Acusa a su yerno de prostituir y "desaparecer" a su hija
Julia Ferreira no puede dar con su hija desde 2004. Su yerno tendría un burdel donde la mantenía alejada del hogar familiar. La Justicia lo encarceló por "proxenetismo", pero salió en libertad. Temen que la joven haya caído en una red de "trata de blancas".
Julia Ferreira quedó viuda hace 12 años. No fue su única pérdida. Dice constantemente que “no la crió para eso”, pero sabe que Andrea Noemí López de 30 años, su hija, es prostituta. Pero “obligada”, porque según comenta la mujer, “a Andrea la metió en eso su pareja, el boxeador (campeón argentino) Víctor Manuel Purreta". Y ahora está desaparecida.
La mañana del 11 de febrero de 2004, la capital pampeana fue testigo del último encuentro que Andrea tuvo con un familiar suyo. “La hermana, mi otra hija de 19, la cruzó cuando ella estaba comprando cosas para el nene (Andrea tuvo un hijo con el boxeador, Carlos Emanuel) que empezaba el jardín”. Carlos, para ese entonces, tenía 5 años y se despidió de su madre la noche anterior. Nunca más volvió a sentir su calor.
Fue en la madrugada del 10 cuando Andrea, en un confuso episodio que más adelante contará su pareja en el banquillo, se dio a la “fuga” a las 5 am. Desapareció. “Purreta dice que no, pero para mí tiene relación con la desaparición de mi hija”. Julia recién se enteraría del suceso a los 20 días, porque no la veía muy seguido a su hija: el hombre la mantenía alejada y “ocupada”.
Se dice que Purreta era socio de un cabaret en Pehuajó, provincia de Buenos Aires, donde llevó a su mujer en varias ocasiones a trabajar. “Empezó a sacarla de la provincia cuando yo me enteré de lo que estaba pasando, que no fue mucho antes de su desaparición”. Del cabaret surgirán algunas versiones que vinculan a un presunto socio del boxeador, asesinado el 13 de julio. “Juan Carlos Morán me llamó antes de que lo envenenen y me dijo que Andrea estaba en Daireaux, Buenos Aires”, confió la madre a este medio. Hasta la fecha, no hay detenidos por esta causa.
Para diciembre del mismo año, decidida, enfurecida y ayudada por decenas de testimonios, Julia le metió una denuncia a Purreta que lo llevaría a prisión los próximos tres años. Sin embargo, la condena dictada en junio de 2005 por “proxenetismo” era de cinco, “pero salió por buena conducta y por ser la primera vez que estaba en prisión”. Dolorida, la viuda no tuvo más remedio que comenzar a pelear la tenencia de su nieto. Y lo logró.
El testimonio de Purreta sobre la noche del 10 de febrero de 2004 es el siguiente: había dos amigos de él en la casa. Andrea le pide de hablar a solas. No lo hacen. Los amigos se van y él se acuesta. Andrea, sigue levantada. El boxeador admite haber escuchado a sus amigos volver y cuando se desperezó, tipo cinco de la mañana, Andrea se había “ido”. Julia no duda en desmentir esta versión: “si no hubiese tenido nada que ver, la habría protegido. Además, nunca se acercó a decirme <su hija está desaparecida, no la encuentro>.
Durante la relación que Andrea mantuvo con Purreta, siempre según el testimonio de la mujer, hubo golpes. “Él le pegaba constantemente y ella, de vez en cuando, venía a casa a refugiarse. Pero él la denunciaba por abandono de hogar y ella tenía que volver”, dijo Ferreira. Pero Julia comenzó a dudar: “me daba cuenta que volvía por dos cosas, por el nene y porque sentía una suerte de abstinencia. Estaba enjaulada”. Más adelante dirá que supone que el hombre le daba drogas. Un flagelo común en las redes de trata de blancas.
Es junio de 2009. Cuatro años pasaron del juicio, y un lustro de la desaparición. Carlos Emanuel está pronto a cumplir los once años. La familia, incompleta, se obligó a continuar con su vida. Su hermano mayor conserva su empleo en el cementerio parque de Santa Rosa. Los otros dos siguen ocupados en el frigorífico del lugar. La más chica, cuida nenes. Pero, sin dudas, Andrea perdió su antiguo empleo en la fábrica de zapatillas Calzar y su secretariado comercial semi nocturno.
