Alerta: el "cuento del tío" llegó a los alquileres
La necesidad de casas para alquilar es cada vez mayor. Precios altos, poca oferta, y condiciones imposibles de reunir son algunos de los problemas más acuciantes. Y los estafadores acechan.
Leonel necesita alquilar. Tiene a su esposa embarazada y como a miles de familias argentinas le falta un techo. La situación no es sencilla y lo sabe. No es la primera vez que alquila. Hace unos días se le terminó el contrato de su anterior alquiler y recorre, sin suerte, las inmobiliarias de Merlo y San Antonio de Padua. No consigue porque no tiene garantía. Leonel es operario y logró conseguir el anticipo y los dos meses de depósito (unos dos mil pesos), pero no cuenta con otra escritura como garantía. Cansado de caminar, decide la búsqueda clasificada. Entre los avisos aparece un recuadro en la famosa revista Segundamano. No pasa desapercibido para quien busca infructuoso. Enmarcado, sobresale con letras más grandes y dice: “no pierda más tiempo, alquile sin garantías. A sola firma consiga su vivienda de inmediato”. Leonel sonríe. Mira hacia el techo, como buscando a Dios y no sabe si contarle a su esposa (que está viviendo en la casa de sus padres) o esperar hasta confirmar el dato. Su reciente decepción en la empresa dónde trabaja (acaban de bajarle el sueldo por “falta de laburo”), se le mezcla con la discusión que tuvo con su padres y la desesperanza de no poder construir su nido.
En el país de las vacas gordas, los campos verdes y el fútbol para todos, hay millones de argentinos con problemas de viviendas. Sólo en el área metropolitana se calcula que un millón y medio de personas no tienen donde vivir. Según un informe de la CTA “la Argentina sufre un déficit habitacional que las estimaciones más moderadas ubican en torno tres y medio millones de viviendas. Y de ese total, el 24 por ciento está en el conurbano, según un informe del Ministerio de la Producción bonaerense”.
En 2001 existían poco más de 10 millones de viviendas para 36 millones de habitantes. De ese total, se estima que más de 500 mil están en condiciones inhabitables; 1,6 millones están deterioradas pero son eventualmente recuperables; y en otro millón las familias viven en condiciones de hacinamiento. Estos datos empeoraron en los últimos años.
De acuerdo a los datos del último Censo Nacional, los problemas habitacionales afectan a más de tres millones de hogares, donde viven más de 13 millones de personas, es decir el 37 por ciento de la entonces población del país. Florentino Narváez, abogado y especialista en causas sobre problemas habitacionales dice que “el mayor flagelo está en el conurbano donde los terrenos no están en posesión de nadie. Además, la mayoría de nuestros barrios no tienen títulos, algo que es necesario resolver porque es parte esencial del problema habitacional en Argentina”. La escasa oferta de viviendas populares, el costo, los requisitos de los alquileres (por la falta de oferta) y la dificultad para acceder a créditos hipotecarios o de conseguir garantías, son factores que complican la situación y llevan a muchas familias en estado de extrema pobreza a tomar viviendas o vivir en la calle. “En el conurbano hay personas que viven en un asentamiento desde hace más de 15 años. Hay toma de tierras porque la gente no puede comprarse un lote para edificar. En el Gran Buenos Aires no sólo carecen de títulos de propiedad quienes viven en asentamientos sino también otros miles de habitantes que aún no han podido regularizar su situación. En el segundo cordón del conurbano dos tercios de los inmuebles, más del 66%, no tienen títulos a nombre de quienes los ocupan hoy”, asegura Narváez. Y en río revuelto por la informalidad notarial aparecen un nuevo cuento del tío: ofrecer lo que no es propio.
Mientras tanto, Leonel va tras el aviso y decide no decir nada a su mujer hasta confirmar el ansiado alquiler. Teme decepcionarla de nuevo. Cuándo se fueron a vivir juntos (no pensaron en casarse “porque son sólo papeles”) lo hicieron por amor. Querían “formar una familia”. El trabajaba de operario y ella de maestra. Con el sueldo de ambos podrían “pagarse el alquiler, los gastos y la comida”. Al principio funcionó. Pagaban “por una casa humilde” que le había conseguido el padre de ella “800 pesos por mes”. De repente, este año “el dueño quiso el doble” y tuvieron que irse. Cada uno volvió a la casa de sus padres con las valijas llenas de frustración. Entonces el amor fue más fuerte y ella quedó embarazada. Y él tuvo que salir “apurado” a buscar nuevo hogar. Ahí estaba, con un aviso lleno de esperanza. Pero Leonel se topó con la miseria humana del dueño del clasificado. Se hacía llamar Martín. La cita fue en un bar de Merlo. “Un lugar algo extraño para una cita inmobiliaria”, recuerda Leonel.
Martín cumplía con todos los requisitos del garca nacional: de saco y corbata multicolor, desalineado, con algunos kilos de más y sonrisa fácil, este vivo criollo le aseguró que “tenía la casa ideal”. Lo llevo hasta la supuesta solución: un PH al frente, humilde pero decente. “Ideal” pensó Leonel. Incluso hasta imaginó a su “hijo corriendo en la puerta de esa casa, jugando a la pelota”. Hasta el precio estaba correcto: 900 pesos por mes por todo concepto. No había expensas y con los gastos de comisión sumaba dos mil pesos. Leonel estaba feliz. Le quedaban algunos mangos para arreglar el inmueble. Todo venía bien hasta que Martín, que se había presentado como martillero público, le dijo: “Estoy teniendo problemas con esta cerradura que hay que cambiarla, así que si querés conocer la casa por dentro tenemos que trepar esta pared (...) igual tengo una escalera”.
Leonel sospechó, pero su necesidad de creer pudo más. Se subió a la escalera que había llevado Martín en el portaequipaje de su auto y entró a la casa, trepando la pared del costado: estaba algo desordenada, le faltaba limpieza y pintura. “¿Te gusta el departamento?, le dijo Martín. “Es grande, tal como te lo había dicho. Acá van estar bien con tu esposa…”, dijo el dueño del nuevo cuento del tío. Pocos minutos después salieron a la calle por donde entraron. Pared y escalera fueron los únicos obstáculos para caer en la trampa. Una vez en la vereda, el supuesto martillero le pidió la plata y le aseguró que “a fin de semana te llamo”, para confirmar el día en que podía ingresar al nuevo hogar (¿sin dueño? y desocupado). Con la plata en la mano, Martín despidió a Leonel. En eso, llegó a esa misma puerta otra pareja preguntando por Martín que les dijo: ¿Ustedes vienen por el aviso?