Celeste Cid
Cid, sin límites:"Sólo paro cuando me duele todo"
Desde el 28 de septiembre pasa sus noches en el Instituto Fleni. ¿Rehabilitación? ¿Cuadro neurológico? ¿Excesos?
Desde el 28 de septiembre, Celeste Cid (25) duerme en la habitación 801 del Instituto Fleni. Una sala común –no de cuidados intensivos, como se dijo, pero VIP al fin–, atendida por los más prestigiosos especialistas del cuerpo médico del sanatorio. Lejos de su computadora, los discos de Joni Mitchell, sus Barbies, las muñequitas de porcelana china y la iconografía religiosa que decoran su casa de Barrio Norte, que hoy está en silencio, vacía. Y de su máquina de escribir, donde solía plasmar, febril y de madrugada, pequeñas historias y guiones, exorcizar sus demonios con palabras como lo hacía su adorada Alejandra Pizarnik (poetisa argentina que se suicidó a los 36 años), que alguna vez parió versos como éste: “Expuesta a todas las perdiciones/ ella canta junto a una niña extraviada/ que es ella: su amuleto de la buena suerte/ Y a pesar de la niebla verde en los labios/ y del frío gris en los ojos/ su voz corroe la distancia que se abre/ entre la sed y la mano que busca el vaso /Ella canta”. Celeste transitó, también, por alguna oscuridad: lo reconoció ante el grabador de GENTE: “No conozco los límites... ése es mi problema. Entonces los voy descubriendo de a poco. Por lo general, paro cuando me duele todo”. Sólo que esta vez el dolor caló demasiado hondo. Le perforó el alma.
S.O.S. Aun cuando la angustia se hizo insostenible, Celeste tuvo, todavía, la suficiente lucidez de lanzar su botella al mar. El pedido de auxilio llegó claro y en una dirección precisa: ahí, para sostener su mano, estuvo su amigo íntimo Fito Páez, con quien se la vinculó sentimentalmente el verano pasado, cuando fueron fotografiados juntos en La Población, una pequeña localidad de Córdoba. Fue él quien la acompañó hasta la clínica, y quien habría firmado la admisión de Celeste bajo el seudónimo de VM. Quizás porque la actriz confesó alguna vez que “el éxito no me hacía feliz”, buscaron un anonimato imposible. Sin embargo, por cinco días nadie supo dónde estaba.
Hoy, su internación continúa y el silencio de su familia y sus más íntimos parece infranqueable. Sólo tres personas pueden visitarla: el propio Páez, Emmanuel Horvilleur –su ex, padre de su hijo André– y Nora, su madre. Pero la casa materna de San Cristóbal no registra movimiento, y Emmanuel continuó con su vida normal, y hasta jugó al fútbol con sus amigos la semana pasada, cuando dijo: “Si Celeste estuviera tan mal, yo no seguiría mi vida así”. En la clínica aseguran desconocer cuándo le darán el alta, aunque la presunción ronda un posible traslado, en los próximos días, a un centro especializado. Sobrevuelan, entonces, palabras como rehabilitación, excesos, drogas y trastorno maníaco y bipolaridad. Especulaciones.
Sin dudas, la pista más firme sobre su decisión de internarse se llama André, su hijo de cinco años, hoy al cuidado de su mejor amiga, Emme Vitale, que también se excusa: “Está controlada, con estudios generales. Ella quiere estar mejor, pero ni yo ni nadie está autorizado para hablar”. No importa. Celeste ya dio suficientes indicios: “Si te quedás atado al pasado, no te permite seguir. Y en ese sentido, yo paso a otra cosa. Hoy soy otra persona, tengo un hijo...”. “Este bebé trajo luz a mi vida”. “Lo más importante es que no estoy quemada. Y podría estarlo, como muchos que empezaron a trabajar de muy chicos y terminan con problemas de drogadicción y cosas re heavies. Porque, si te ponés a pensar, lo más fuerte que me pasó fue tener un hijo. Lo más lindo que me podría haber pasado”. Otra vez, las palabras de Celeste extendidas como manos que buscan ayuda.
CUMBRES BORRASCOSAS. Convengamos algo –y estaremos de acuerdo–: la chica que atravesó la puerta de la fama total con Resistiré, y que luego intentó por todos los medios cerrarla, nunca transitó por aguas calmas, por más que su cara (¡y esos ojos!) insistan en desmentirlo. Quizás porque, como se cansó de repetir, “ésta es la vida que me tocó, la que tengo y, sobre todo, la que elegí” o, directamente, lanzó llamaradas por la boca: “Yo sé que soy brava. Soy hija del medio, única mujer, actriz... medio loca por momentos. Soy de confrontar, me gustan las cosas claras y mi familia no es tan así. Ellos son más de ‘bueno, apacigüemos, apacigüemos’. Y yo soy más de ‘bueno, hagamos quilombo, rompamos cosas’”.
