24Moron encontró al "Sátiro del Fiesta rojo"
El acosador se confiesa: "Soy un adicto sexual"
Vive junto a su mujer y sus dos hijos en Morón sur. Confesó que hace 10 años es acosador y adicto al sexo. Y que si tiene que ir preso lo aceptará.
-¿Ariel?
- Sí, soy yo –responde el joven de cabello corto y ojos claros que asoma la mitad de su cuerpo a través de la puerta de su casa ubicada a pocas cuadras de la Brigada Aérea de Morón.
-Hola, Ariel. Soy periodista de un diario digital ¿Puedo hablar un momento con vos?
-Decime, ¿qué pasa?
- Ariel, este auto que está estacionado en tu casa, ¿es tuyo?
- De mi mujer, ¿por qué?
- ¿Pero lo usás vos también?
-Sí, ¿por qué?
-Porque en la justicia hay una denuncia de varias mujeres que dicen haber sufrido ataques sexuales de parte de un hombre que anda en este auto.
-No sé de que me hablás –atina a responder Ariel. Pero su rostro lo contradice abiertamente: se frunce como si hubiera recibido una estocada directa al corazón. Sus ojos parecen salidos de órbita. La mandíbula se le tuerce como si quisiera escaparse de su cara.
La búsqueda de 24MORON, que comenzó con el número de la patente que tomaron las tres mujeres que denunciaron haber sido atacadas por "el sátiro del Fiesta rojo", parece haber llegado a su fin. Aunque por ahora lo niegue, todo indica que Ariel es la persona que anda por Morón eligiendo mujeres por la calle para masturbarse delante de ellas. Primero: es el dueño del famoso Ford Fiesta rojo con el que, según declararon sus propias víctimas, se moviliza el acosador sexual. Y segundo: ante la primera insinuación del tema su cuerpo se estremeció por completo.
-Te digo lo que denunciaron estas mujeres ¿hay algún otro hombre que maneje el auto?
- No.
Ariel parece acorralado. Podría haber dado por concluida la conversación en ese momento y refugiarse detrás de la puerta de su casa. Estaba en su derecho. Pero no. Sin coartadas posibles, su fuga es hacia delante.
-Vení, pasá –invita-. Te quiero contar algo.
La casa es una típica casa de clase media. Un jardín en el frente. Ladrillo a la vista. Una cochera donde descansa el “Fiesta rojo”. Ariel está solo. Su mujer y sus dos hijos salieron a hacer unas compras. Su única compañía es una película que está mirando en la pantalla de LCD que ocupa la cabecera del living. Pero apenas entra, Ariel le baja el volumen. La situación es tensa. Así, parados al lado de la puerta pero del lado de adentro, sigue la charla. Y entonces Ariel cuenta ese “algo que quiere contar”.
-Yo tengo un problema –dice con la voz temblorosa-. Hace años que estoy en tratamiento, pero no puedo superarlo. Igual yo no violé a nadie ni toqué a nadie.
- ¿Pero sos vos entonces el que anda con el Ford Fiesta rojo acosando sexualmente a mujeres por la calle?
- Sí, soy yo. Pero te pido por favor... Tengo una mujer y dos hijos. No quiero que sufran ellos por esto que me pasa mí –ruega Ariel y los ojos se le inundan de lágrimas-.
-Ariel, si bien no las tocaste, ¿sabés que les causaste un trauma muy grande?
- No. ¿En serio? No sabía.
Aunque sorprenda, su reacción parece genuina, fruto más de la inconciencia a la que lo lleva su propia patología que del cinismo.
-Les pido disculpas si les hice daño. Me gustaría decírselos personalmente. Pero quiero que sepan que soy un enfermo. Hace años que estoy en tratamiento, pero no puedo superarlo.
-¿Qué enfermedad tenés, Ariel?
