Crimen de Rosana Galliano
Celos, codicia y muerte
Por qué José Arce, su madre y dos conocidos del viudo fueron detenidos. Una novela de encuentros y engaños que terminó en tragedia. Qué dice la causa que lleva más de un año. Los secretos del expediente.
Por Carlos Stroker. Veintitrés
Una tarde de 2004, Joseph J. Arce, más conocido hoy como José Jacinto Arce, llevó su auto a un taller mecánico para arreglarlo, allá en una calle polvorienta de Exaltación de la Cruz. Tanto ir y venir, el coche sintió el impacto del trajín y pidió arreglo Al estacionar, algo transpirado, el hombre robusto y calvo abrió la puerta, bajó, se acomodó el pantalón y su mirada se detuvo ante una cabellera rubia y larga que caía sobre una espalda cubierta por una remera blanca. Era una chica a la que veía por primera vez. Una dama de mediana estatura, simpática y amable. Se retiró, pero él, un testarudo al fin, le dijo a uno de los empleados: “La quiero conquistar y no voy a parar hasta lograrlo”. Tanto insistió que la pretendida, al poco tiempo, cedió ante las insistentes peticiones que juraban amor eterno. La boda se efectuó. Pero un día antes del casamiento, al padre de la novia Rosana Galliano se le cayó una pregunta: “¿Estás segura, hija? Mirá que es muy grande para vos”. A lo que ella respondió: “Sí, papá”. La historia se remonta a cuando ella levaba en su documento sus primeros 24 años y él, treinta más.
La fiesta anduvo sobre rieles, pero cuando aún no había pasado un año de aquella noche estrellada, la oscuridad comenzó a aparecer. Tanto es así que, dicen los familiares de ella, la personalidad de José inició un cambio. Rotundo. Pero esta actitud no hizo más que incrementar lo que se respiraba sobre el barrio privado El Remanso, el lugar elegido por el matrimonio para darle vida a una relación que pronto daría que hablar. Allí nacieron sus dos hijos. Pero también quedó al descubierto que cada uno buscaba algo diferente en sus vidas. Según el relato de los conocidos, los celos de José y la ambición de Rosana taparon sus miradas de la realidad. Y con eso, la pareja comenzó a transitar un camino de odio, reclamos, gritos y amenazas. Hasta que por primera vez apareció en escena la Justicia. Fue el 28 de diciembre de 2005, cuando Rosana llegó hasta la comisaría del barrio y denunció al hombre amado por agresión. No fue la última, ya que volvió al lugar seis meses más tarde con lágrimas en los ojos y un pedido de clemencia. Pero el amor y los hijos, por entonces, pudieron más. La tranquilidad y la promesa de tener una vida apaciguada se vio alterada el 27 de junio de 2007. “No doy más”, dijo ella y ante otra denuncia, la Justicia determinó que Arce ya no podía estar cerca de esa mujer. Las mieles de la relación se habían roto. Un hematoma de cinco centímetros en uno de sus brazos fue el factor determinante para que ella iniciara el trámite de divorcio. Se recostó sobre una pericia médica que se tramitó junto a su tercera denuncia.
José no aceptó la solicitud de romper relaciones y le dijo su madre, Elsa Aguilar, ya con 78 años, que todo se había terminado. Su fuerte dependencia biológica quedó en evidencia cuando ella ironizó: “Era de esperar”.
No fue mucho el tiempo que Rosana pudo estar en ese estado de separación del hombre que la llevó al altar por primera vez. Tuvo un triste presentimiento aquella noche templada del 14 de octubre de 2007. Iba derecho a su casa cuando un auto se le cruzó en una ruta oscura y sin tránsito. Vio que dos personas encapuchadas bajaron del auto agresor. Ella, nerviosa, salió corriendo. Algo no andaba bien. Lo comentó. Era, según dicen los abogados defensores, un intento del principio del fin. El 16 de enero de 2008 estaba en su casa, recibió un llamado en su celular, no escuchó bien y salió. Fue lo último que hizo. Una serie de disparos terminaron con su corta vida. Un nuevo expediente judicial arrancó con la investigación que aún hoy sigue latiendo bajo la mirada atenta del fiscal Marcelo Pernici.
