Lo que Oculta la Ciudad
"Los problemas estaban latentes en todas las direcciones, arriba y debajo del escenario. Y de repente se escuchó el ruido de un disparo. Allí, en medio del público, el miedo se apoderaría de la situación…"
Sobre la Avenida Eva Perón al 6300 lo único que preocupaba esa mañana era el clima. El cielo amenazaba con una lluvia intensa que sólo complicaría las cosas recién entrada la tarde. Para ese entonces, llegaba Gonzalo.
Eran las 11:43 según el reloj de su celular, y esta sería una de las últimas veces que miraría la hora. En el lugar había poca gente, la justa en proporción al horario. Teniendo en cuenta además que ese feriado (lunes) del 25 de mayo se había asomado semi gris y frío, la escasez de público aún era más lógica.
Gonzalo había viajado en colectivo desde Isidro Casanova acompañado por dos amigos. Estaba un poco aturdido, producto de la borrachera en la que su cuerpo se había inmerso horas atrás, y por la que ahora soportaba sus consecuencias.
Los tres se acercaron a un puestito ubicado al costado del escenario a dejar lo que habían traído, sin obligación, para cumplir con el único requisito del festival: donar un libro o un alimento no perecedero. Ellos llevaban un manual de matemáticas Santillana viejo y descascarado.
Allí todo parecía desarrollarse a la perfección. Había chicos y hasta padres de familia. Nada llamativo. Mucho después, Gonzalo se iba a enterar que el extraño olor a comida que había, era producto del locro tradicional que se preparaba cerca del lugar, para conmemorar ingenuamente el año patrio del camino al bicentenario.
El lugar, de a poco, se iba copando. Ya sonaría “Pato Criollo” y luego “Santo Infierno”. Eran alrededor de las 15 y tal como dirán algunos de los concurrentes: “la gente ocupaba casi 3 cuadras a lo largo”. Por lo que se calculaban muy a ojo entre unas 15 o 20 mil personas ante unas cuantas horas de show y un caos predecible que ya comenzaba a tensar los sentidos de los organizadores del festival.
“Ciudad Oculta Rock” era un hecho. El festival se llevaba adelante como se podía, esperando ser el más convocante de los 25 consecutivos que se venían realizando desde que Corneta (fundador de Gardelitos) estaba con vida. Todo había empezado allá en el ’85 con un pequeño escenario dentro del barrio. Siempre, como estandarte, los 25 de mayo. El tiempo acrecentó la mística e hizo que ahora, alrededor de Gonzalo, haya tanta cantidad de gente como era de esperarse. Pero, a diferencia de los ciclos anteriores, el ambiente estaba mucho más turbio...
Las trabas
La suerte les rozó de lejos a los organizadores que, increíblemente, a medida que pasaban los minutos iban sufriendo un altercado tras otro. El principal había ocurrido el viernes anterior, cuando una llamada telefónica daba aviso a Alfonso (histórico coordinador de la movida) que el escenario y el sonido que le habían prometido las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires, se convertían en unas cuantas dulces palabras.
“Vamos a buscar por donde sea”, enseguida pensaron. Preservaron y consiguieron. Para el lunes tenían dos sets de sonido a disposición, pero instalarlos llevó tiempo y produjo el segundo inconveniente: la impaciencia. El festival empezó una hora más tarde, a eso de las 12, mientras se sumaban cada vez más columnas de gente que avanzaban desde el lado de General Paz y otras desde la calle Murguiondo, adentrándose por el corazón de la city.
En las primeras horas de la tarde, para el afuera, se cocinaba casi todo a punto. Sin embargo unos minutos después de “Canto Carretilla”, los astros no ayudaron y se largó la lluvia. Como solución se decidió hacer un parate de aproximadamente una hora, mientras algunos visionarios tapaban los instrumentos. Aunque para sorpresa de casi todos… algo faltaba. Uno de los grupos que había ofrecido dejar la batería toda la jornada, de repente, se desdijo, cambió de parecer, y con sus integrantes se fue la batería y la promesa. Para esa altura, y antes de que empiece Gardelitos, el panorama cobraría un revés y daría la sensación de que “todo era un caos”, recordará uno de los organizadores.
