Torturas y amenazas: cómo quieren silenciar a Carballo

Su hijo mayor murió en el recital de Viejas Locas y el menor fue detenido por una causa "armada". Asegura que la policía lo persigue para callarlo.

 

En siete meses Rubén Carballo se parará nuevamente frente al altar de su hijo Rubencito. Volverá a llorar, a acariciar su foto y a pedir, con tonada de rezo, justicia. El chico falleció tras el recital de Viejas Locas en noviembre de 2009 presuntamente víctima de una feroz tunda policial. La causa sigue impune y desde ese entonces Carballo no tiene respiro.

 

Se metió con los popes de la noche, lo desfiguraron y así quedó ACÁ


En enero de este año la familia volvió a recibir un duro golpe: Ricardo Emanuel (18), el otro hijo de Carballo que trabajaba en el puesto de comidas rápidas propiedad de la familia, donde ganaba $400 diarios, fue detenido tras un robo en San Justo. El padre de ambos denunció que se trata de “una causa armada” y vinculó al hecho con su incansable lucha por los Derechos Humanos al frente de la ONG Comisión Contra la Impunidad y la Seguridad (CONIS), que comenzó hace cinco años y con la cual ya hizo desplazar a 14 policías, liberó a seis personas detenidas con causas inexistentes y lidera otras 50.

 

Venganza siciliana: meterse con la familia

Los códigos de la Cosa Nostra, el clan mafioso más importante de Italia, eran claros. Cuando se detuvo el 7 de noviembre de 2007 en Roma a Salvatore Lo Piccolo, el último “capi di tutti capi” llevaba consigo un maletín con el decálogo de los “códigos de honor”. El noveno de ellos aclaraba que en la “dignidad” se puede matar, extorsionar, traficar, pero nunca "robar el dinero de otras personas o de otros clanes mafiosos". Así ocurrió.

Emanuel, como lo llaman a Ricardo, tenía que renovar su registro de conducir la mañana del 10 de enero. La casa de Walter Greco (26), un amigo suyo, le quedaba más cerca del lugar del trámite. Además tenía que ayudarlo a remover unos escombros de una reciente obra.

Temprano subieron al 206 blanco y se encaminaron a la sede de Tránsito de San Justo. De camino, Greco retiró $1000 de un cajero automático. Pero a las pocas cuadras, en Santa María y Rivadavia, los detiene un hombre armado, alto y con rastas, de unos 35 años. Los aborda, a Emanuel lo pasan a la parte trasera del vehículo y a los pocos metros sube un segundo secuestrador. “Ya llegó la paloma”, dice el más flaco de ellos por radio. Les aseguraron que “necesitaban un remis para cometer un asalto, que los iban a largar”.

Los maleantes pasearon a los chicos por Ramos Mejía y Lomas del Mirador. Volvieron a San Justo y tomaron Florencio Varela en contramano. El auto se detuvo a 25 metros del cruce con San Martín. En ese momento, según detalló Rubén Carballo a 24CON, “a Emanuel lo bajan y lo hacen esperar mientras a Greco le dicen que tienen que robar el kiosco que le señalan”. Hasta ese momento, el joven Carballo desconocía las intenciones de los maleantes. Cuando el mayor de ellos bajó tenía un arma sin cargador y un botinero vacío. El más chico le dice: “Corramos” y el otro se niega: “Conocen mi casa, amenazaron con matar a mi mujer y a mi hija; hay que robar el local”.


Al entrar al comercio, Perla Laura Colla les da $220 en billetes de baja denominación, unas golosinas y un paquete de Phillip Morris. Vuelven al auto y “ahí viene todo lo raro”, dice el padre. Según él ocurren dos delitos, “fueron secuestrados y obligados, bajo amenaza de muerte, a cometer un ilícito”. Lo que no le cierra a Rubén es que los maleantes se bajaron a las seis cuadras. Con ellos se llevaron el arma y les dejaron el bolso con el dinero y todo lo demás. Tal como la mafia, no robaron nada. “El morocho –asegura el padre del detenido- le dice a mi hijo: ‘decile a tu viejo que se deje de joder con la policía porque la próxima va a ser peor’”.

