Radiografía de las mulas de la cocaína
Cruzan la frontera con drogas encapsuladas en su estómago. Cómo tragan la cocaína, cuánto le pagan y para qué sirven. Las que mueren, son "destripadas" para sacarles el cargamento.
Se la jugó. Temblaba y la incertidumbre sellaba su cara marchitada a los 35 años. Pensaba y esbozaba una sonrisa de complicidad hacia sus hijas con quienes viajaba. Soñaba verde y hacía cuentas de todo lo que podía resolver con mil dólares. Dejó atrás la duda por una migaja del sueño americano. Envolvió a una de las nenas en cocaína y a la ruta. Había llegado desde Bolivia en busca de un futuro mejor en la Argentina y fue famosa por un día. Ocupó la tapa de los principales medios nacionales que hace unas horas decían: “Gendarmería incautó cocaína adosada al cuerpo de una madre y su hija”. Nadie se sorprendió. Tan volátil la noticia se esfumó en el efímero virtual y esos diarios ya sirven para envolver huevos. Avanzamos para atrás. El martes pasado se incautaron 3 toneladas de marihuana trasladada en un camión por un valor de los 13 millones de pesos y el lunes 11 se secuestraron más de 200 kilos de cocaína. El sábado 9 se secuestró 21 kilos. El jueves 7 se confiscaron sellos migratorios apócrifos y cocaína en un ex frigorífico abandonado en Balvanera, donde vivían travestis traficantes. El martes 5 se secuestraron 51 kilos de “permanganato de potasio”, una sustancia utilizada para la elaboración de pastillas de diseño. El sábado 2 se detuvo a una persona con varios kilos blancos. Y el viernes 1 de mayo se incautaron casi 42 kilos de cocaína por medio millón de pesos que había ingresado en avión desde Bolivia el día del trabajador. Todo esto en lo que va del mes sólo por Gendarmería.
En tiempos de recesión y desocupación la venta de droga no para. Ayer tuve acceso a un material exclusivo dónde se ve como a un camello humano (se llama así cuando lleva más cargamento que una mula) le sacaron de entre las tripas más de 100 cápsulas de cocaína. Fue operado porque se moría.
A la movida efedrina se suman los percusores químicos para drogas de diseño y el aumento de cocinas (y de paco para todos). El año pasado se encontró en Santiago del Estero una rudimentaria casa rodante que se usaba como laboratorio itinerante. Sus dueños se hacían pasar por pescadores. Se dice que por una cocina o laboratorio que se encuentra, hay decenas funcionando. Hasta el 2005, y en sólo un año y medio se hallaron 28 laboratorios clandestinos de droga (según datos oficiales de la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico). En esas cocinas se convierte la pasta base en cocaína lista para el consumo. Hace 5 años se descubrían cuatro laboratorios por año. En lo que va del 2009, Gendarmería Nacional lleva incautadas 15 toneladas de marihuana y otras tantas de cocaína.
No hay trabajo y hay que poner el cuerpo. El propio y el de los hijos. En la India los mutilan para hacer más rentable el pedido de limosna de quienes nacen y mueren en las calles. En Medio Oriente, los chicos portan arman desde que nacen mientras se preparan para inmolarse. Por estos parajes latinoamericanos, las propias madres alistan a sus hijos como traficantes. Legado posmoderno, se crían como mulas y a lo sumo aspiran a ser camellos. Son miles de personas que cada año tratan de pasar la frontera con el estómago lleno. Su nombre viene de los años 70, cuando los narcos utilizaban estos animales para el contrabando de marihuana. Correos humanos, el tráfico con mulas de cocaína no tiene estadísticas: se sabe que por una detenida, hay muchas más que logran pasar. Para los narcotraficantes este transporte humano es muy efectivo, porque se engaña a los perros y a los sistemas de control.
