Jorge Castillo: "En Puerto Madero me discriminan porque soy de La Salada"
Desde su nueva oficina, el administrador del mercado informal más grande de latinoamérica dice que sus nuevos vecinos ocultan que compran en la feria. Se confiesa radical, se compara con San Cayetano y asegura que sacó a miles de la delincuencia. “yo soy dios, yo soluciono todo”, dispara.
En ronda de mate es imposible no bajar la guardia. Las premisas se olvidan, los roles se confunden y la aséptica relación entre entrevistado y entrevistador se infecta de una camaradería impensada. Jorge Castillo es el gran responsable de la incipiente confianza. El hombre ceba, se ríe, se enoja, vuelve a cebar, hasta que por fin explota en una carcajada contagiosa que pone a todos en su coqueta oficina de Puerto Madero de buen humor. Castillo es cuerpo, voz, alma y algo más de La Salada, ese gigante de la venta informal que para algunos es la capital nacional de lo trucho y para otros un acto de justicia que desenmascara los inflados precios de los comercios tradicionales y shoppings. Lo único que no acepta discusión es que la feria transformó a una de las zonas más pobres del partido de Lomas de Zamora en uno de los suelos más caros de la Argentina. Y en eso tiene mucho que ver Castillo.
“Acá, por mes, pago tres mil dólares 150 metros. En La Salada 150 metros valen 20 mil”, compara orgulloso.
–¿Cómo llegó a Puerto Madero?
–Yo vivo en La Salada pero muchas veces a la gente se le complica ir hasta allá. Tienen miedo porque el poder económico nos vendió que todos los malandras están allá. Pero cuántos hechos delictivos hay en La Salada. Miremos el plano de la delincuencia y comparemos lo que era Budge antes de la feria y lo que es hoy. Antes, cada hora mataban a uno, ahora eso se acabó porque todos trabajan en la feria.
–¿Nota la diferencia de un lugar a otro?
–Yo bajo de la autopista, dejo el auto enfrente, cruzo la calle y me meto a la oficina. El mundo Puerto Madero para mí no existe.
–¿Qué le dicen los vecinos que se cruza en el ascensor?
–Todos me conocen, pero no dicen que van a La Salada. Lo esconden. Acá hay un morbo con La Salada, hay discriminación. Por ejemplo, los del RENAR (Registro Nacional de Armas) me discriminan por ser de ahí. ¿Quiénes son los del RENAR para prohibirme a mí, que soy un empresario, portar un arma? Les guste o no, soy un empresario y transporto dinero y tengo que andar con seguridad. Yo no soy un loquito que va a andar a los tiros en la calle. Yo sé defenderme, voy al polígono, hago todo lo que pide la ley.
–¿Quién más lo discrimina?
–La sociedad. Vos...
–¿Por que dice que yo lo discrimino?
–Porque me preguntás por Puerto Madero. Qué tiene que ver Puerto Madero con La Salada. ¿Cuál es la diferencia?
–Dígamelo usted que se vino hasta acá en vez de pagar menos de la mitad en cualquier otro lado.
–Esto es cómodo porque bajás de la autopista y llegás. Yo tengo otra oficina en Flores, pero es un caos porque no podés estacionar. Yo me vine acá por comodidad y no por nivel. En La Salada tengo muchas cosas mejores que en Puerto Madero. Hace diez años que estoy peleando para demostrar que La Salada no tiene nada de malo, que tiene un montón de cosas buenas. Cuando a mí no me dejaban abrir la feria los lunes y los jueves yo cortaba calles con D´Elia (Luis). El que primero cortó una calle fui yo, después siguió él.
–¿Sintió que ganó la pelea?
–Por goleada. ¡Los maté!
Un laburante. Castillo tiene tres hijos de dos mujeres distintas, es hincha de Independiente y un fervoroso admirador de Arturo Illia. “El radicalismo de Lomas soy yo”, sentencia sin pudor dos segundos antes de contar orgulloso como inundaba los paredones de Camino Negro y la Ribera con pintadas de Alfonsín presidente. También admite que está en desacuerdo con el matrimonio gay porque para él “el hombre nació para ser hombre y la mujer para ser mujer”. Además de amable, Castillo también puede ser lacónico.
Antes de convertirse en un gurú de las remeras a ocho pesos, peló bolsas de papas, juntó diarios y vidrios y fue fabricante de zapatos. Un currículum que le infla el pecho y lo hace indignarse con el último fetiche de los argentinos. “El otro día estaba viendo a este Fort criticando e insultando al padre y yo pensaba: ‘cómo decís eso’. Mi viejo jamás me dio nada si yo no me lo ganaba. ¿Quiere plata? Llená la heladera. ¿Quiere ir a la cancha? Cargá carbón. Este Fort decía que el padre lo hacía competir con el hermano y que nunca le daba nada ¿Qué te va a dar? ¿Querés pescado? Pescá y mojate los tobillos, hermano”, reniega.
–¿Cómo se define?
–Como un laburante social. Yo ayudo desde cuando no tenía y ahora que tengo ayudo más. Por día entre 50 y 70 personas me piden trabajo. Parezco San Cayetano. Por eso digo que La Salada dignifica al ser humano. Antes la gente vivía de la bolsita que le daban los políticos hijos de puta de turno. Hoy, toda la gente que trabaja conmigo es de Lomas y al darles trabajo los saqué de la delincuencia y de ser los forros de esos putos.
–Usted habla como si fuera un empleado, pero vive como patrón.
–¿Y mi laburo? ¿A qué hora te levantás vos? Yo a las seis estoy levantado haciendo mi numerito para ver dónde puedo apretar y dónde no. Laburo las 24 horas. El otro día me llamaron a las cuatro de la mañana porque en la feria nos estaban queriendo robar. Los agarramos y eran seis. Yo soy Dios. Yo soluciono todo.
–Gracias por el título.
–Preguntale a mi gente quién soy y ellos te van a decir lo mismo ¿Vos me ves algo de oro? No me interesa ostentar. Lo único que quiero es una buena “chata”. Tengo una Dodge Ram.
–Eso es ostentación pura.
–No, lo que pasa es que tengo un sueldo grande.
–¿Cuánto cobra?
–Gano 15 lucas por mes. Es un sueldo alto, pero no estoy conforme. Yo tendría que ganar a porcentaje de la que hago ganar yo. Punta Mogotes recauda un palo y medio por mes de invento mío. Todos esos puestitos chiquitos los inventé yo.
–¿Usted es un hombre rico?
–No, pero la paso bien. No estoy para tirar manteca al techo, pero tampoco me preocupo. Tengo la renta de mis puestos. Si está bien ubicado cobro 500 pesos por feria.
–¿Cuánta plata tiene ahora en la billetera?
–Seiscientos pesos.
–¿Desde cuándo tiene más de cien pesos encima?
–Toda la vida tuve plata. Yo me rio cuando vos hablás de mi camioneta, si yo cuando era guacho tenía la cupé Fuego que era lo más. La compré chocada, la arreglé y me di el gusto de tenerla. Hoy la puedo comprar entera, si quiero.
–¿No era más lindo andar en aquella Renault Fuego destartalada?
–¡Nooo! Es más lindo andar en la Dodge (risas).
Fotos: Roberto Castro y “Veintitrés” .