vez Se escucha su voz desde el más allá: “Los miembros de la cienciología somos el 10 por ciento más inteligente del 10 por ciento más inteligente de la población mundial. Tenemos una responsabilidad”. Se ve que es una responsabilidad misteriosa. Es que se trata de una religión misteriosa que se destaca por mérito propio en el misterioso mar de las religiones.
Desde hace cuatro años, un edificio sobre la calle Ayacucho se muestra engalanado por una larga bandera violeta que cuelga desde lo alto de sus cuatro pisos. “Scientology”, dice en letras doradas. El caminante, al traspasar sus puertas vidriadas, habrá llegado a la sede argentina de la Cienciología, tal su nombre en español. Una religión fundada por L. Ron Hubbard, un escritor de novelas de ciencia ficción, que cuenta entre sus adeptos más famosos a los actores Tom Cruise, John Travolta, Lisa Marie Presley (la hija de Elvis), el cantante Beck y a Nancy Cartwright, la voz de Bart en Los Simpson, entre muchas otras celebridades. Sí, la misma que, dicen, habría recomendado a Cruise comerse la placenta de su hija Suri no bien naciera. El mismo culto que fue declarado “secta destructiva” en Alemania. Un credo que se desarrolla en un clima misterioso, con zonas oscuras y más dudas que certezas. Llegaron a la Argentina. Están entre nosotros.
Uno de los cronistas que firman esta nota se acercó a la sede porteña de la cuestionada religión y, apenas entró, le propusieron hacer un test: “Descubrí 10 puntos clave de tu personalidad”, señalaba el volante con el que invitaban a su realización. El cronista aceptó. Le pasaron, entonces, un cuestionario con alrededor de 200 preguntas con respuesta multiple choice donde se revisaba desde su posición sobre la pena de muerte hasta si sufría ataques de pánico, entre otras exhaustivas inquisiciones. Una vez que respondió, lo invitaron a pasar a un microcine y le dijeron que, mientras analizaban su test, proyectarían un video que le presentaría la Cienciología. Quince minutos de imágenes y textos que explicaban la religión. Luego, Norma Rooney, una de las líderes del culto, le dio el diagnóstico: “Te gusta lo que hacés. Pero sos inestable, con tendencias a la depresión y que no logra cumplir sus objetivos. Te recomiendo que hagas el curso de alzas y bajas”.
“La Cienciología es el estudio del conocimiento más profundo –explica Gustavo Libardi, director de asuntos especiales de la institución–. Hubbard quiso darle a la humanidad una técnica que le permitiera mejorar. Que progresara en el aspecto emocional y lo acompañara con un mejor entendimiento de la vida. Esta religión eleva el autodeterminismo de las personas. Y, luego, permite el pandeterminismo, que es la capacidad de manejar el determinismo de otros en un área. Claro que esa cualidad no debe ser usada de manera destructiva.” La entrevista es extraña. El periodista es acompañado hasta el baño por Libardi, que permanece en la puerta hasta su salida (una latita pide colaborar con dinero para los elementos de limpieza). En ciertos momentos, el entrevistado muestra una expresión tensa. En otros, una muy amable. “Los engramas son partículas de memoria alojadas en el inconsciente y tienen efectos negativos en el comportamiento de las personas. Mediante las auditaciones, que es una de nuestras técnicas, se puede detenerse en escenas de la vida en la que se produjeron esos engramas y limpiarlos. El cerebro registra todos los acontecimientos. Con este método, se puede revivir, incluso, el período prenatal. También podemos recordar nuestras vidas pasadas. Vivimos una sola vida, la vida eterna.”
–¿Cómo justifican esa creencia?
–Tenemos múltiples vidas. Yo volví de otra vida, para mí es real, no es una creencia.
