Maziar Bahari
La odisea de un periodista preso en Irán
El clamor de la madre y otros familiares del documentalista y corresponsal de Newsweek en Teherán, acusado de complot contra el régimen de Ahmadineyad.
Por Christopher Dickey
Si el corresponsal de NEWSWEEK, Maziar Bahari, no estuviera detenido en una prisión de Teherán acusado de “actividades contra la seguridad nacional”, con la amenaza de una pena de muerte, sin siquiera contar con el permiso de ver a su propia madre, no habría nadie mejor para contar la historia de un iraní como él y las tragedias que su familia sufrió en los últimos años.
“No sé cuándo dejarán de ocurrir estas cosas tan terribles", se quejó Moluk Bahari, de 83 años de edad, consternada, enojada y sufriendo después de que Maziar fuera arrestado en su propio hogar en Teherán durante la mañana del 21 de junio. Moluk es el último apoyo emocional que tiene disponible. “No estaba haciendo nada malo. Estaba cumpliendo con su trabajo”, explicó. “No tienen por qué detenerlo así”.
Los que encarcelaron a Bahari lo pusieron en la misma bolsa que a los candidatos reformistas que acusan de tramar una “revolución de color”, como la revolución Naranja en Ucrania. A partir del sorprendente rechazo público del resultado de las elecciones del pasado 12 de junio, que terminaron con la reelección del actual presidente, Mahmud Ahmadineyad con una mayoría del 63 por ciento, el régimen aplicó todos los medios a su disposición para inculcar a los iraníes que los disturbios fueron un nefasto complot planeado por Gran Bretaña y por conspiradores en los medios. Se publicó una transcripción de una supuesta “conferencia de prensa” con Bahari donde él sugería haberse descarrilado por necesitar dinero y podría haber dado un punto de vista tendencioso de la situación. A su vez, especuló acerca de la posibilidad de que potencias extranjeras pueden estar usando a periodistas como espías.
Cualquiera que esté familiarizado con los comportamientos y prácticas que actualmente utiliza el régimen iraní puede darse cuenta de que esta elaborada declaración fue forzada. “Maziar es un periodista de larga data que siempre hizo lo imposible por cumplir con los más altos niveles de precisión en sus reportajes” aclaró el editor general de NEWSWEEK, Jon Meacham. “En sus más de diez años de carrera, siempre demostró ser muy justo y nunca se lo cuestionó”.
El 28 de junio, el Gobierno iraní anunció que otro periodista, el ciudadano griego-británico Iason Athanasiadis, había sido liberado tras permanecer detenido durante más de dos semanas. Según PressTV (un sitio web financiado por el Estado), Athanasiadis, que realizaba reportajes para The Washington Times, fue arrestado por “comportamiento antiético y poco profesional y por su papel en arengar los disturbios recientemente ocurridos”. Pero los cargos formales en su contra se remitieron únicamente a meras cuestiones técnicas relacionadas con su visa. Según el informe, la decisión final de liberar a Athanasiadis se basó en consideraciones “humanitarias” (actualmente, el único detenido extranjero que trabaja para grandes medios de comunicación extranjeros es Bahari, que es ciudadano iraní y canadiense).
Difícilmente Moluk encuentre consuelo en esas palabras. Ya muchas veces en estos años, la esperanza se convirtió en tragedia. En 2006, el marido de Moluk, Ali Akbar, un gerente retirado de una importante compañía constructora, falleció de un paro cardíaco. En 2007, Moluk se enteró de que su hijo mayor, Babak, quien se había mudado a Filadelfia hacía décadas y parecía haberle dado la espalda a su hogar y su patria, había fallecido. Maziar, en uno de sus viajes a Estados unidos, fue a visitar la tumba de Babak y tomó una fotografía para compartirla con su familia.
En 2008, la única hija de Moluk, Maryam, se enfermó de leucemia. Tras batallar valientemente contra la enfermedad, parecía haberse recuperado a principios de este año. Sin embargo, en febrero, ella también falleció. Maziar (42) es el único hijo de Moluk vivo. Y está en prisión, y su delito es una ficción política.