Y las cosas, de tanto ir e ir, se rompieron. Celeste amaneció temprano en la televisión: a los 12 años arrancó su carrera en Chiquititas, descubierta por Cris Morena, una verdadera cazatalentos. Se afianzó profesionalmente en Verano del 98, Enamorarte –su primer protagónico–, Franco Buenaventura y Conflictos en red. Desde su boom en Resistiré, junto a Pablo Echarri, en 2003, todas las fichas apostaban a Cid como la nueva star de la pantalla chica. Sin embargo, desistió de ese abanico de ofertas que se desplegó frente a sus ojos y se dedicó a su tarea de madre, hurgando en la escritura –su amor secreto, dijimos–, alejada del bullicio mediático. Apenas se animó a una participación especial en el multipremiado unitario Mujeres asesinas. Pero nada más. La televisión debió acostumbrarse a su ausencia. Sin importar el cachet ofrecido, a todas las propuestas la morocha respondía con un “no”: “Nunca volvería a la presión de una tira diaria”, argumentaba. Las afirmaciones, en cambio, las reservaría para el cine, donde debutó con Motivos para no enamorarse, de la mano de Jorge Marrale. Y esquivando la advertencia del título del film, tras su separación de Emmanuel Horvilleur –el padre de André–, Celeste reencontraría el amor en Luis Ortega, primero, y en Joaquín Levinton, después. El último joven, ex líder de Turf, fue su pareja desde marzo pasado hasta hace pocas semanas, cuando firmaron su completo distanciamiento. La crisis tomó forma de fotografía en mayo, cuando una sonora tapa de Paparazzi los retrató juntos a la salida de la clínica Bazterrica, donde el músico habría sido tratado por un dudoso cuadro de aceleración cardíaca. Por esos días, Celeste desmentía cualquier tipo de compromiso en su salud. Pero poco después de la ruptura definitiva, ingresó a la clínica de Belgrano.
TE VI. Con las cartas echadas, flota otro interrogante: ¿será Fito con Celeste lo que fue Palito Ortega con Charly? Una vez más, la actriz nos da la respuesta: “A Charly lo veo mucho mejor. Chapeau con Palito. Eso es lo bueno de los rockeros, que se ayudan entre ellos”. Si bien la única cuerda que toca Celeste es la dramática, nadie puede negar dos cosas: que en la chica exuda una actitud rocker por donde se la mire; y que supo eyectarse a tiempo del tobogán en que se convertía su vida. Como con todo, el tiempo tendrá la respuesta. Afuera, en ese lugar “con los sonidos de la calle, tránsito y movimiento” –como definió en alguna entrevista– puede esperar su vuelta a la televisión, que supone un unitario producido por Pol-ka, coprotagonizado con Griselda Siciliani, con libros de Javier Daulte. Lo que no puede esperar, lo que es urgente, es el abrazo de André, el calor de su hijo. Celeste lo supo el 28 de septiembre, lo sabe hoy. Por eso descansa en la habitación 801 del Instituto Fleni. Y camina hacia la luz.
Por Mariel Fuentes. Fotos: Diego Soldini, Enrique García Medina, archivo Atlántida y Movilpress.
S.O.S. Aun cuando la angustia se hizo insostenible, Celeste tuvo, todavía, la suficiente lucidez de lanzar su botella al mar. El pedido de auxilio llegó claro y en una dirección precisa: ahí, para sostener su mano, estuvo su amigo íntimo Fito Páez, con quien se la vinculó sentimentalmente el verano pasado, cuando fueron fotografiados juntos en La Población, una pequeña localidad de Córdoba. Fue él quien la acompañó hasta la clínica, y quien habría firmado la admisión de Celeste bajo el seudónimo de VM. Quizás porque la actriz confesó alguna vez que “el éxito no me hacía feliz”, buscaron un anonimato imposible. Sin embargo, por cinco días nadie supo dónde estaba.
Hoy, su internación continúa y el silencio de su familia y sus más íntimos parece infranqueable. Sólo tres personas pueden visitarla: el propio Páez, Emmanuel Horvilleur –su ex, padre de su hijo André– y Nora, su madre. Pero la casa materna de San Cristóbal no registra movimiento, y Emmanuel continuó con su vida normal, y hasta jugó al fútbol con sus amigos la semana pasada, cuando dijo: “Si Celeste estuviera tan mal, yo no seguiría mi vida así”. En la clínica aseguran desconocer cuándo le darán el alta, aunque la presunción ronda un posible traslado, en los próximos días, a un centro especializado. Sobrevuelan, entonces, palabras como rehabilitación, excesos, drogas y trastorno maníaco y bipolaridad. Especulaciones.