Hay una interminable cantidad de fojas que forman parte de la causa por el asesinato de la señora Galliano. Una buena porción de ellas se remite a la petición que realizó la defensa de los padres de la víctima y que llevan adelante los abogados Roberto Babington y Víctor Stinfale. Entre tantas palabras escritas, los letrados enumeran detalles de algunas supuestas amenazas de Arce sobre Rosana. Una de ellas, según consta en la causa, es un mensaje algo temerario, que habría dejado grabado y que dice: “‘Cómo no me atendés el teléfono, la puta que te parió. Puta asquerosa’. Esta situación demuestra a las claras la obsesión de perseguir y amedrentar a Rosana”. Luego se hace referencia a la noche en que Galliano recibió los disparos. Su ex marido se encontraba en un hospital, ya que allí había ido “a llevar a uno de sus hijos con anginas”. No fueron solos, debido a que lo acompañó un empleado suyo del campo donde vivía el viudo. Cuando Arce se enteró lo que había sucedido con su ex mujer, fue a la comisaría a decir que en ese momento él no estaba en el lugar del crimen y que su hijo se fue en remise a su casa junto al empleado en cuestión. “Esa es una estrategia de la defensa de Arce”, le dijo Babington a Veintitrés. Arce siempre sostuvo que su mujer lo engañaba y que su ambición era quedarse con parte de su fortuna. La casa de El Remanso, una camioneta, dinero y recibir una buena cuota alimentaria. “Sé que ellos (los Galliano) quieren lo que yo tengo, mis propiedades y también a mis hijos.” Sólo que don José tenía (y aún tiene), según pericias psiquiátricas que acompañan al expediente, una relación de dependencia con su madre. Es ella la que, según declaró un testigo, había vivido una situación “de estafa por una mujer” y que también, estiman los investigadores, había sido pareja de su hijo.
Con el cambio en la jefatura de la DDI de Campana se retomaron los trámites para tratar de dar con el o los autores del asesinato de Rosana Galliano. El fiscal ordenó detener a José Arce, a su madre Elsa y a los hermanos Gabriel y Pablo Leguizamón. La ruta al camino de la verdad se sabrá en los próximos días. Una realidad que roza la ficción y en la cual una serie de versiones habla de uno o dos ejecutores, un supuesto ideólogo, una cifra de entre 5.000 y 20.000 dólares aportados vaya a saber por quién para perpetrar un asesinato cinematográfico. Ahora es la justicia terrenal la que deberá determinar qué fue lo que sucedió aquella noche del verano de 2008.
Una tarde de 2004, Joseph J. Arce, más conocido hoy como José Jacinto Arce, llevó su auto a un taller mecánico para arreglarlo, allá en una calle polvorienta de Exaltación de la Cruz. Tanto ir y venir, el coche sintió el impacto del trajín y pidió arreglo Al estacionar, algo transpirado, el hombre robusto y calvo abrió la puerta, bajó, se acomodó el pantalón y su mirada se detuvo ante una cabellera rubia y larga que caía sobre una espalda cubierta por una remera blanca. Era una chica a la que veía por primera vez. Una dama de mediana estatura, simpática y amable. Se retiró, pero él, un testarudo al fin, le dijo a uno de los empleados: “La quiero conquistar y no voy a parar hasta lograrlo”. Tanto insistió que la pretendida, al poco tiempo, cedió ante las insistentes peticiones que juraban amor eterno. La boda se efectuó. Pero un día antes del casamiento, al padre de la novia Rosana Galliano se le cayó una pregunta: “¿Estás segura, hija? Mirá que es muy grande para vos”. A lo que ella respondió: “Sí, papá”. La historia se remonta a cuando ella levaba en su documento sus primeros 24 años y él, treinta más.
La fiesta anduvo sobre rieles, pero cuando aún no había pasado un año de aquella noche estrellada, la oscuridad comenzó a aparecer. Tanto es así que, dicen los familiares de ella, la personalidad de José inició un cambio. Rotundo. Pero esta actitud no hizo más que incrementar lo que se respiraba sobre el barrio privado El Remanso, el lugar elegido por el matrimonio para darle vida a una relación que pronto daría que hablar. Allí nacieron sus dos hijos. Pero también quedó al descubierto que cada uno buscaba algo diferente en sus vidas. Según el relato de los conocidos, los celos de José y la ambición de Rosana taparon sus miradas de la realidad. Y con eso, la pareja comenzó a transitar un camino de odio, reclamos, gritos y amenazas. Hasta que por primera vez apareció en escena la Justicia. Fue el 28 de diciembre de 2005, cuando Rosana llegó hasta la comisaría del barrio y denunció al hombre amado por agresión. No fue la última, ya que volvió al lugar seis meses más tarde con lágrimas en los ojos y un pedido de clemencia. Pero el amor y los hijos, por entonces, pudieron más. La tranquilidad y la promesa de tener una vida apaciguada se vio alterada el 27 de junio de 2007. “No doy más”, dijo ella y ante otra denuncia, la Justicia determinó que Arce ya no podía estar cerca de esa mujer. Las mieles de la relación se habían roto. Un hematoma de cinco centímetros en uno de sus brazos fue el factor determinante para que ella iniciara el trámite de divorcio. Se recostó sobre una pericia médica que se tramitó junto a su tercera denuncia.