En el primer piso de la sede impera un clima silencioso. Dos adolescentes se sientan frente a frente: uno tiene los ojos cerrados, el otro parece guiarlo. Cuando el primero abre los ojos, sonríe y muestra sorpresa. “Por acá –le dice una jovencita al cronista, una vez que pagó los 105 pesos del curso–. Esta es la sala de estudios. Este es tu libro. Leelo y seguí los ejercicios. Con este diccionario resolvé las dudas que tengas. No podés hablar con nadie.” En una mesa, cuatro personas leen sus libros. Escriben. Cada tanto toman de una canastita unos objetos, realizan operaciones extrañas y los vuelven a ordenar. “Con este kit tenés que representar lo que leas para poder comprenderlo mejor”, dice. Hay piedritas, gomas de borrar, corchos. El cronista aprende que hay gente buena y gente mala. No necesita usar el diccionario.
Hace 60 años, Hubbard publicó Dianética, el libro que expone los principios básicos de la religión. El escritor de ciencia ficción, a quien sus seguidores señalan precoz, siempre buceó en las profundidades del alma humana. A los tres años habría comenzado sus investigaciones, a los 19 recorrido más de 400 mil kilómetros en viajes. Al ingresar en la carrera de ingeniería habría tomado contacto con los inventores de la bomba atómica, que le habrían propuesto unírseles, aunque Hubbard se negó. Ingresó a la marina estadounidense. Pero decidió abandonarlo todo, mantenerse a través de la literatura y dedicarse a profundizar su sistema de pensamiento. En 1986 llegaron los primeros seguidores del culto a la Argentina. Hoy afirman tener alrededor de 15 mil adeptos.
“Lo de la placenta es un invento. Se dicen muchas mentiras sobre nosotros”, dice Libardi.
–¿Como que están en contra de la psiquiatría?
–Si bien los psicólogos admiten la existencia de una persona, los psiquiatras la tratan como si fuera un mecanismo. Según la tendencia, recetan 28 psicofármacos o uno. La psiquiatría nació en el mundo nazi. Y cuando la gente no logra resolver problemas sencillos, las pastillas se erigen como una solución mágica.
–¿Qué opinan sobre el matrimonio gay?
–Es un problema grave, un conflicto claro. Como todo problema grave es difícil de tratar. Pero si la persona lo desea, puede cambiar. Se puede hacer heterosexual. Vienen muchos homosexuales a tratarse. Saben que algo no está bien. Pero para tratarse necesitarían no haber tenido relaciones sexuales durante algunos meses. Es increíble la cantidad de gente que viene y dice haber violado a menores. Si la persona cumplió su condena, se la audita y se puede empezar a trabajar. Si lo hace en el presente, no lo tomamos. Un auditor sabe a través de la aguja del émetro si lo que dice la persona es cierto o no. Este instrumento, que inventó Hubbard, no es un detector de mentiras, es mucho más complejo y preciso.
Anonymous es una organización mundial que denuncia el accionar de la cienciología. Sus activistas locales hicieron un escrache a la iglesia el año pasado y publican en anonymousdeargentina.blogspot.com notas que revelarían el lado oscuro de la religión. Uno de sus miembros, que prefirió preservar su identidad, conversó con Veintitrés: “Es una estafa internacional disfrazada de religión. Manipulan a sus miembros y lavan sus cerebros. En varios países se impulsa que no sean aceptados como iglesia. En Francia los condenaron por fraude y práctica ilegal de la medicina. En Italia los allanaron hace pocos días y encontraron documentos en un sótano sobre investigaciones que les hacían a sus ‘enemigos’: jueces, periodistas y ex miembros. En Alemania es donde son más combatidos. Captan gente de muchas maneras. Tienen organizaciones de superficie que se llaman comisiones de derechos humanos. También ofrecen trabajo a jóvenes a los que van introduciendo en la organización”.
