Revista 7 Días

Dos viudos no muy alegres

Comparten, no sólo la acusación de haber matado a sus esposas, sino que –desde el jueves– también el mismo pabellón. Mientras Carrascosa se readapta a la prisión, Arce se dedica a enseñar inglés y producir humus orgánico con residuos en la cárcel.

Un macabro juego de coincidencias. Dos mujeres fusiladas sin piedad, con esa clase de ensañamiento que sólo tiene lugar cuando intervienen la pasión y el rencor. Ambos crímenes perpetrados en inexpugnables barrios privados, uno en el exclusivo Carmel de Pilar, el otro, en el hasta entonces tranquilo Remanso de Exaltación de la Cruz. Entre las dos víctimas sumaron nueve balazos. A la primera, cinco proyectiles le dejaron la cabeza como un colador. A la segunda cuatro fogonazos por la espalda no le dieron chance para nada. Y sus respectivos maridos apuntados como los principales responsables de las muertes. Partícipes necesarios de un engranaje familiar preocupado en que nunca se sepa la verdad. Demasiado en común. Una exagerada combinación de casualidades amargas que el último jueves tuvo su capítulo tragicómico. En su celda de la Unidad Nº 41 ubicada sobre la ruta 6 de la ciudad bonaerense de Campana, José Arce debió interrumpir la lectura de un libro de enseñanza de inglés. “Tenés visitas, Pepe”, bromeó el guardiacárcel. Ya sin las esposas, Carlos Carrascosa ingresó en lo que va a ser su nuevo alojamiento por un tiempo largo. Como en un trillado guión del peor Hollywood, los dos presuntos viudos asesinos más famosos del país comparten, además de un destino de sombras, una celda de cinco por cinco.

“Me es indiferente”.  “Ojo que yo no soy Carrascosa”, avisaba José Arce en abril cuando en cadena nacional era arrastrado al móvil policial que tenía que conducirlo ante el juez para dar explicaciones. Según los investigadores, Arce, con financiamiento de su madre Elsa Aguilar de 79 años, habría contratado a dos sicarios para ultimar a Roxana Galliano en la noche del 16 de enero de 2008. La acusación se tradujo en un procesamiento con prisión preventiva primero y luego en una estada forzada en el penal de Campana. Paradójicamente en el mismo minúsculo espacio físico ocupado por Carrascosa  durante los 35 días que estuvo arrestado antes de pagar la fianza que le devolvió una transitoria libertad y a donde volvió el pasado jueves a la mañana.

“Me es indiferente estar preso con Carrascosa, pero a ustedes los periodistas les encanta”, afirma Arce desde el otro lado de la línea. En seguida pide apurar la charla porque “le quedan dos minutos de tarjeta” y confirma la noticia que desvela a los escritores de crónicas policiales: “Sí, está acá conmigo, ahora está dando vueltas por el penal. Se está readaptando”, revela un tanto molesto, quizás por saberse corrido del foco de atención.

“¿Por que no me preguntás por mi situación? Ya te adelanto que en unos pocos días más voy a estar afuera otra vez. No pueden seguir teniéndome preso”, arriesga con su habitual tono fanfarrón, algo que su abogado Ramiro Rúa corrobora: “Vamos a apelar la ‘preventiva’ por la falta de medidas probatorias. Esto quiere decir que las pruebas que hoy tiene el juez no alcanzan para que Arce esté detenido. Por eso creo que mi cliente va a esperar el inicio del juicio oral en la casa”.

Tanto Arce como Carrascosa ocupan el pabellón destinado a los detenidos mayores, una población carcelaria longeva que se caracteriza por la buena conducta. Allí, Arce cumple religiosamente una rutina que pretende compartir con su nuevo vecino de celda. Se levanta muy temprano a la mañana y camina seis kilómetros alrededor del penal. Luego de la ducha se entrega a su nuevo pasatiempo favorito: la producción de humus orgánico. Arce se encarga de transformar todos los residuos de la penitenciaria en abono para las plantas. Pero esta inesperada actividad no es la única que le permite convivir en armonía con el resto de los presos. Arce también se dedica a enseñar inglés dentro de la penitenciaría. “Estoy de muy buen ánimo. Leo mucho y además puedo ayudar a otras personas. Así que nadie se mete conmigo”, resalta el hombre. Aunque Arce no lo admita, los presidiarios sienten por él algo más que un simple respeto. “Algunos le dicen ídolo o maestro por haber asesinado a su mujer, que supuestamente le era infiel.  Pero, además, su temperamento y la popularidad que tomó el caso le hacen tener cierto peso en el pabellón”, relata un empleado del penal.   


La nueva morada. La cárcel de Campana es una de las más modernas del Servicio Penitenciario Bonaerense. El establecimiento es de mediana seguridad y cuenta con talleres, cocina, panadería y carnicería, además de la escuela primaria y secundaria con su respectiva biblioteca. Dentro de ese imponente predio, Carlos Carrascosa deberá cumplir una reclusión perpetua por el crimen de su esposa María Marta García Belsunce cometido en 2002. Por su parte la Justicia todavía debe dictaminar si José Arce fue el instigador del asesinato de Roxana Galliano. Los tiempos procesales de uno y otro son hasta el momento la única diferencia que se descubre en este espantoso juego de parecidos.

Fotos: Sol Lisdero y archivo 7 DÍAS.