José no aceptó la solicitud de romper relaciones y le dijo su madre, Elsa Aguilar, ya con 78 años, que todo se había terminado. Su fuerte dependencia biológica quedó en evidencia cuando ella ironizó: “Era de esperar”.
No fue mucho el tiempo que Rosana pudo estar en ese estado de separación del hombre que la llevó al altar por primera vez. Tuvo un triste presentimiento aquella noche templada del 14 de octubre de 2007. Iba derecho a su casa cuando un auto se le cruzó en una ruta oscura y sin tránsito. Vio que dos personas encapuchadas bajaron del auto agresor. Ella, nerviosa, salió corriendo. Algo no andaba bien. Lo comentó. Era, según dicen los abogados defensores, un intento del principio del fin. El 16 de enero de 2008 estaba en su casa, recibió un llamado en su celular, no escuchó bien y salió. Fue lo último que hizo. Una serie de disparos terminaron con su corta vida. Un nuevo expediente judicial arrancó con la investigación que aún hoy sigue latiendo bajo la mirada atenta del fiscal Marcelo Pernici.
Hay una interminable cantidad de fojas que forman parte de la causa por el asesinato de la señora Galliano. Una buena porción de ellas se remite a la petición que realizó la defensa de los padres de la víctima y que llevan adelante los abogados Roberto Babington y Víctor Stinfale. Entre tantas palabras escritas, los letrados enumeran detalles de algunas supuestas amenazas de Arce sobre Rosana. Una de ellas, según consta en la causa, es un mensaje algo temerario, que habría dejado grabado y que dice: “‘Cómo no me atendés el teléfono, la puta que te parió. Puta asquerosa’. Esta situación demuestra a las claras la obsesión de perseguir y amedrentar a Rosana”. Luego se hace referencia a la noche en que Galliano recibió los disparos. Su ex marido se encontraba en un hospital, ya que allí había ido “a llevar a uno de sus hijos con anginas”. No fueron solos, debido a que lo acompañó un empleado suyo del campo donde vivía el viudo. Cuando Arce se enteró lo que había sucedido con su ex mujer, fue a la comisaría a decir que en ese momento él no estaba en el lugar del crimen y que su hijo se fue en remise a su casa junto al empleado en cuestión. “Esa es una estrategia de la defensa de Arce”, le dijo Babington a Veintitrés. Arce siempre sostuvo que su mujer lo engañaba y que su ambición era quedarse con parte de su fortuna. La casa de El Remanso, una camioneta, dinero y recibir una buena cuota alimentaria. “Sé que ellos (los Galliano) quieren lo que yo tengo, mis propiedades y también a mis hijos.” Sólo que don José tenía (y aún tiene), según pericias psiquiátricas que acompañan al expediente, una relación de dependencia con su madre. Es ella la que, según declaró un testigo, había vivido una situación “de estafa por una mujer” y que también, estiman los investigadores, había sido pareja de su hijo.
Con el cambio en la jefatura de la DDI de Campana se retomaron los trámites para tratar de dar con el o los autores del asesinato de Rosana Galliano. El fiscal ordenó detener a José Arce, a su madre Elsa y a los hermanos Gabriel y Pablo Leguizamón. La ruta al camino de la verdad se sabrá en los próximos días. Una realidad que roza la ficción y en la cual una serie de versiones habla de uno o dos ejecutores, un supuesto ideólogo, una cifra de entre 5.000 y 20.000 dólares aportados vaya a saber por quién para perpetrar un asesinato cinematográfico. Ahora es la justicia terrenal la que deberá determinar qué fue lo que sucedió aquella noche del verano de 2008.