Jugadores tribuneros eran los de antes

Una curiosa historia de rivalidad entre deportistas e hinchas. Desde la increíble patada de Cantona, hasta la batalla campal de los jugadores de Lamadrid en Bolívar.

Dieciocho personas con uniformes de jugadores de fútbol repartían piñas y patadas. Sus adversarios, más preparados para la batalla, posaban como combatientes experimentados mientras lanzaban los golpes. La cancha de Barracas Bolívar fue el escenario, y un partido de la Primera C, el motivo.

El local le ganaba a General Lamadrid 3 a 0. Los hinchas disfrutaban de la victoria con cargadas a los familiares y algunos juveniles del Carcelero que habían llegado hasta Bolívar. Éstos reaccionaron y comenzó la hecatombe. Los futbolistas dejaron sus puestos y avanzaron contra el enemigo. La pelea fue interminable. No hubo que lamentar bajas. Sí heridos y muchos sancionados. Los 18 jugadores de Lamadrid fueron expulsados y hoy tendrán que declarar ante el Tribunal de AFA.

Cuando se enfurecen, los deportistas no analizan el contraataque. Lo efectúan y asumen las consecuencias. El rival nunca es una potencia armada. Es, simplemente, un rival. La recordada “Batalla de Auburn Hills (Michigan)”, en octubre de 2007, se caracterizó por eso.

Jugaban Detroit Pistons e Indiana Pacers un partido de la NBA. Ben Wallace, de Detroit, recibió una falta de Ron Artest y lo empujó. Ahí comenzó el conflicto bilateral. Primero era entre titulares, suplentes y ayudantes. Después, todos contra todos; no había alianzas. El mismo Artest recibió el golpe de un vaso con gaseosa y arremetió contra la tribuna. Una silla alcanzó a Jermaine O’Neal y se sumó a la repartija de golpes. Stephen Jackson fue otro de los que golpeó contra los simpatizantes enardecidos.

Por el hecho, los principales protagonistas fueron relevados de sus cargos y sancionados por más de 30 partidos. “Me sentí como si luchara por mi vida en la cancha”, dijo el entrenador de los Pacers, Rick Carlisle. “Es la cosa más fea que he visto como jugador y entrenador en esta liga,” dijo Larry Brown, de los Pistons. Ni su rango los preparó para aquel conflicto.

Pero no todas son batallas campales. No es necesario manejarse en grupo para enfrentarse contra los hinchas. De eso sabe Eric Cantona. El francés, conocido por sus impulsos excéntricos y agresivos, le pegó una patada voladora a un plateísta.

Manchester jugaba contra Crystal Palace, en 1995 y su número 7 fue expulsado luego de pegarle sin pelota a un rival. Cuando se iba, un hincha lo insultó y el jugador lo atacó con una de karate y varios golpes de puños. “Tengo un montón de lindos recuerdos, pero mi preferido es cuando pateé al hooligan”, dijo Cantona alguna vez, sin importarle los siete días de cárcel que tendría que haber cumplido (estuvo sólo uno), los 10 meses de sanción y su despedida de la selección francesa.

Sin embargo no todos son golpes y trifulcas generales. También son proyectiles lanzados, como Ramón Díaz, cuando devolvió a la tribuna de Huracán una varilla que le arrojaron cuando era técnico de San Lorenzo. O Gerardo Solana, quien hizo lo propio cuando, jugando para Godoy Cruz, visitó a Almagro. El mediocampista arrojó la botella contra la platea y le pegó a una niña.
Juan Román Riquelme evitó la agresión. Cansado de que lo insulten, el enganche le dedicó su gol a un hincha y provocó un enorme revuelo mediático.

Grandes batallas o disputas verbales. No importan las formas cuando se trata de enfrentamientos entre deportistas e hinchas.