Homicidio narco en la 9 de julio

El joven que "guapeó" a los transas y terminó muerto

Edgardo fue acribillado por defender a su hermano. El dolor de una madre que busca justicia. La cruda realidad de las villas del Conurbano, inmersas en la impunidad y el miedo.

El frío congela la sangre en los pasillos de la villa. A metros de la vivienda de la familia de Edgardo Kleyer, la morada que supo ser guarida de narcos y su mercadería, continúa vacía. Los huecos en las paredes falsas los delatan: allí escondían la droga y las armas, de manera que, en caso de allanamiento, la casa estaba “limpia”.


Los habitantes de la 9 de julio -entre ellos, una travesti que desafía las bajas temperaturas vistiendo una minúscula pollera y unos elegantes portaligas- miran de reojo el “ex aguantadero” de los transas. No están, pero la idea de que -pronto- van a volver a recuperar el terreno, los intimida. Por eso el silencio: no hay nada que hacer, el reguero de sangre continuará, puesto que no se concibe villa sin narcos.

En tanto, la tristeza invade el hogar de Soledad Lemos, madre de Edgardo Kleyer, masacrado en una emboscada narco, el 20 de junio pasado. La mujer no quiere que el crimen de su hijo quede impune, aunque, es muy probable que así sea: la Policía no cumplió con el operativo de rigor, no recolectó pruebas ni investiga a los presuntos asesinos y, por su parte, la Justicia prefiere incluir a la víctima en la lista de “pibes chorros”. Después de todo, “pobre” es el mote con que fue enterrado Kleyer. Además, Edgardo no estudiaba ni trabajaba, se dedicaba a las changas y a llevar a su hermano menor a la cancha cuando jugaba el Funebrero.

Luego del crimen del joven de 19 años y la manifestación por el homicidio, 24CON volvió al barrio. Pese a las amenazas que reciben todos los miembros de la familia, Soledad tenía más para datos para aportar sobre los presuntos verdugos de Edgardo. “Si mi hijo era uno de ellos, yo no estaría reclamando porque habría muerto en su ley”, aseguró para desmentir las versiones que implican a Edgardo a una banda narco.

“La policía sabe quiénes son y dónde están los asesinos de mi hijo. Pero, como pasa acá, seguro que cuando los fueron a buscar, arreglaron con plata para no llevárselos presos”, dice Lemos con la certeza de quien nació y creció en una villa del Gran Buenos Aires. “Desde que salimos en los medios, nos quieren hacer pelota a todos. Estamos pidiendo protección porque nosotros no estamos denunciando a los que venden a la esquina, sino a la persona que provee la droga en San Martín, Gerardo Goncebat”.

En el medio, la eterna odisea: decir o callar. “Yo sé que a mí me van a matar, pero me tocaron a mis hijos y ahora no me voy a quedar quieta”, advierte con final anunciado.


-Los lectores de 24CON se preguntaban de qué forma lograron echar a los transas de la villa. ¿Qué sucedió exactamente?
-En realidad, ellos les dispararon a los chicos (NdR: Edgardo no fue el único que recibió los proyectiles, Jonathan González y Matías Pérez, fueron gravemente heridos, aunque ya están fuera de peligro) y se fueron para no tener problemas con los vecinos. Entonces, cuando se fueron, aprovechamos y sacamos a los que quedaban. Eran pibes, por eso, cuando le dijimos que se vayan y lo hicieron. Ahí entramos y les rompimos todo, para que no vuelvan.

-¿No volvieron?
-Andan por acá y yo le expliqué al fiscal que tengo otros hijos y que tengo miedo por ellos saben todos nuestros movimientos. Y nos hacen saber que quieren que nos callemos.

-¿Y la Policía?
-Entraron al barrio a los tiros dos días después de que ustedes vinieron, dijeron que iban a hacer allanamientos pero no pasó nada.

-¿Dispararon?
-Sí, siempre lo hacen. En la columna del lado de afuera tengo un tiro de un día que un policía lo agarró a uno que vendía droga y el pibe no se le quedaba, entonces, le disparó. El tiro pegó en la columna. Mi nene más chico estaba justo abajo, del lado de adentro. Si rebotaba mal, le daba a mi hijo. En la esquina, llegaron al arreglo y lo largó ahí. Entonces, ¿para qué tira el tiro? Podría haber matado a mi hijo.

-¿Está segura de que su hijo no era parte de la banda que lo mató?
-Es verdad que se matan entre ellos para disputarse el mando, pero mi hijo no tenía nada que ver con ellos. Incluso, salía por otro lado para no cruzárselos. No puedo creer que le hayan hecho esto a mi hijo.