Mara es una estudiante de artes dramáticas de 20 años que tuvo una experiencia inesperada con la cienciología cuando la contrataron para repartir volantes en una empresa de cartuchos recargables. “Al principio era todo común. Me llamaba la atención la buena onda. Hablaban mucho de cosas personales, querían saber de mi vida, de mi novio, mi familia. Era muy sutil. Hasta que apareció un libro de cienciología. Me empezaron a decir que lo lea. Que me iba a servir. Leí cinco renglones y dejé de leer, al ver que era algo religioso. Me puse a investigar y me di cuenta de que eran una secta. Se lo quise devolver pero insistían. Un día me dijeron que me iban a enseñar cómo leer, estudiar y prestar atención. Y me pusieron enfrentada a una persona que leía el mismo libro que yo. Cuando levantaba la vista, me decían: ‘Seguí leyendo’. No quise ir más. Les dije que había conseguido otro trabajo. Me pidieron que los escuche, que los acompañe a unos grupos que me iban a ayudar con mi vida, que era la solución. Cuando vieron que me iba se desesperaron.”
–¿Por qué se acerca tanta gente famosa a la iglesia? –pregunta Veintitrés a Libardi.
–No es nuestra meta. Que Cruise o Travolta sean miembros de la iglesia nos trajo buena prensa. Pero no ponemos la atención allí.
–¿Hay famosos argentinos?
–No le puedo dar los nombres, no sé si estarían de acuerdo en darse a conocer como cienciologistas. La actriz Susana Campos, que falleció, estaba consustanciada con la dianética.
El actor Juan Vitali reconoce ser miembro de la iglesia: “Las auditaciones son como una limpieza de CPU necesaria para todos”, afirma.
–Nos dedicamos a florecer y prosperar. Nunca atacamos a nadie. Pero si nos difaman, contraatacamos velozmente para que no nos molesten –advierte Libardi.
La influencia de la cienciología en el país crece a pasos agigantados. En abril del año pasado, Libardi participó de la primera jornada de Derechos Humanos en la Legislatura porteña. Bajo su rol de presidente de la asociación civil Capacitación Para la Vida compartió una mesa con los legisladores Gerardo Ingaramo, del Pro, y Marcelo Meis, de Convergencia Federal; Mery Shuttleworth, fundadora de la organización Jóvenes por los Derechos Humanos Internacional, y Gustavo Altieri, representante en el país de esa organización y presidente de la Fundación en el país.
“Jóvenes por los Derechos Humanos fue creada por cienciólogos y tiene como propósito fundamental enseñar a niños y jóvenes sus derechos –aclara Libardi–. Capacitación para la Vida está encargada de las campañas laicas en el país y cuenta con el apoyo de la iglesia de la cienciología. Pueden pensar que estamos detrás de algo, pero en realidad estamos adelante. Funcionamos de la misma manera que Cáritas para los católicos.”
Altieri no piensa lo mismo: “La Fundación es una organización laica. A Libardi lo conocí en esas jornadas. Es el presidente de una iglesia reconocida por la Secretaría de Cultos. Averigüé sobre la cienciología y no vi nada malo, es muy interesante. No escuché cosas negativas”.
–En Alemania fue catalogada como secta.
–Alemania es un país muy especial, tiene problemas con muchas religiones. Yo presido una fundación de derechos humanos y me relaciono con Libardi tanto como con Bergoglio, el rabino Bergman o el rabino Goldman. Que yo sepa, no hay cienciólogos en la Fundación.
La cienciologista Shuttleworth, que preside mundialmente la organización, la fundó en 2001. Según los propios materiales de la iglesia, lo hizo en coordinación con la oficina de Derechos Humanos de la Iglesia de la Cienciología Internacional. Tim Bowles, director ejecutivo de la organización, es socio del estudio de abogados de la cienciología. Resulta raro que Altieri diga que no tiene nada que ver con el culto. El 3 de mayo de este año participó en una mesa en la legislatura con los diputados Cabandié, Lubertino y Nenna. Ninguno de los legisladores –tampoco Ingaramo ni Meis– tenía conocimiento de la relación de la fundación internacional con la cienciología.
