Desafío Uritorco: la experiencia en carne propia
Piedras con energía, espíritus ancestrales y habitantes subterráneos. Mitos que rodean la belleza del Cerro y hasta casi la opacan. El relato de un cronista cuenta la larga y dura travesía para alcanzar la cima de lo que fue el espacio sagrado Comechingon.
Según el refrán, la curiosidad mató al gato. En esta ocasión, le cambió el destino de sus vacaciones al periodista. Irónico pero no menos cierto.
Fin de la esperada primavera y pasacalle de bienvenida al pintoresco Verano. Es la época en donde los posibles destinos de relax empiezan a ocupar un espacio cada vez más importante entre los pensamientos de diciembre. <Bon voyage 2008>.
La solución vino de la mano de la casualidad (<espero>). Una parte del gran grupo de amigos de quien suscribe irían a pasar unos cuantos días en carpa a Capilla del Monte, a los pies del Cerro Uritorco. La típica: unos morlacos, heladerita de mano y ganas de auto-expectorarse de la selva de hormigón.
Después de un viaje de 14 horas en micro y acompañado por una feroz tormenta, mi vista se estrelló repentinamente contra el Cerro que desde el Este miraba a la ciudad como si fuese un Gran Hermano. Sigiloso. Orwelliano. <Algo esconde>, pensé y traté así de encontrar una rápida explicación a tanto palabrerío.
El primer día fue para acostumbrarse a la altura, instalarse en el camping y descansar del viaje. Y porque no, para escuchar las historias y mitos que giran en torno al cerro. El segundo, sería el indicado para subir los mil y pico de metros que alejan la cima del Uritorco de su arremolinada base, que se encuentra a su vez a casi mil metros de altura sobre el nivel del mar.
“Si te digo que nunca vi luces te estaría mintiendo”, afirma un comerciante nacido y criado en el “dichoso paraje”, aunque prefiere no hablar mucho, ocultando un especie de secreto de seguridad nacional. No así los otros. Relatos que se agolpan, piden la palabra, no levantan la mano, se enciman y quieren tener un lugar. “El sueño de la primera plana”, cavilo.
Entre la maraña selecciono los, a mi humilde juicio, más creíbles. “El cerro es de cuarzo, y el cuarzo tiene electricidad. Lo que pasa es que algunas noches se ven refucilos, pero es la estática que pasa de piedra en piedra, se ven como fueguitos blancos, es energía, no son OVNIs. Es como las luces fosfóricas de las vacas muertas o los fuegos de San Telmo, pero hay luces que salen del cerro y se van volando”, escucho así la tonada cordobesa menos excitada. Rara explicación pero de seguro logra convencer a un pagano en ciencias.
Más tarde buscaría en algún libro que “el cuarzo es un mineral con ciertas propiedades que lo diferencian de otros: comportamiento resonante y termoluminicencia”. En pocas palabras, cuando se le aplica electricidad vibra en una cadencia constante que sirve para medir cosas, por eso se utiliza en relojería. Cuando se le aplica calor, se ilumina. Entonces, es posible que piedras de cuarzo en la cima del cerro, estando a la intemperie y recibiendo calor, se iluminen, pero ¿como “volarían” estas luces?
“No son OVNIs”, la frase de aquel morrudo campesino retumbaba en mis cuatro paredes internas. “El cerro Macho Uritorco –escucho en otra de las ancestrales explicaciones- era un lugar sagrado para los Comechingones. En la cima hacían rituales donde marcaban estrellas en el cielo con morteros que hay en la piedra y por donde salía el Sol. Cuando llegaron los españoles y conquistaron todo, un grupo de indígenas que conocía bien el cerro, antes de caer esclavos de los ibéricos, subió a la cumbre y se tiró.
Estos cayeron en una meseta que hay entre la base y la cima, la Pampa de los Espíritus le dicen, ahí quedaron las almas de los aborígenes y esas son las luces que se ven”, contó otro lugareño. Acto seguido, varios más confirmaron el mito, aunque algunos afirmaron que si bien la historia es verídica, no sucedió allí sino que estos aborígenes de ojos verdes y rasgos caucásicos se habrían arrojado al vacío en el cerro Colchaquí ubicado unos 20 kilómetros al noreste del Uritorco.