En el lapso de dos semanas, Maziar Bahari pudo utilizar el teléfono apenas dos veces. En ambas ocasiones, llamó a su madre y le pidió que no se preocupara, diciéndole que estaba bien. Pero Moluk —una de las pocas mujeres de su generación que fue a la universidad en Irán y obtuvo el título en química— no se deja engañar por los intentos de su hijo en hacerla sentir mejor. “Sólo deseo que Maziar regrese a casa”, dijo la noche en que lo arrestaron. “Quiero recuperar a mi hijo”. Orgullosa, no quiso hablar más del caso. Y uno se queda con la impresión de que, pese a todas las tragedias que sufrió en su vida, no va a ceder ante una injusticia.
Es justo por centrarse en historias de esta índole vividas por otras personas que Maziar Bahari es hoy uno de los documentalistas iraníes más conocidos y respetados de su generación. Produjo trabajos imaginativos, galardonados con múltiples premios en África, Irak y, por supuesto, el resto del mundo. Su talento especial, como describió el Harvard Film Archives, es “ofrecer un atisbo de la cultura contemporánea iraní desde adentro” para revelar “el elemento humano detrás de los titulares y captar las verdades culturales a través de la lente de la experiencia individual”.
En una película de Bahari, la profunda tristeza y el digno enojo de la madre habría sido más que elocuente. Pero quizás la cámara hubiera mostrado también a Jaled (27), el hijo de la difunta hija de Moluk, que ahora vive y trabaja en Australia. Él pertenece a la amplia población iraní que se dispersó por el mundo en los últimos 30 años.
“Lo primero que escuchaba cuando llamaba a Moluk eran noticias sobre Maziar, o, como le dice mi abuela, Mazi”, cuenta Jaled. “Siempre me daba cuenta de si Maziar estaba o no en Irán cuando escuchaba el tono de voz de mi abuela: alegre significaba que Maziar estaba allí, y si sonaba algo apagado, entonces era que Maziar no estaba en Irán”.
Jaled recuerda que después de la muerte del padre de Maziar, comenzó a pasar más tiempo en Teherán y se mudó al mismo edificio donde vive su madre. Con el tiempo, Maryam, su esposo y su hija adolescente también su mudaron allí. “Todos estaban felices de que Maziar viviera con Moluk, para ayudarla en sus decisiones cotidianas y darle el apoyo que ella necesita”, explica Jaled.
“Maryam, mi madre, es el familiar más cercano a Maziar. Recuerdo varias veces en las que ella justificaba algo sólo porque ‘lo dijo Maziar’. A pesar de ser 10 años mayor que Maziar, ella siempre contaba con él para solucionar sus problemas. Incluso trabajó con él en algunas de sus películas.
“La última vez que vi a mi madre fue en agosto de 2008”, dice Jaled. “No recuerdo exactamente sobre qué hablamos porque había muchas cosas: política (por supuesto), cine, arte, Irán, Australia, el mundo externo. Yo no tenía ni idea de que mi mamá tenía leucemia y que estaba con quimioterapia. Cuando murió, Maziar fue quien me dio la noticia. No fui a Irán, ni hablé de mi madre con muchos. Tampoco miré la filmación de su funeral.
“Excepto mi abuela, nadie lloraba cuando me hablaban por teléfono, y me imagino por qué”, cuenta Jaled. El sufrimiento de la familia iba mucho más allá de las lágrimas. “Maziar había perdido a una colega, a una hermana y una buena amiga. Mi padre había perdido todo y mi abuela, una vez más, enfrentaba otro desastre en muy poco tiempo”, agrega.
“Cuando arrestaron a Maziar, llamé a mi abuela”, dice Jaled. Fue entonces que Moluk le preguntó a su nieto cuándo terminaría todo este dolor. “Ella no cree que nada bueno vaya a suceder”, lamenta Jaled. Pero desearía ver a su hijo nuevamente, y pronto.
