Esos fantasmas que acechan...
Es un problema este, el de los fantasmas.
Hasta que la tecnología no hizo su bochornosa irrupción en la intimidad de las personas, eran seres, espectros o fantasías que se dedicaban a hacer surcos invisibles en el espacio; provocar algún incómodo ruido nocturno o –a lo sumo- mover cortinas o apagar velas en la oscuridad de la noche.
Molestaban, pero nadie podía incomodarlos, porque no existen, no se ven, no se sienten. Por definición, están para ver al hombre, no ser vistos por él.
Pero la tecnología, contundente y concreta, fue metiéndose en cuanto vericueto encontró en la vida de las personas, en los espacios públicos y privados, en los pensamientos y las formas. Y avanzó más. Mientras más píxeles tenga una cámara o más megas una memoria, más posibilidad de capturar lo increíble tienen. Aparatos del tamaño de una palma descubren, entonces, lo que el ojo humano jamás pudo ver. El alma. Los espíritus.
Quizás, por qué no, en los pensamientos. Los desnuda, tecno-impúdica como una verdad confesada a desgano.
“Este video es trucho”, dicen los escépticos, pero no pueden evitar darle play. Y verlo una y otra vez, reproducirlo en You Tube, subirlo a Facebook, enviarlo por mail. Con demasiada tensión previa para ser un dibujo o un “montaje”, el video del fantasma terminará instalándose en la memoria colectiva, hará reír o temer al más racional de los humanos.
“Te juro que es verdad, yo lo vi”, se arriesgan a decir algunos, como si ese juramento quitara toda posibilidad de sospecha sobre el fantasmita de la web.
El que no cree, minimiza y mira. El que cree, mira.
Porque en esos segundos en los que la cámara capta la figura espectral, se activan todas las otras imágenes que durante años duermen en el rincón más remoto de la mente. Empezando por el devaluado “Cuco” de los primeros años y terminando con los fantasmas de los muertos queridos, que no encuentran lugar en el cielo y andan haciéndose los caprichosos en la Tierra.
No hay montaje capaz de disfrazar los fantasmas que ya están adentro del alma. Los que permanecen en las casas, en las habitaciones de techos altos y luz apagada. NI hablar en los sótanos o los altillos, reductos preferidos de animas de todo tipo y talante.
Ninguna cámara de ningún celular o filmadora puede retener e inmortalizar los espectros que salieron de los cuentos infantiles y se acomodaron en el inconciente para no moverse más.
24CON encontró un fantasma “propio”, no “googleado” de otros sitios ni perdido en los laberintos profundos de Internet. Parecía, el fantasma, más asustado que los mortales, pero fantasma al fin. Quizás tenga razón el lector que dice que, por ser la calidad de un celular, la figura no sea más que una mujer de carne y hueso que recorre las tumbas de la Recoleta. Quizás la verdad la tenga la otra lectora que sostuvo que es el mismo espectro que deambula cerca de las vías y que ella misma ve desde la ventana de su habitación. Fantasma de un muerto que quedó atrapado en un ferrocarril, hace no sé cuántos años.
La única certeza es que la figura está. Y sea el fantasma de Perón o el de Michael Jackson, si están ahí es por algo. Para resaltar al líder o tributar un homenaje. O para pasarle viejas facturas.
Nada se sabe de ellos, solo que existen. Al menos, en el sinuoso, tumultuoso y también, por momentos espectral, universo de la Red.
Hasta que la tecnología no hizo su bochornosa irrupción en la intimidad de las personas, eran seres, espectros o fantasías que se dedicaban a hacer surcos invisibles en el espacio; provocar algún incómodo ruido nocturno o –a lo sumo- mover cortinas o apagar velas en la oscuridad de la noche.
Molestaban, pero nadie podía incomodarlos, porque no existen, no se ven, no se sienten. Por definición, están para ver al hombre, no ser vistos por él.
Pero la tecnología, contundente y concreta, fue metiéndose en cuanto vericueto encontró en la vida de las personas, en los espacios públicos y privados, en los pensamientos y las formas. Y avanzó más. Mientras más píxeles tenga una cámara o más megas una memoria, más posibilidad de capturar lo increíble tienen. Aparatos del tamaño de una palma descubren, entonces, lo que el ojo humano jamás pudo ver. El alma. Los espíritus.
Quizás, por qué no, en los pensamientos. Los desnuda, tecno-impúdica como una verdad confesada a desgano.
“Este video es trucho”, dicen los escépticos, pero no pueden evitar darle play. Y verlo una y otra vez, reproducirlo en You Tube, subirlo a Facebook, enviarlo por mail. Con demasiada tensión previa para ser un dibujo o un “montaje”, el video del fantasma terminará instalándose en la memoria colectiva, hará reír o temer al más racional de los humanos.
“Te juro que es verdad, yo lo vi”, se arriesgan a decir algunos, como si ese juramento quitara toda posibilidad de sospecha sobre el fantasmita de la web.
El que no cree, minimiza y mira. El que cree, mira.
Porque en esos segundos en los que la cámara capta la figura espectral, se activan todas las otras imágenes que durante años duermen en el rincón más remoto de la mente. Empezando por el devaluado “Cuco” de los primeros años y terminando con los fantasmas de los muertos queridos, que no encuentran lugar en el cielo y andan haciéndose los caprichosos en la Tierra.
No hay montaje capaz de disfrazar los fantasmas que ya están adentro del alma. Los que permanecen en las casas, en las habitaciones de techos altos y luz apagada. NI hablar en los sótanos o los altillos, reductos preferidos de animas de todo tipo y talante.
Ninguna cámara de ningún celular o filmadora puede retener e inmortalizar los espectros que salieron de los cuentos infantiles y se acomodaron en el inconciente para no moverse más.
24CON encontró un fantasma “propio”, no “googleado” de otros sitios ni perdido en los laberintos profundos de Internet. Parecía, el fantasma, más asustado que los mortales, pero fantasma al fin. Quizás tenga razón el lector que dice que, por ser la calidad de un celular, la figura no sea más que una mujer de carne y hueso que recorre las tumbas de la Recoleta. Quizás la verdad la tenga la otra lectora que sostuvo que es el mismo espectro que deambula cerca de las vías y que ella misma ve desde la ventana de su habitación. Fantasma de un muerto que quedó atrapado en un ferrocarril, hace no sé cuántos años.
La única certeza es que la figura está. Y sea el fantasma de Perón o el de Michael Jackson, si están ahí es por algo. Para resaltar al líder o tributar un homenaje. O para pasarle viejas facturas.
Nada se sabe de ellos, solo que existen. Al menos, en el sinuoso, tumultuoso y también, por momentos espectral, universo de la Red.
Direccion 24CON