24CON – En carne viva
Drogan, secuestran y obligan a tener sexo a dos hermanas
“Por favor ayúdenme. Secuestraron a mi hermana y a mi me obligaron a acostarme con él para que me dijera donde está”. Natalia está desesperada. Hace meses que no ve a su hermana. La niña de 16 años fue vista por última vez en una quinta. En la causa judicial dice que “Natalia habría sido instigada para mantener relaciones (..) tuvo que acceder (..) y fue llevada a una quinta de la zona cuyo domicilio no pudo precisar y logró ver a su hermana, quien evidenciaba haber sido drogada, así también vio a otras niñas que se encontraban allí, donde había gran cantidad de drogas sobre la mesa”.
La hermana menor de Natalia se había peleado con sus padres. En realidad había discutido con su padrastro que le “había gritado” por llegar tarde: “vos no te metas que no sos mi padre”, le habría dicho la menor. La situación en esta humilde casa de la localidad del oeste, en La Reja, era lo más parecido a un infierno. La madre de las niñas “se la pasaba en la cama sin hacer nada”, mientras esperaba cada noche que llegara el sostén del hogar: Roberto se llama el padrastro de Natalia y Romina con quien no se llevan bien. “El no es malo, pero cuando toma a la noche empieza a gritar y a maltratarnos”. Esto confiesa Natalia (todo por teléfono) que prefirió quedarse en la casa para cuidar a su “madre que estaba depresiva”. En cambio, Romina optó por hacerle la guerra a Roberto, a su madre y a la hermana mayor.
“Estaba en plena rebeldía” y decidió irse de su casa. Al salir le dijo a Natalia que se “iba unos días a lo de una amiga” y no volvió más.
Al principio su huída no generó tanta preocupación. De hecho, no era la primera vez que Romina se iba de su casa. “Se había ido y a la semana volvió. Siempre la comprendimos porque estaba en plena adolescencia”, reconoce Natalia sollozando y con la voz entrecortada (en línea) al contar que tuvo que poner su cuerpo para saber donde estaba su hermana.
Romina “habría sido reclutada en una estación de servicio en el barrio cerca del cruce de Castelar”. El rostro impávido del juez al otro lado del teléfono no era casual. El magistrado ya tenía información de que “en la ruta 23 había menores ejerciendo la prostitución”. Informantes y agentes de investigaciones de la policía habían recibido denuncias sobre “movimientos extraños de chicas al borde de la ruta entre autos caros y camiones que paraban en el lugar”.
El mismo proxeneta que “levantó” a Romina puede ser el que llevó a Natalia a verla a cambio de sexo. Puede ser ese o pueden ser más.
Esta escena se repite en un costado y otro del conurbano, dónde la desprotección las transforma en niñas madres o esclavas de la prostitución. No siempre son menores, pero el cuadro es similar. Hace un par de meses mostramos en GPS a “Los fiolos uruguayos”. Se trataba de una red de rufianes que tenían prostitutas trabajando en Lomas de Zamora. Era tan evidente que hasta recibimos las felicitaciones de alguna fuerza armada que reconocía su “ineficacia por no descubrir algo tan evidente”. Por acción u omisión en este caso se movían con mucha impunidad y no hacía falta tener perspicacia o ser un gran investigador para ver a los autos con patentes uruguayas “manejando el negocio” de las chicas al costado del Camino de Cintura. Como siempre en estos casos, luego de probar el delito, fuimos a pedir explicaciones a los fiolos: salieron todos como ratas, menos uno que se atrevió a corrernos con fierro (un pedazo de caño) y hoy está preso.
Fue y sigue detenido por personal de investigaciones de la Policía Bonaerense. De la banda, sólo él está preso a la espera de un juicio abreviado. Por falta de pruebas, o de lo que sea, el resto sigue suelto. Y eso que no se trataba de unos amanecidos en el delito: había reincidencia y en el allanamiento les encontraron armas de todo tipo.
Del sur al oeste, el Conurbano tiene estos vicios. Y surgen los que se atreven a secuestrar menores, sabiendo que hay perversos clientes que piden a las chicas, incluso, “hasta por delibery” como quien pide pizza o empanadas. “Organizan sus fiestitas” me dijo una fuente que investiga estos hechos.
Y ahí estaba Natalia, temblando frente al teléfono; denunciando que “había visto a su hermana en malas condiciones en una quinta”.
“No recuerda dónde está es el lugar, porque (además de ser obligada a tener sexo), parece que la drogaron”. Lo único que pudo precisar es que la casa dónde fue llevada antes de ir a la quinta “tiene frente de ladrillos a la vista de color rozado (dónde por las noches se divisa una luz de color en la mampostería) y funciona un lugar donde harían trabajar a niñas prostituyéndose y el sujeto mencionado sería el encargado del lugar”.
Eso dice el expediente.