 

La tercera arma, la del delito

Envuelto en pánico, Greco acelera rápidamente. Quería llegar de inmediato a su casa para ver a su mujer y la chiquita. En la esquina de Camacuá y Cuba hace un giro en falso, pisa un charco de agua, el coche patina y choca contra un poste. Carballo se baja, cruza de vereda y se sienta en la escalera de una casa. Está desplomado y no logra interpretar qué sucedió.

 

El carrito donde Rubén Carballo vende panchos ACÁ


Minutos antes, la empleada del kiosco había denunciado el robo a un policía del barrio. Este dio el alerta radial y, curiosamente, a cinco minutos del hecho, denunciado por ella misma a las 16:45, un patrullero de Lomas del Millón que venía de Haedo asegura verlos a las 16:50 a unas 35 cuadras de allí. “Los estaban esperando”, perjura Carballo padre, quien pidió escuchar las modulaciones de radio policiales para saber por qué un patrullero con jurisdicción en Lomas venía de Haedo, y se las negaron.

“De la forma que armaron todo, la causa no es excarcelable”, dice el denunciante. En el lugar del choque apareció el móvil tripulado por el oficial Ferreyra, la teniente primera Marcela Nieczyporczyk y el sargento Pedro Ariel Guerrero. “A mi pibe lo revisaron y no le encontraron nada, por eso los tuvieron en el lugar más de una hora, porque durante ese tiempo les plantaron dos armas”, señala el hombre. También dice que “los esposaron, les cubrieron la cabeza y los cagaron a trompadas en la boca”.

Fueron detenidos y trasladados a una comisaría de Villa Luzuriaga. Allí le entregan a la damnificada $600. “Mi hijo escuchó que era en recompensa por el robo”, revela Carballo y sospecha que se trata de parte del dinero que Greco había retirado del cajero. O sea, la policía se habría quedado con un “vuelto de $1100, sumados los $350 que tenía Emanuel y los otros $400” que poseía su amigo antes de pasar por el cajero.

En la causa original figuran dos armas. La primera de ellas es un revólver Bagual calibre 22 con numeración 104660 y la segunda es una Bersa modelo 233 con numeración 79033. Ambas pertenecen al momento de la detención. Sin embargo, en el destacamento policial apareció, en sobre cerrado, una tercera. Se trata de una Bersa Thunder calibre 22 y numeración 368292. Para Carballo padre, esta tercera “también se la plantan”.

 

“La fiscal se le cagó de risa"

La declaración de Ricardo Emanuel Carballo en la UFI Nº6 de San Justo, a cargo de Mariana Sogio, indignó más al padre del chico detenido. “Mi pibe salió llorando, la fiscal se le cagó de risa en la cara”, cuenta el padre. Por eso radicó una denuncia penal por “encubrimiento, apremios ilegales y mal funcionamiento de los deberes de funcionario público”.

A Emanuel lo trasladaron a la unidad 43 de González Catán. “Lo mandaron a matar”, opina su padre. Dentro del penal “lo obligaron a atar a otro recluso con una soga y lo cagaban a trompadas”. Antes de recibir más vejámenes y tras un pedido realizado por el propio Carballo, llegó una orden del Ministerio de Justicia para que el chico fuera trasladado a la Unidad 40 del servicio penitenciario de Lomas de Zamora, "para su protección física", dice el documento.

 

"Si me puse al hombro tantas causas por corrupción, cómo no voy a llegar hasta las últimas consecuencias con esta", afirma Carballo y sostiene: "Ya me mataron a un hijo, no voy a permitir que me maten a otro".

 

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13 de mayo de 2013

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