“Teníamos todo vallado, por atrás del escenario estaba lleno de gente, tanto músicos como invitados. Nosotros éramos 5 ó 6 tratando de ver y cuidar todo, para que no se metieran del público. Esa espera hizo caldear más la cosa. Como fue mucha gente a divertirse, mucha otra fue a arruinar la fiesta”, dirá Alonso días después a revista Filo.
La expectativa
Semanas antes del episodio, la bola de la puesta en marcha del “Ciudad Oculta Rock” se había corrido por todos lados. Medios chicos, grandes, anónimos, y tantos otros etcéteras como comentarios de boca en boca, hicieron eco de la data. Pero, en vez de ayudar, cierta información iba a entorpecer el evento en el que milagrosamente no se registraron muertes. Por un lado, circuló la idea de que “Dady” Brieva se haría cargo de la conducción, aspecto que al fin y al cabo importaba poco y que lógicamente no terminó sucediendo. Por el otro, la fabulación de que “Viejas Locas” volvería a tocar luego de 9 años se relampagueó como premisa verdadera en la mente de muchos. Creencia que tal vez cobró más fuerza tras difundirse con certeza la asistencia de Fabián “Fachi” Crea (ex bajista del grupo) junto a su actual banda “Motor Loco”.
Sin embargo hasta ese lunes 25 por la tarde, la presencia de Cristian “Pity” Álvarez en los escenarios iba a ser dudosa. Estaba palabreado “para que termine el recital él solo con la guitarra, algo tranquilo”, dirán luego. Aunque en el transcurso del festival la expectativa de todos se iba disolviendo, aumentando el nerviosismo, y cayendo definitivamente cuando solamente unos pocos sabrían que Pity…, finalmente no iba a ir.
Los hechos
Para las 17 Gonzalo ya no estaba cómodo. El clima meteorológico no ayudaba, y el que acontecía ahí dentro, menos. “Ví cómo le robaban el celular con total impunidad a una piba que estaba al lado mío. Pasaban unos flacos y te quitaban la gorra o la mochila”, explicará a este medio. De todas formas hizo vista gorda y se quedó hasta el inesperado y obligatorio final, donde se vio inmerso en una corrida multitudinaria general.
Por su parte Miguel, otro testigo directo de los hechos, recordará: “En la valla había un par de tipos que le pegaban a los rollingas que estaban entre la gente, les tiraban piñas y palos. Uno se calló y le dieron con palazos y le robaron la ropa entre 4 ó 5”.
Las más de 15 mil personas del público se hacían carne de cañón. Según fundamentarán algunos, la gente no sólo venía de Ciudad Oculta, sino “de todas partes”. La masa se hacía cada vez más insostenible y los robos no cesaban. El festival al aire libre se convertía en un festín que muchos aprovecharon porque “ya sabían que iba a agruparse mucha gente y lamentablemente fueron a laburar ahí”.
Las historias son muchas. Pasarán tal vez como una anécdota más de un recital de rock, o como una desgracia con suerte. “Mientras iba para las vayas de los reservados, un agente de seguridad escondía una 38mm en su campera y la agitaba como un desodorante de ambiente cada vez que la plebe enloquecida hacía avalancha agitando ‘Viejaslo...’”, comentará Ezequiel, un joven de Morón. Aunque según expresarán más adelante los encargados de la organización, “no tenían efectivos de seguridad” más que el apoyo de algunos policías de la Federal que, según comentario generalizado, brillarían por su ausencia.