Por ahora no hay más pistas. Natalia fue abusada y drogada a cambio de ver a su hermana Romina, quien fue vista por última vez hace algún tiempo. La jueza quiere encontrar a Natalia para poder llegar a su hermana, presuntamente secuestrada, pero la mayor nunca fue al juzgado. Nadie sabe nada de ambas. Natalia no volvió a llamar. Romina no volvió a su casa. La jueza sigue buscando la vivienda con ladrillos a la vista como aguja en un pajar. Un pajar de Natalias y Rominas en casas quintas, en fiestas privadas o en casas con luces de color.
La hermana menor de Natalia se había peleado con sus padres. En realidad había discutido con su padrastro que le “había gritado” por llegar tarde: “vos no te metas que no sos mi padre”, le habría dicho la menor. La situación en esta humilde casa de la localidad del oeste, en La Reja, era lo más parecido a un infierno. La madre de las niñas “se la pasaba en la cama sin hacer nada”, mientras esperaba cada noche que llegara el sostén del hogar: Roberto se llama el padrastro de Natalia y Romina con quien no se llevan bien. “El no es malo, pero cuando toma a la noche empieza a gritar y a maltratarnos”. Esto confiesa Natalia (todo por teléfono) que prefirió quedarse en la casa para cuidar a su “madre que estaba depresiva”. En cambio, Romina optó por hacerle la guerra a Roberto, a su madre y a la hermana mayor.
“Estaba en plena rebeldía” y decidió irse de su casa. Al salir le dijo a Natalia que se “iba unos días a lo de una amiga” y no volvió más.
Al principio su huída no generó tanta preocupación. De hecho, no era la primera vez que Romina se iba de su casa. “Se había ido y a la semana volvió. Siempre la comprendimos porque estaba en plena adolescencia”, reconoce Natalia sollozando y con la voz entrecortada (en línea) al contar que tuvo que poner su cuerpo para saber donde estaba su hermana.
Romina “habría sido reclutada en una estación de servicio en el barrio cerca del cruce de Castelar”. El rostro impávido del juez al otro lado del teléfono no era casual. El magistrado ya tenía información de que “en la ruta 23 había menores ejerciendo la prostitución”. Informantes y agentes de investigaciones de la policía habían recibido denuncias sobre “movimientos extraños de chicas al borde de la ruta entre autos caros y camiones que paraban en el lugar”.
El mismo proxeneta que “levantó” a Romina puede ser el que llevó a Natalia a verla a cambio de sexo. Puede ser ese o pueden ser más.
Esta escena se repite en un costado y otro del conurbano, dónde la desprotección las transforma en niñas madres o esclavas de la prostitución. No siempre son menores, pero el cuadro es similar. Hace un par de meses mostramos en GPS a “Los fiolos uruguayos”. Se trataba de una red de rufianes que tenían prostitutas trabajando en Lomas de Zamora. Era tan evidente que hasta recibimos las felicitaciones de alguna fuerza armada que reconocía su “ineficacia por no descubrir algo tan evidente”. Por acción u omisión en este caso se movían con mucha impunidad y no hacía falta tener perspicacia o ser un gran investigador para ver a los autos con patentes uruguayas “manejando el negocio” de las chicas al costado del Camino de Cintura. Como siempre en estos casos, luego de probar el delito, fuimos a pedir explicaciones a los fiolos: salieron todos como ratas, menos uno que se atrevió a corrernos con fierro (un pedazo de caño) y hoy está preso.
Fue y sigue detenido por personal de investigaciones de la Policía Bonaerense. De la banda, sólo él está preso a la espera de un juicio abreviado. Por falta de pruebas, o de lo que sea, el resto sigue suelto. Y eso que no se trataba de unos amanecidos en el delito: había reincidencia y en el allanamiento les encontraron armas de todo tipo.
Del sur al oeste, el Conurbano tiene estos vicios. Y surgen los que se atreven a secuestrar menores, sabiendo que hay perversos clientes que piden a las chicas, incluso, “hasta por delibery” como quien pide pizza o empanadas. “Organizan sus fiestitas” me dijo una fuente que investiga estos hechos.
Y ahí estaba Natalia, temblando frente al teléfono; denunciando que “había visto a su hermana en malas condiciones en una quinta”.
“No recuerda dónde está es el lugar, porque (además de ser obligada a tener sexo), parece que la drogaron”. Lo único que pudo precisar es que la casa dónde fue llevada antes de ir a la quinta “tiene frente de ladrillos a la vista de color rozado (dónde por las noches se divisa una luz de color en la mampostería) y funciona un lugar donde harían trabajar a niñas prostituyéndose y el sujeto mencionado sería el encargado del lugar”.
Eso dice el expediente.
Por ahora no hay más pistas. Natalia fue abusada y drogada a cambio de ver a su hermana Romina, quien fue vista por última vez hace algún tiempo. La jueza quiere encontrar a Natalia para poder llegar a su hermana, presuntamente secuestrada, pero la mayor nunca fue al juzgado. Nadie sabe nada de ambas. Natalia no volvió a llamar. Romina no volvió a su casa. La jueza sigue buscando la vivienda con ladrillos a la vista como aguja en un pajar. Un pajar de Natalias y Rominas en casas quintas, en fiestas privadas o en casas con luces de color.
Periodista. Cronista del Programa GPS. Especial para 24CON