La escena parecía sacada del peor cine porno o snuff. Desde ese momento, ella lo denunció en la justicia. En realidad, la primera denuncia había sido por “violencia familiar” en enero de 2008. Su esposa, al igual que otras mujeres, creía tener “cierta culpa” por los golpes que le propiciaba su marido: “Pensaba que yo lo hacía poner nervioso. A veces una está ciega y no quiere ver”. Estaba ciega y abrió grande los ojos cuando entró en su habitación sigilosamente y vio lo que nunca quiso ver. Ni en la cabeza del cine de Almodóvar cabe el escenario de un padre arruinándole la vida a su niña que, en ese momento, tenía 8 años. Hoy tiene 9 y está en tratamiento psicológico. La madre sólo atinó a abrazar a la niña desnuda, la cubrió con una frazada y fue a la otra habitación dónde estaba su hermana, de 8 años, durmiendo. La despertó y salió corriendo con las dos niñas.
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Las tres llegaron a la comisaría de la mujer, dónde antes había denunciado a su esposo por golpearla y contó lo que le pasó. Los policías se miraban entre sí. No le creían la historia. La madre gritó entre lágrimas. Atrás había quedado la típica mujer maltratada, asustada, llena de culpa. Por primera vez supo que estaba durmiendo con el enemigo. Inmediatamente, se le dio curso a la denuncia que hoy tramita en un juzgado de instrucción de la calle Tucumán, en la capital. A partir de entonces se fue de la casa con las niñas. Hoy vuelve a tener miedo y pierde las esperanzas. Está amenazada por su marido “porque no puede ver a la nenas”.
La causa (a la que tuve acceso) está caratulada como “Abuso deshonesto”, pero también figuran “lesiones y amenazas”. Entre fojas y algunos dibujos, se ven fotos de las nenas desnudas y una carta que dice “te extrañamos papá. Extrañamos los juegos de los secretos”.
Secretos que recorren los pasillos de tribunales sordos que aún no solicitan escuchar a las menores. Se pierde tiempo y el padre abusador sigue trabajando de contador, su profesión legal. Su otra profesión, la de voyeur (que deriva del verbo voir –ver- con el sufijo -eur del idioma francés, cuya traducción literal podría ser “mirón”). “El voyeurismo –dicen los especialistas- es una conducta caracterizada por la contemplación de personas desnudas o realizando algún tipo de actividad sexual con el objetivo de conseguir una excitación sexual (delectación voyeurista)”. Tal o que hace este contador que sigue fotografiando menores. Y mayores.
Sospechaba. La madre abrió de nuevo los ojos que no había podido cerrar en toda la noche y sospechaba otras cosas de su marido. Ató cabos de “llamados, conductas y manejos extraños” que había tenido en los últimos tiempos. Y no se equivocó. Por eso una mañana, pasó por la casa y “aprovechando que él estaba en otra habitación”, le sacó su teléfono celular y confirmó su sospecha: fotos de menores y mayores con inscripciones como "Bebé, mi nene, mi caballero” (y otros títulos irreproducibles) en las fotos de chicos chicos y más grandes posando. “El voyeur suele observar la situación desde lejos, bien mirando por una cerradura, por un resquicio, o utilizando medios técnicos como un espejo, una cámara, etc. La masturbación acompaña, a menudo, al acto voyeurista. El riesgo de ser descubierto actúa como un potenciador de la excitación” (Wikipedia).
Desesperada por segunda vez, entregó el teléfono de su marido como prueba (no se dan nombres y otros datos para evitar entorpecer en la causa) a quienes hoy están investigando las conexiones entre este contador y la industria del mundo snuff. Un submundo sediento de las peores perversiones. Una industria que crece entre nosotros y volvió a golpear hace pocos días cuando secuestraron a una productora de TV en el barrio de Palermo para drogarla y después filmarla. En esta versión del snuff no se filma la muerte (como en la película española Tesis o la hollywoodense 8 Milímetros). Los clientes del cine snuff sólo quieren ver perversiones: sexo con menores, entre ellos, con discapacitados, sadomasoquismo. Pulsiones escópicas. Instinto animal de un voyeur que privilegia la perversión del sentido visual (el sentido que más información nos aporta) y el placer que tiene origen en el sufrimiento del otro. Un calígula que alimenta el coliseo virtual de la peor versión posmoderna. Un mercado que pide este tipo de fotos y videos.
Se casaron en agosto del 96. Tiene dos hijas maravillosas y una esposa que lo acompaño hasta ahora. Hasta el instante en que vio la expresión de su marido en la cama. Más tarde vio el celular. En su retina están las imágenes. En su retina y en las fotos que son la prueba irrefutable. Cuando hay quienes cuestionan el uso de la cámara oculta (tampoco niego que existe un mal uso o abuso), se olvidan de lo más valioso del valor de la imagen: que es una prueba irrecusable. El acusado, en este caso el padre pedófilo, no podrá decir que no sacó las fotos y, tampoco, la justicia podrá evadir su veredicto. Una de las responsables de la asociación que está ayudando a esta madre con sus hijas me dijo que “una de las nenas no para de tocarse. Tiene muy desarrollada su sexualidad”. Y tiene 9 años. Lleva las marcas del abuso, inscriptas también en sus retinas. Imagen, todo es imagen. En la cabeza de un loco voyeur, en las retinas de una madre y una hija, en un teléfono celular. En el expediente judicial. Sólo son imágenes. Imágenes y un mirón.