–¿Existe un sistema de comisiones para los cienciólogos que atraigan a otros fieles?
–A aquellos que traen gente se les paga una comisión –reconoce Libardi– y si una persona es muy activa y se destaca se le entrega un premio. Es como cualquier trabajo.
–Pero esto es una religión.
–Sí. Y estas personas hacen un trabajo para conseguir algo que beneficiará al mundo.
–Suena a una religión tupperware.
Libardi se ríe.
“Venite el sábado a un evento”, le dice la líder Rooney al cronista por teléfono. Globos, una pantalla gigante y muchas sillas adornan la sala central de la sede de la calle Ayacucho. Celebran los 60 años de la publicación de Dianética y en todo el mundo se realiza la misma reunión. Se pasan videos que explican el método para los neófitos. Ante la pregunta de Rooney: “¿Qué piensan que es la cienciología?”, un joven contesta: “Es un método de vida. Le dicen religión para no tener que pagar impuestos”. Rooney se alarma: “No es exacto lo que decís”. “Pero es una gran idea –insiste el joven–, así se llega a más gente de manera más fácil.” Luego se anuncia que comenzará la entrega de premios para los fieles de la iglesia. El cronista se queda. Mientras en la pantalla se realzan los logros obtenidos en el mundo, el entusiasmo crece. Aparece la imagen de Hubbard: mira el horizonte, luminoso. Los cienciólogos se ponen de pie, lo miran emocionados durante varios segundos, luego estallan en aplausos. Premian a una mujer de veintipico años. Se emociona casi hasta la histeria: “¡Gracias, gracias! Para continuar esto, quiero que cada uno me traiga una persona más a los cursos para que elevemos las ganancias”. Rooney aclara: “Se refiere a ganancias espirituales, claro”. Premian al mejor vendedor de libros del culto. Explica sus viajes a librerías del interior. Todo un ejemplo. Toma la palabra otro líder: “Tenemos que llevar la bandera de la dianética a todas partes. Vamos a hacer maratones de libros, exhibiendo nuestra tecnología. Es un método que funciona. También tenemos que manejar el boca a boca. Le tenemos que vender el libro al vecino, al pariente, al almacenero, al taxista. Si tienen problemas con el trabajo, la pareja o no pueden dejar el vino, hay que decirles que tenemos una solución. Que vengan al seminario el fin de semana, que van a salir distintos. Este año vamos a hacer un juego. El que venda un libro tiene un punto; el que venda el DVD, tiene dos. Si vende un audiolibro, dos puntos. El kit que trae el libro, el DVD y las conferencias vale tres puntos. Por cada persona que venga al seminario, tres puntos. Si se reinscribe, dos puntos más. Por cada kit de dianética de grupo, que vale mil dólares y trae cincuenta libros, la mesita, los volantes, las camisetas, los manteles, las cartas de auditación, son veinticinco puntos. Vamos a elaborar un ranking. Veinticinco puntos equivalen a 350 pesos de premios de entrenamiento. Por cincuenta puntos, 700 pesos. Cien puntos, 1.400 y así. Si trajeron cien personas en la organización, van a viajar a recibir el premio que entrega en Los Angeles el director ejecutivo internacional de la cienciología”. Los fieles festejan, conmovidos. Es una celebración colectiva. Aparece otra vez la imagen de Hubbard. Los cienciólogos se ponen de pie. Miran el retrato admirados, en silencio, sonrientes. Aplauden otra vez Se escucha su voz desde el más allá: “Los miembros de la cienciología somos el 10 por ciento más inteligente del 10 por ciento más inteligente de la población mundial. Tenemos una responsabilidad”. Se ve que es una responsabilidad misteriosa. Es que se trata de una religión misteriosa que se destaca por mérito propio en el misterioso mar de las religiones.