Sin dudas, la pista más firme sobre su decisión de internarse se llama André, su hijo de cinco años, hoy al cuidado de su mejor amiga, Emme Vitale, que también se excusa: “Está controlada, con estudios generales. Ella quiere estar mejor, pero ni yo ni nadie está autorizado para hablar”. No importa. Celeste ya dio suficientes indicios: “Si te quedás atado al pasado, no te permite seguir. Y en ese sentido, yo paso a otra cosa. Hoy soy otra persona, tengo un hijo...”. “Este bebé trajo luz a mi vida”. “Lo más importante es que no estoy quemada. Y podría estarlo, como muchos que empezaron a trabajar de muy chicos y terminan con problemas de drogadicción y cosas re heavies. Porque, si te ponés a pensar, lo más fuerte que me pasó fue tener un hijo. Lo más lindo que me podría haber pasado”. Otra vez, las palabras de Celeste extendidas como manos que buscan ayuda.
CUMBRES BORRASCOSAS. Convengamos algo –y estaremos de acuerdo–: la chica que atravesó la puerta de la fama total con Resistiré, y que luego intentó por todos los medios cerrarla, nunca transitó por aguas calmas, por más que su cara (¡y esos ojos!) insistan en desmentirlo. Quizás porque, como se cansó de repetir, “ésta es la vida que me tocó, la que tengo y, sobre todo, la que elegí” o, directamente, lanzó llamaradas por la boca: “Yo sé que soy brava. Soy hija del medio, única mujer, actriz... medio loca por momentos. Soy de confrontar, me gustan las cosas claras y mi familia no es tan así. Ellos son más de ‘bueno, apacigüemos, apacigüemos’. Y yo soy más de ‘bueno, hagamos quilombo, rompamos cosas’”.
Y las cosas, de tanto ir e ir, se rompieron. Celeste amaneció temprano en la televisión: a los 12 años arrancó su carrera en Chiquititas, descubierta por Cris Morena, una verdadera cazatalentos. Se afianzó profesionalmente en Verano del 98, Enamorarte –su primer protagónico–, Franco Buenaventura y Conflictos en red. Desde su boom en Resistiré, junto a Pablo Echarri, en 2003, todas las fichas apostaban a Cid como la nueva star de la pantalla chica. Sin embargo, desistió de ese abanico de ofertas que se desplegó frente a sus ojos y se dedicó a su tarea de madre, hurgando en la escritura –su amor secreto, dijimos–, alejada del bullicio mediático. Apenas se animó a una participación especial en el multipremiado unitario Mujeres asesinas. Pero nada más. La televisión debió acostumbrarse a su ausencia. Sin importar el cachet ofrecido, a todas las propuestas la morocha respondía con un “no”: “Nunca volvería a la presión de una tira diaria”, argumentaba. Las afirmaciones, en cambio, las reservaría para el cine, donde debutó con Motivos para no enamorarse, de la mano de Jorge Marrale. Y esquivando la advertencia del título del film, tras su separación de Emmanuel Horvilleur –el padre de André–, Celeste reencontraría el amor en Luis Ortega, primero, y en Joaquín Levinton, después. El último joven, ex líder de Turf, fue su pareja desde marzo pasado hasta hace pocas semanas, cuando firmaron su completo distanciamiento. La crisis tomó forma de fotografía en mayo, cuando una sonora tapa de Paparazzi los retrató juntos a la salida de la clínica Bazterrica, donde el músico habría sido tratado por un dudoso cuadro de aceleración cardíaca. Por esos días, Celeste desmentía cualquier tipo de compromiso en su salud. Pero poco después de la ruptura definitiva, ingresó a la clínica de Belgrano.
TE VI. Con las cartas echadas, flota otro interrogante: ¿será Fito con Celeste lo que fue Palito Ortega con Charly? Una vez más, la actriz nos da la respuesta: “A Charly lo veo mucho mejor. Chapeau con Palito. Eso es lo bueno de los rockeros, que se ayudan entre ellos”. Si bien la única cuerda que toca Celeste es la dramática, nadie puede negar dos cosas: que en la chica exuda una actitud rocker por donde se la mire; y que supo eyectarse a tiempo del tobogán en que se convertía su vida. Como con todo, el tiempo tendrá la respuesta. Afuera, en ese lugar “con los sonidos de la calle, tránsito y movimiento” –como definió en alguna entrevista– puede esperar su vuelta a la televisión, que supone un unitario producido por Pol-ka, coprotagonizado con Griselda Siciliani, con libros de Javier Daulte. Lo que no puede esperar, lo que es urgente, es el abrazo de André, el calor de su hijo. Celeste lo supo el 28 de septiembre, lo sabe hoy. Por eso descansa en la habitación 801 del Instituto Fleni. Y camina hacia la luz.
Por Mariel Fuentes. Fotos: Diego Soldini, Enrique García Medina, archivo Atlántida y Movilpress.