La metodología es siempre igual. Los reclutadores buscan personas sin destino y sin antecedentes penales para evitar riesgos en los controles. Se preparan con anticipación. Les enseñan a tragar trozos de zanahoria, salchichas y uvas sin masticar para ejercitar al esófago y evitar vómitos. Dos días antes de viajar, la mula tiene que suspender la ingestión de sólidos y tomar solo caldo. Entonces se envuelve la cocaína en cápsulas de los dedos de guantes quirúrgicos, con tres capas: dos de guantes y una de papel carbón para despistar posibles rayos X. Se atan con hilo dental y se sumergen en miel. Para que las mulas resistan un viaje de doce o quince horas, los traficantes les aplican un medicamento que retarda los movimientos digestivos y que actúa como tranquilizante. Saben que tienen que pasar por delante de ojos atentos que “escanearán” su manera de caminar, sus gestos, su ropa. Las mulas llegan extenuadas a destino: no han comido ni dormido (casi nada) después de tragar las cápsulas (que les lleva varias horas). Llenos de sueño, bostezan, tienen los ojos vidriosos. Se nota. La mujer boliviana (no se puede decir su nombre por razones de sumario) tiembla de ansiedad, angustia y esperanza. Se traslada a la capital de Jujuy. Utiliza fajas elásticas para ocultar los paquetes con droga. No alcanza: Gendarmería Nacional está revisando vehículos en el control Puesto del Marqués, sobre la Ruta Nacional 9, en Jujuy. Los integrantes del Escuadrón 21 detienen la marcha de un ómnibus procedente de La Quiaca que se dirigía a San Salvador. La mamá lo presiente y se le nota. Los gendarmes la hacen bajar. Deciden revisarla a ella y a las chicas y “descubren 4 kilos 350 gramos de cocaína transportados ocultos en la cintura de ella y de una de sus hijas de 10 años”. La llevan a un improvisado cuarto para sacarles la droga de la cintura. Queda detenida. El parte de prensa de Gendarmería termina así: “Al efectuar los controles, los gendarmes observaron el estado de nerviosismo de la mujer de 35 años que viajaba con 2 niñas. Con la intervención del personal femenino de la Fuerza se constata que tanto la madre como una de las menores de tan solo 10 años, tenían adheridas en la zona de la cintura “fajas” elásticas que sostenían paquetes con cocaína”. Intervino el Juzgado Federal de Jujuy. Nadie sabe como terminará una madre que ha decidido iniciar a su hija en la vida de una mula. Y a dónde irán las niñas. Sólo se conoce que un ser humano puede cargar hasta un kilo y medio de cocaína en su organismo. Y que tiene de uno a dos días para expulsar las cápsulas. Cumplido ese plazo empieza la cuenta regresiva y hay riesgo de muerte porque los jugos gástricos comienzan a romper las cápsulas. Cada tanto aparece una mula muerta cuyo cuerpo nadie reclama. Antes la abrieron como un sapo para sacarle el cargamento más cotizado que la vida. Si sobrevive y no es descubierta, la mula cobrará mil dólares por su viaje de ida.
En tiempos de recesión y desocupación la venta de droga no para. Ayer tuve acceso a un material exclusivo dónde se ve como a un camello humano (se llama así cuando lleva más cargamento que una mula) le sacaron de entre las tripas más de 100 cápsulas de cocaína. Fue operado porque se moría.
A la movida efedrina se suman los percusores químicos para drogas de diseño y el aumento de cocinas (y de paco para todos). El año pasado se encontró en Santiago del Estero una rudimentaria casa rodante que se usaba como laboratorio itinerante. Sus dueños se hacían pasar por pescadores. Se dice que por una cocina o laboratorio que se encuentra, hay decenas funcionando. Hasta el 2005, y en sólo un año y medio se hallaron 28 laboratorios clandestinos de droga (según datos oficiales de la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico). En esas cocinas se convierte la pasta base en cocaína lista para el consumo. Hace 5 años se descubrían cuatro laboratorios por año. En lo que va del 2009, Gendarmería Nacional lleva incautadas 15 toneladas de marihuana y otras tantas de cocaína.