-Entonces, ¿por qué lo mataron?
-Para ellos es una diversión. A mis hijos no los quieren porque no les sirven para vender. A ellos no les gusta que los chicos estudien o trabajen, ellos quieren que se droguen. Hace un par de años, a Cristian casi me lo matan y, siempre, lo vivían cagando a palos. En cambio, como Edgardo hacía boxeo, se agarraba a piñas y los fajaba a todos.

Dos fines de semana antes de que lo mataran a Edgardo, Cristian venía del baile y los otros (los transas) le pegaron. Entonces, Edgardo se re calentó y fue a discutir con ellos a la mañana siguiente. Llovía, eran como quince, todos con fierros, todos parados ahí y el sólo discutiendo. Y él lo invitaba pelear con la mano al pibe que le pegó a Cristian. “Ahora vení y pelea conmigo. Después si me querés pegar un tiro, pegame un tiro, pero primero vení a pelear conmigo mano a mano”, le decía. El pibe que le había pegado a mi hermano salió con una itaca y los otros le dicen: “Anda a la calle a pelear con él”. Pero el pibe no quería pelear porque le tenía miedo.
Además, ellos (Edgardo y sus amigos) eran como los boludos de la esquina y a los que vendían droga les molestaba que ellos estén sentados ahí y que hagan choripanes para vender, jueguen a la pelota o anden en bicicleta porque ellos querían esa esquina para vender y con ellos ahí no podían. Eso es lo que le molestaba a ellos y que vos los enfrentes, peor. Ni hablar si los haces pasar vergüenza como hizo Edgardo.

-¿Por qué no hay testigos?
(Soledad se quiebra) A mí me da bronca que no salgan de testigos porque yo crecí acá y crié a mis hijos en este pedacito. Todos nos conocen. Pero no salen de testigos porque a ellos les conviene, no es por miedo, es por beneficio. Porque los narcos les dan plata. A todos les sirve que ellos estén acá. Y algunas madres no les importa que a sus hijos les rompan la cabeza o estén llenos de tiros, prefieren tener la casa nueva.

Quién era Edgardo Kleyer


 

"Él hizo el famoso gauchito con unos ladrillos que yo tenía acá. No es que estamos hablando de un pibe que te rompía la cabeza para sacarte las zapatillas. Acá hay gente buena y gente mala. Yo nunca vendí a mis hijos, nunca fui a drogar ni nunca robé, pero me hablaba con todos: con las prostitutas que se hacen abortos, las mujeres que entregaron a sus hijas por plata, los chorros y los que se drogaban. Y mi hijo era igual, él me decía: “Yo no me puedo poner en padre de nadie”.
Esto no fue un ajuste de cuentas como dijeron en la televisión porque ésta era su vida: él se sentaba acá (en la cocina-comedor) y miraba la tele o jugaba con el hermano más chico a la Play. El celular que tenía era uno que era mío que estaba roto y se lo regalé.

 

Todos los sábados iba a la cancha porque era hincha de Chacarita y estaba re feliz por su hermano que está entrenando en las inferiores del club. Lo llevaba todos los días.


Una persona que anda robando, vos le vas a ver anillos y cadenitas de oro. Edgardo no tenía nada de eso, lo único que tenía era una cruz de madera, colgada con un cordón, que se la traje yo de la iglesia de San Martín (NdR: Soledad la lleva puesta, la muestra y retoma el diálogo). Eso era lo único que él usaba. Los lentes que tenía, eran de la hermana. El pantalón que usaba, se lo lavaba todos los días (NdR: se vuelve a quebrar) porque era el único que tenía. No estamos hablando de un pibe que iba a matar para drogarse o a robar zapatillas. Él venía y me decía: “Mami, ¿me das dos pesos para comprarme la maquinita de afeitar?”. Y así con todo: para cortarse el pelo, para comprarse medias y para ir al baile. Sus amigos eran todos pibitos, no eran una banda como dijeron en la tele.


Además, Edgardo bailaba malambo en el colegio. Siempre fuimos muy unidos. Hasta los 16 años lo llevaba todos los días al colegio, pero lo mandaba a la mañana para que no tenga contacto con los chicos del barrio, porque acá se acostumbra mandar a los chicos en el turno tarde. En el colegio, las maestras lo apreciaban mucho. Y los vecinos también, yo lo veía por la ventana que el cuando salía y volvía todos lo saludaban, hasta los pibitos chiquitos."