Si el corresponsal de NEWSWEEK, Maziar Bahari, no estuviera detenido en una prisión de Teherán acusado de “actividades contra la seguridad nacional”, con la amenaza de una pena de muerte, sin siquiera contar con el permiso de ver a su propia madre, no habría nadie mejor para contar la historia de un iraní como él y las tragedias que su familia sufrió en los últimos años.
“No sé cuándo dejarán de ocurrir estas cosas tan terribles", se quejó Moluk Bahari, de 83 años de edad, consternada, enojada y sufriendo después de que Maziar fuera arrestado en su propio hogar en Teherán durante la mañana del 21 de junio. Moluk es el último apoyo emocional que tiene disponible. “No estaba haciendo nada malo. Estaba cumpliendo con su trabajo”, explicó. “No tienen por qué detenerlo así”.
Los que encarcelaron a Bahari lo pusieron en la misma bolsa que a los candidatos reformistas que acusan de tramar una “revolución de color”, como la revolución Naranja en Ucrania. A partir del sorprendente rechazo público del resultado de las elecciones del pasado 12 de junio, que terminaron con la reelección del actual presidente, Mahmud Ahmadineyad con una mayoría del 63 por ciento, el régimen aplicó todos los medios a su disposición para inculcar a los iraníes que los disturbios fueron un nefasto complot planeado por Gran Bretaña y por conspiradores en los medios. Se publicó una transcripción de una supuesta “conferencia de prensa” con Bahari donde él sugería haberse descarrilado por necesitar dinero y podría haber dado un punto de vista tendencioso de la situación. A su vez, especuló acerca de la posibilidad de que potencias extranjeras pueden estar usando a periodistas como espías.
Cualquiera que esté familiarizado con los comportamientos y prácticas que actualmente utiliza el régimen iraní puede darse cuenta de que esta elaborada declaración fue forzada. “Maziar es un periodista de larga data que siempre hizo lo imposible por cumplir con los más altos niveles de precisión en sus reportajes” aclaró el editor general de NEWSWEEK, Jon Meacham. “En sus más de diez años de carrera, siempre demostró ser muy justo y nunca se lo cuestionó”.
El 28 de junio, el Gobierno iraní anunció que otro periodista, el ciudadano griego-británico Iason Athanasiadis, había sido liberado tras permanecer detenido durante más de dos semanas. Según PressTV (un sitio web financiado por el Estado), Athanasiadis, que realizaba reportajes para The Washington Times, fue arrestado por “comportamiento antiético y poco profesional y por su papel en arengar los disturbios recientemente ocurridos”. Pero los cargos formales en su contra se remitieron únicamente a meras cuestiones técnicas relacionadas con su visa. Según el informe, la decisión final de liberar a Athanasiadis se basó en consideraciones “humanitarias” (actualmente, el único detenido extranjero que trabaja para grandes medios de comunicación extranjeros es Bahari, que es ciudadano iraní y canadiense).
Difícilmente Moluk encuentre consuelo en esas palabras. Ya muchas veces en estos años, la esperanza se convirtió en tragedia. En 2006, el marido de Moluk, Ali Akbar, un gerente retirado de una importante compañía constructora, falleció de un paro cardíaco. En 2007, Moluk se enteró de que su hijo mayor, Babak, quien se había mudado a Filadelfia hacía décadas y parecía haberle dado la espalda a su hogar y su patria, había fallecido. Maziar, en uno de sus viajes a Estados unidos, fue a visitar la tumba de Babak y tomó una fotografía para compartirla con su familia.
En 2008, la única hija de Moluk, Maryam, se enfermó de leucemia. Tras batallar valientemente contra la enfermedad, parecía haberse recuperado a principios de este año. Sin embargo, en febrero, ella también falleció. Maziar (42) es el único hijo de Moluk vivo. Y está en prisión, y su delito es una ficción política.