No hay trabajo y hay que poner el cuerpo. El propio y el de los hijos. En la India los mutilan para hacer más rentable el pedido de limosna de quienes nacen y mueren en las calles. En Medio Oriente, los chicos portan arman desde que nacen mientras se preparan para inmolarse. Por estos parajes latinoamericanos, las propias madres alistan a sus hijos como traficantes. Legado posmoderno, se crían como mulas y a lo sumo aspiran a ser camellos. Son miles de personas que cada año tratan de pasar la frontera con el estómago lleno. Su nombre viene de los años 70, cuando los narcos utilizaban estos animales para el contrabando de marihuana. Correos humanos, el tráfico con mulas de cocaína no tiene estadísticas: se sabe que por una detenida, hay muchas más que logran pasar. Para los narcotraficantes este transporte humano es muy efectivo, porque se engaña a los perros y a los sistemas de control.
La metodología es siempre igual. Los reclutadores buscan personas sin destino y sin antecedentes penales para evitar riesgos en los controles. Se preparan con anticipación. Les enseñan a tragar trozos de zanahoria, salchichas y uvas sin masticar para ejercitar al esófago y evitar vómitos. Dos días antes de viajar, la mula tiene que suspender la ingestión de sólidos y tomar solo caldo. Entonces se envuelve la cocaína en cápsulas de los dedos de guantes quirúrgicos, con tres capas: dos de guantes y una de papel carbón para despistar posibles rayos X. Se atan con hilo dental y se sumergen en miel. Para que las mulas resistan un viaje de doce o quince horas, los traficantes les aplican un medicamento que retarda los movimientos digestivos y que actúa como tranquilizante. Saben que tienen que pasar por delante de ojos atentos que “escanearán” su manera de caminar, sus gestos, su ropa. Las mulas llegan extenuadas a destino: no han comido ni dormido (casi nada) después de tragar las cápsulas (que les lleva varias horas). Llenos de sueño, bostezan, tienen los ojos vidriosos. Se nota. La mujer boliviana (no se puede decir su nombre por razones de sumario) tiembla de ansiedad, angustia y esperanza. Se traslada a la capital de Jujuy. Utiliza fajas elásticas para ocultar los paquetes con droga. No alcanza: Gendarmería Nacional está revisando vehículos en el control Puesto del Marqués, sobre la Ruta Nacional 9, en Jujuy. Los integrantes del Escuadrón 21 detienen la marcha de un ómnibus procedente de La Quiaca que se dirigía a San Salvador. La mamá lo presiente y se le nota. Los gendarmes la hacen bajar. Deciden revisarla a ella y a las chicas y “descubren 4 kilos 350 gramos de cocaína transportados ocultos en la cintura de ella y de una de sus hijas de 10 años”. La llevan a un improvisado cuarto para sacarles la droga de la cintura. Queda detenida. El parte de prensa de Gendarmería termina así: “Al efectuar los controles, los gendarmes observaron el estado de nerviosismo de la mujer de 35 años que viajaba con 2 niñas. Con la intervención del personal femenino de la Fuerza se constata que tanto la madre como una de las menores de tan solo 10 años, tenían adheridas en la zona de la cintura “fajas” elásticas que sostenían paquetes con cocaína”. Intervino el Juzgado Federal de Jujuy. Nadie sabe como terminará una madre que ha decidido iniciar a su hija en la vida de una mula. Y a dónde irán las niñas. Sólo se conoce que un ser humano puede cargar hasta un kilo y medio de cocaína en su organismo. Y que tiene de uno a dos días para expulsar las cápsulas. Cumplido ese plazo empieza la cuenta regresiva y hay riesgo de muerte porque los jugos gástricos comienzan a romper las cápsulas. Cada tanto aparece una mula muerta cuyo cuerpo nadie reclama. Antes la abrieron como un sapo para sacarle el cargamento más cotizado que la vida. Si sobrevive y no es descubierta, la mula cobrará mil dólares por su viaje de ida.
Periodista. Cronista del Programa GPS. Especial para 24CON