El bardo y los tiros
“Ely” de Gardelitos se estaba despidiendo de la gente mientras se secaba las gotas de lluvia de su frente y le daba el pase más adelante a Motor Loco. Ya para las 19 la cosa iba a desbandarse. Los problemas estaban latentes en todas las direcciones, arriba y debajo del escenario. Y de repente se escuchó el ruido de un disparo. Allí, en medio del público, el miedo se apoderaría de la situación.
-Vámonos a la mierda-, le aconsejó Gonzalo a sus amigos.
-Se armó el quilombo, corramos para Murguiondo- le contestaron.
Tal como recordarán varias fuentes, fueron en total 6 tiros los que se dispararon
al aire, y los que provocaron una estampida de gente, que corrió desesperada para encontrar refugio, y no sólo de las balas, también de las botellas. “Era una lluvia de botellas, se revoleaban de todo”, comentarán.
La rubia y el supuesto muerto
“Había una piba rubia entre el público que estaba tirada en el piso, llorando desesperada, estaba cubierta de sangre. Se abrió una ronda entre la gente y en seguida se la llevaron”, dirá Ezequiel. De la mujer se presumirán muchas cosas. La principal, que tendría un tiro en la mano, imagen que luego quedaría impregnada en la retina de los impresionados testigos, los mismos que al instante la perderían de vista.
En cuanto a las piñas, todos darán sus conjeturas paso a paso de cómo se sucedieron los hechos. Algunos comentarán que la revuelta se habría originado en el seno de un reducido grupo de personas. Que un pibe (el supuesto muerto) se habría resistido al robo y que luego de dejar en claro su postura con un “largá el fierro, me la aguanto sólo”, habría comenzado la batalla. Sin embargo, el destino de este “héroe” retobado sería incierto. Sobretodo, luego de haber recibido una tremenda golpiza colectiva, y como consecuencia de eso lo peor: “Debe estar muerto”. Ese fue el pensamiento general que sólo se refutaría una vez concluido el ¿show?
Otros asegurarán haber escuchado rumores que implicaban a hinchas de Chicago; o que los tiros y las piñas eran producto de una vieja disputa entre los punteros de Ciudad Oculta y los de Barrio Nuevo (lugar que también pertenece a la villa). Pero nadie lo afirmaría con seguridad. En definitiva sería lo menos importante, porque para ese entonces, con Motor Loco sobre el escenario, sobre la Avenida Eva Perón, lo único que preocupaba ya no era la lluvia, sino correr, hacia cualquier dirección.
“A penas escuchamos el primer tiro dijimos: ‘basta, ya fue, apaguen todo’. Nos asustamos. Por eso paramos el festival, y al rato recorrimos todo el lugar”, confesará Alfonso.
Las conclusiones y el “nunca más”
A una hora de los incidentes, las corridas y los gritos, en la calle quedaban solamente los rezagados, aquellos que aún conservaban la esperanza de que aparezca Pity, o los que se habían quedado con las ganas de ver a Heróicos sobrevivientes, a Pier, o a Hijos del Oeste, bandas que nunca llegaron a tocar tras la suspensión. La masa se disiparía. Gonzalo y sus amigos volverían ilesos a Isidro Casanova, como tantos otros, rogando que los choferes de colectivos se apiaden y decidan levantarlos.
En cuanto a los grupos, “se la bancaron un montón. Estuvieron toda la tarde esperando. Yo iba a cada rato y les decía que se nos había complicado, pero ellos fueron muy respetuosos”, explicará Alfonso. Pero esa noche sería muy larga: “Nos caíamos a pedazos”. Y como si fuera una premonición, confesará: “Ya en la semana anterior al recital sentía que nos iban a pasar por encima. Que no lo íbamos a poder manejar, porque somos pocos”.
El Ciudad Oculta Rock, por primera vez en 25 años, se desbandó, y las cosas nos salieron como debían. Los que asistieron, conservarán la bronca por varios días y se llevarán consigo el susto de sus vidas. Los que lo organizaron, confirmarán: “Sabemos que ahí no lo podemos hacer más”.