En el lapso de dos semanas, Maziar Bahari pudo utilizar el teléfono apenas dos veces. En ambas ocasiones, llamó a su madre y le pidió que no se preocupara, diciéndole que estaba bien. Pero Moluk —una de las pocas mujeres de su generación que fue a la universidad en Irán y obtuvo el título en química— no se deja engañar por los intentos de su hijo en hacerla sentir mejor. “Sólo deseo que Maziar regrese a casa”, dijo la noche en que lo arrestaron. “Quiero recuperar a mi hijo”. Orgullosa, no quiso hablar más del caso. Y uno se queda con la impresión de que, pese a todas las tragedias que sufrió en su vida, no va a ceder ante una injusticia.
Es justo por centrarse en historias de esta índole vividas por otras personas que Maziar Bahari es hoy uno de los documentalistas iraníes más conocidos y respetados de su generación. Produjo trabajos imaginativos, galardonados con múltiples premios en África, Irak y, por supuesto, el resto del mundo. Su talento especial, como describió el Harvard Film Archives, es “ofrecer un atisbo de la cultura contemporánea iraní desde adentro” para revelar “el elemento humano detrás de los titulares y captar las verdades culturales a través de la lente de la experiencia individual”.
En una película de Bahari, la profunda tristeza y el digno enojo de la madre habría sido más que elocuente. Pero quizás la cámara hubiera mostrado también a Jaled (27), el hijo de la difunta hija de Moluk, que ahora vive y trabaja en Australia. Él pertenece a la amplia población iraní que se dispersó por el mundo en los últimos 30 años.
“Lo primero que escuchaba cuando llamaba a Moluk eran noticias sobre Maziar, o, como le dice mi abuela, Mazi”, cuenta Jaled. “Siempre me daba cuenta de si Maziar estaba o no en Irán cuando escuchaba el tono de voz de mi abuela: alegre significaba que Maziar estaba allí, y si sonaba algo apagado, entonces era que Maziar no estaba en Irán”.
Jaled recuerda que después de la muerte del padre de Maziar, comenzó a pasar más tiempo en Teherán y se mudó al mismo edificio donde vive su madre. Con el tiempo, Maryam, su esposo y su hija adolescente también su mudaron allí. “Todos estaban felices de que Maziar viviera con Moluk, para ayudarla en sus decisiones cotidianas y darle el apoyo que ella necesita”, explica Jaled.
“Maryam, mi madre, es el familiar más cercano a Maziar. Recuerdo varias veces en las que ella justificaba algo sólo porque ‘lo dijo Maziar’. A pesar de ser 10 años mayor que Maziar, ella siempre contaba con él para solucionar sus problemas. Incluso trabajó con él en algunas de sus películas.
“La última vez que vi a mi madre fue en agosto de 2008”, dice Jaled. “No recuerdo exactamente sobre qué hablamos porque había muchas cosas: política (por supuesto), cine, arte, Irán, Australia, el mundo externo. Yo no tenía ni idea de que mi mamá tenía leucemia y que estaba con quimioterapia. Cuando murió, Maziar fue quien me dio la noticia. No fui a Irán, ni hablé de mi madre con muchos. Tampoco miré la filmación de su funeral.
“Excepto mi abuela, nadie lloraba cuando me hablaban por teléfono, y me imagino por qué”, cuenta Jaled. El sufrimiento de la familia iba mucho más allá de las lágrimas. “Maziar había perdido a una colega, a una hermana y una buena amiga. Mi padre había perdido todo y mi abuela, una vez más, enfrentaba otro desastre en muy poco tiempo”, agrega.
“Cuando arrestaron a Maziar, llamé a mi abuela”, dice Jaled. Fue entonces que Moluk le preguntó a su nieto cuándo terminaría todo este dolor. “Ella no cree que nada bueno vaya a suceder”, lamenta Jaled. Pero desearía ver a su hijo nuevamente, y pronto.