Hace poco menos de diez días, un llamado alertó al sistema de recompensas público y avivó la esperanza de Julia. El anónimo decía que la joven “estaba tirada en un aljibe” del lugar. Asistió Bomberos, Policía y toda la tropa. Buscan su cuerpo y la recompensa por hallarlo: un solo dato fehaciente “que permita dar con el paradero” se paga $50 mil.
Nada hubo en dicha fuente.
La mañana del 11 de febrero de 2004, la capital pampeana fue testigo del último encuentro que Andrea tuvo con un familiar suyo. “La hermana, mi otra hija de 19, la cruzó cuando ella estaba comprando cosas para el nene (Andrea tuvo un hijo con el boxeador, Carlos Emanuel) que empezaba el jardín”. Carlos, para ese entonces, tenía 5 años y se despidió de su madre la noche anterior. Nunca más volvió a sentir su calor.
Fue en la madrugada del 10 cuando Andrea, en un confuso episodio que más adelante contará su pareja en el banquillo, se dio a la “fuga” a las 5 am. Desapareció. “Purreta dice que no, pero para mí tiene relación con la desaparición de mi hija”. Julia recién se enteraría del suceso a los 20 días, porque no la veía muy seguido a su hija: el hombre la mantenía alejada y “ocupada”.
Se dice que Purreta era socio de un cabaret en Pehuajó, provincia de Buenos Aires, donde llevó a su mujer en varias ocasiones a trabajar. “Empezó a sacarla de la provincia cuando yo me enteré de lo que estaba pasando, que no fue mucho antes de su desaparición”. Del cabaret surgirán algunas versiones que vinculan a un presunto socio del boxeador, asesinado el 13 de julio. “Juan Carlos Morán me llamó antes de que lo envenenen y me dijo que Andrea estaba en Daireaux, Buenos Aires”, confió la madre a este medio. Hasta la fecha, no hay detenidos por esta causa.
Para diciembre del mismo año, decidida, enfurecida y ayudada por decenas de testimonios, Julia le metió una denuncia a Purreta que lo llevaría a prisión los próximos tres años. Sin embargo, la condena dictada en junio de 2005 por “proxenetismo” era de cinco, “pero salió por buena conducta y por ser la primera vez que estaba en prisión”. Dolorida, la viuda no tuvo más remedio que comenzar a pelear la tenencia de su nieto. Y lo logró.
El testimonio de Purreta sobre la noche del 10 de febrero de 2004 es el siguiente: había dos amigos de él en la casa. Andrea le pide de hablar a solas. No lo hacen. Los amigos se van y él se acuesta. Andrea, sigue levantada. El boxeador admite haber escuchado a sus amigos volver y cuando se desperezó, tipo cinco de la mañana, Andrea se había “ido”. Julia no duda en desmentir esta versión: “si no hubiese tenido nada que ver, la habría protegido. Además, nunca se acercó a decirme <su hija está desaparecida, no la encuentro>.
Durante la relación que Andrea mantuvo con Purreta, siempre según el testimonio de la mujer, hubo golpes. “Él le pegaba constantemente y ella, de vez en cuando, venía a casa a refugiarse. Pero él la denunciaba por abandono de hogar y ella tenía que volver”, dijo Ferreira. Pero Julia comenzó a dudar: “me daba cuenta que volvía por dos cosas, por el nene y porque sentía una suerte de abstinencia. Estaba enjaulada”. Más adelante dirá que supone que el hombre le daba drogas. Un flagelo común en las redes de trata de blancas.
Es junio de 2009. Cuatro años pasaron del juicio, y un lustro de la desaparición. Carlos Emanuel está pronto a cumplir los once años. La familia, incompleta, se obligó a continuar con su vida. Su hermano mayor conserva su empleo en el cementerio parque de Santa Rosa. Los otros dos siguen ocupados en el frigorífico del lugar. La más chica, cuida nenes. Pero, sin dudas, Andrea perdió su antiguo empleo en la fábrica de zapatillas Calzar y su secretariado comercial semi nocturno.
Hace poco menos de diez días, un llamado alertó al sistema de recompensas público y avivó la esperanza de Julia. El anónimo decía que la joven “estaba tirada en un aljibe” del lugar. Asistió Bomberos, Policía y toda la tropa. Buscan su cuerpo y la recompensa por hallarlo: un solo dato fehaciente “que permita dar con el paradero” se paga $50 mil.
Nada hubo en dicha fuente.