El Búfalo puede terminar con tu vida
Un juego mortal acecha las escuelas bonaerenses. Importado de Internet, tiene en la humillación el arma más peligrosa de todas.
Emanuel no puede respirar. Se pone rojo, los ojos parecen salirse de su órbita. Pasa el tiempo, no lo sueltan. Todos miran. Se está poniendo azul y le cantan: “Sos camaleón, cambiás de color”. El búfalo le grita al oído, el resto de sus amigos festeja y Emanuel no respira. “Largálo, se va a morir”, dijo uno. El niño de lentes cayó como desmayado. Esta vez se recuperó, pero no de la humillación.
Son cuatro chicos más el bull los que rodean a Emanuel, de 11 años. Otra vez no paran hasta que la víctima se pone lila. Se burlan, le dicen inservible, “Harry Potter no servís”, lo humillan, lo patean entre todos. Nadie ve nada. En el recreo de la escuela privada de Olivos, están jugando un juego peligroso: el bull (búfalo), bullying, son nombres para una práctica que comenzó en Internet y consiste en atormentar al elegido porque tiene alguna destreza que el bull desea y espera lograr a la fuerza. (Por ejemplo, Emanuel, toca bien la guitarra y tiene buenas notas, el bull no).
La mecánica es simple, el búfalo es el más fuerte y para elevarse debe alimentarse de la debilidad (y del talento) de una víctima. Primero, demostró su poderío humillando al resto de sus compañeros quienes se convierten en ayudantes con el objetivo de “despersonalizar” a Emanuel.
Un juego sistemático muy perverso, en tres actos:
1. Se elige el bull (se puede autonombrar) porque es el más fuerte, el líder, el que no le tiene miedo a nadie. Y una víctima, bien antagónica (el típico “traga”, buen alumno), con valores envidiables para el bull y el resto de los cómplices.
2. La víctima empieza a ser humillada, golpeada, desmoronada. Le sacan sus pertenencias. A Emanuel le pisaron dos veces los anteojos y le rompieron su guitarra.
3. Doblegado, le pegan en el recreo, en la vereda, en el club. A Emanuel también lo acosan por mail. Lo hacen llorar.
El bull entonces se siente más fuerte, creció; la víctima no da más. A esta altura tiene algunos síntomas. No duerme a la noche, sufre pesadillas, se hace encima, comienza a adelgazar. Los primeros signos los descubrió su madre, Alicia Cybulka (quien ahora forma parte de un proyecto para combatir el bullying –ver relacionada-).
El búfalo había sido elegido por sus propios compañeros de colegio. De un colegio bien, dónde ninguna autoridad se hizo cargo de lo que pudo terminar en suicidio. No sería la primera vez. Antes en España, en Estados Unidos, y en Chile, tres chicos de la secundaria se mataron para escapar del búfalo y sus secuaces. No daban más. El juego que era realidad virtual se hizo carne en varias escuelas bonaerenses.
Emanuel cambió de colegio. Pero uno de los viejos amigos -ahora transformado en nuevo bull-, se conecta con sus actuales camaradas en el club y por chat; la agresión continúa. Rotura de anteojos, golpes en la vereda, siguen los acosos ahora propinado por un nuevo compañero de otro curso. Es todo diversión para los agresores.
Los padres no están advertidos del juego macabro en el que participan sus hijos. Miran para otro lado y creen en la sana convivencia de adolescentes en ese colegio privado de clase media. Dicen que este juego se practicó en el caso de Carmen de Patagones, en 2004, donde el menor burlado de 15 años asesinó (con el arma que le sacó a su padre) a tres compañeros de su misma edad, cansado de ser víctima. Dentro de las escuelas son pocos los que se atreven a denunciar a los agresores por vergüenza o amenaza. “Tenemos temor a las represalias y que el acoso a nuestros hijos sea peor”, dice Alicia que forma parte de un proyecto de ley para frenar este juego en las escuelas bonaerenses.
Emanuel ya no quiere ir a la escuela. La humillación y el acoso sufrido el año pasado dejaron su huella.
Por estos días, este episodio lo cuentan quienes jugaron con Emanuel en los chats, cual trofeo obtenido. El mote de “camaleón”, el mote de “Harry Potter” –por su parecido físico-, es una especie de slogan, de marca que lleva bajo de la piel. No lo dejan armarse de amistades nuevas, ni caminar libremente por las veredas de su barrio, luego de la amenaza que recibió en su chat: “...vamos a cascotear tu casa” “...te vamos a agarrar a la salida del colegio...” El juego aún no terminó.