Otras versiones hablaban de duendes, hadas, habitantes subterráneos llamados Erks y muchos otros mitos, pero que desviaban mi atención. La misión: debería subir al cerro para comprobar con mis propios ojos lo que los aldeanos me contaban.
La caminata comenzó a las 7 de la mañana para poder aprovechar las horas de sombra. La subida desde la base se realiza por la ladera Oeste por lo que desde el amanecer y hasta media mañana se encuentra, efectivamente, en sombra. Un aliciente para el inexperto.
En la base, luego de pagar el ingreso, llenar la ficha medica y de mostrar señas particulares, nos advirtieron: “la subida es de entre tres o cuatro horas y la bajada de dos o tres, pero tengan cuidado que la bajada es más difícil que la subida. Si a las cinco de la tarde no descendieron, subimos y los bajamos”, sentenciaron los guarda parques. <Te meten miedo>
La piedra roja inunda todo el campo visual; la vegetación encierra el sendero por donde hay que transitar para subir los casi mil metros; la vista, se debate entre mirar el piso para no tropezar ni pisar ninguna deformación del terreno y mirar el paisaje y el firmamento. <La belleza del lugar está en las irregularidades>, sentencio.
Más adelante, la piedra rojiza que marca el sendero es remplazada por la gris oscura, los distintos estratos minerales que conforman el cerro se superponen a medida que la altura se convierte en una dificultad. El calor es agobiante, siento que gateo.
El oasis aparece a mitad del gigante. Una pequeña cascada sirve para recomponer fuerzas y cargar agua. La verdadera mano de Dios. Un pingazo.
Es un recorrido turístico, somos varios los que estamos subiendo, personas de todas las edades, sin embargo cansa y mucho para quienes, acostumbrados a transitar las calles del Conurbano, no estamos en estado para mantener el ritmo en una “escalera” de peldaños pedrezcosos. Haberlo razonado antes.
Nuevamente, la piedra gris se volvió clara, y luego blanca. Matices y caprichos. Ahora es cuarzo en su mayoría, o piedras que en su interior contienen el material con energía. La cima ya es una cercana realidad y hasta el momento somos sólo humanos los que transitamos por el sendero.
Casi a los pies de la cumbre, luego de superar los descansos que tiene el camino, nos topamos con la Pampa de los Espíritus. Allí encontramos un antiguo refugio de piedra y la planicie donde habrían muerto los Comechingones: varios montículos de piedra ofician de tumbas, aunque al mirarlos bien se puede corroborar que no hay nada en su interior, son sólo amontonamientos de piedras. Finalmente habría sido testigo de una verdadera mitología viva. Las demás quedarán por verse.
Lo que fuimos a buscar se hizo esperar varias horas, y tras los últimos metros escarpados -que por haber perdido la picada (así se lo denomina al sendero en trekking) debí transitar trepando y en cuatro patas (ahora sí gateo, me hinco ante el omnipotente) - alcanzamos el cielo. Por sobre las nubes, el cerro macho Uritorco es el pico más alto de las Sierras Chicas de Córdoba. Tres cóndores nos recibían con una danza de planeos, creo que nunca los vi aletear.
“La cima es energética, sacate las zapatillas, andá descalzo”, me decía uno de los jóvenes que había llegado con mi grupo que en dos horas y media terminó el camino. Otro se cortaba el pelo, buscaba renovarse, mientras un tercero meditaba en posición de loto. Yo me encomendé a disfrutar del paisaje y buscar alguna rareza, algún indicio de presencia OVNI. Allí fue donde lo paranormal quedó solapado por la belleza. Lejos de encontrar presencia extraterrestre, me topé con el lugar ritual de los Comechingones: una planicie a un costado de la cima hacia el Este, donde en unos morteros cubiertos por el agua se reflejaba el sol; y en otro, la Luna que apenas se colgaba de la bóveda celeste. Lugar donde los aborígenes realizaban rituales y mediciones astronómicas. Quizás tenían razón, había energía en el aire.
El poniente castigaba. Decidimos que el descenso fuera más rápido. El final de una hermosa travesía y de un paisaje espectacular. “Suficientemente atractivo como para volver a subir”, recapacito enseguida, pero encontrarme con extraterrestres en la cima o algún OVNI, definitivamente, hubiera sido demasiado.
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