-Soy adicto al sexo. Hace años que me trato, ya hice terapia con varios psicólogos, pero no lo puedo superar. Hay épocas en que logro controlarlo, pero cada tanto tengo recaídas. Y es más fuerte que yo. Es terrible. A veces estoy en el trabajo, con mi mujer o hasta con mis hijos y de repente me transformo. Empiezo a pensar y siento un deseo sexual que no puedo frenar. Hay un Ariel antes de tener sexo y un Ariel después de tener sexo. Es como que me enceguezco.
Ariel, que tiene 32 años y trabaja en una importante empresa del microcentro porteño, se vuelve a angustiar. Como si al pensar en su esposa y en sus hijos lo agobiara la culpa.
- ¿Cómo que te enceguecés?
- Sí, empiezo a pensar que quiero tener sexo. Y no me puedo frenar. Es que yo además de la vida sexual que tengo con mi mujer, necesito tener relaciones sexuales tres o cuatro veces por día todos los días. Y entonces qué hago: pago por sexo o salgo con el auto y cuando veo alguna chica por la calle que me atrae le hago gestos y me masturbo.
- Pero lo hacés delante de ella…
- Sí, es que entro como en un estado de alienación. No me puedo controlar. Muchas me pegaron, me corrieron o hasta me llenaron el auto de piedrazos. Pero, ¿qué les voy a decir? Dejo que me peguen, si tienen razón.
De repente, Ariel se pone más incómodo aun. Se escucha la voz de un chico y el ruido del portón de afuera que se abre. Es su mujer, que llega con su hijo de seis años y su beba de 18 meses. La situación es por demás tensa.
-¿Cómo te llamabas? –pregunta Ariel.
- Pablo.
Termino de responderle y se abre la puerta. Entra su esposa con sus dos hijos. Ariel me presenta como un amigo. Y le dice a su mujer que enseguida regresa. Salimos a la calle. Ya está oscureciendo, pero Ariel quiere seguir hablando. Necesita seguir hablando. Caminamos unos metros hasta la esquina, donde vuelve a ponerle play a su confesión.
- ¿Tu esposa sabe algo de lo que te pasa?
-Sí, ella sabe. Pero cree que ya lo superé cuando éramos novios. No sabe que hace como un año y medio que lo estoy haciendo de nuevo.
- ¿Cuándo empezaste con todo esto, Ariel?
-En la adolescencia ya empecé a tener este tipo de pensamientos. Pero cuando me empecé a animar a hacer cosas delante de chicas en la calle fue a los 22 años. Yo era muy tímido y era como que me excitaba el desafío de hacerlo delante de ellas. Me acuerdo que la primera vez lo hice con una mujer que estaba en una parada de colectivos, en Almirante Brown y Yatay (en el centro de Morón). Y desde entonces, salvo algunos años, casi no paré.
- ¿Y cuando fue la última?
Ariel hace un silencio. Como si pensara la respuesta. O como si la respuesta lo avergonzara. Después de unos segundos, contesta.
-La última vez fue el miércoles pasado.
-¿En dónde?
-No sé, es que cada vez que salgo lo hago con varias mujeres. Puedo estar horas dando vueltas.
-¿Sabés que hay una denuncia ante la Justicia?
-No, no sé, pero si tengo que ir preso me la banco. ¿Qué querés que te diga? Yo me banco todas las que me vengan, lo único que no quiero es que les pase algo a mis hijos o a mi mujer por culpa mía.
Ya es noche cerrada. Ariel tiene que volver a su casa. Es extraño. Por un lado se lo nota agobiado. Por otro, algo aliviado. Tal vez sea por lo que dice antes de despedirse:
-Yo estaba esperando que pasara esto. Sabía que algún día alguien iba a llegar a mi casa –admite con cierta resignación-. Ojalá esto me ayude a cambiar lo que tengo adentro.
-¿Qué tenés adentro, Ariel?
-Un monstruo, un monstruo que me está matando.
- Sí, soy yo –responde el joven de cabello corto y ojos claros que asoma la mitad de su cuerpo a través de la puerta de su casa ubicada a pocas cuadras de la Brigada Aérea de Morón.
-Hola, Ariel. Soy periodista de un diario digital ¿Puedo hablar un momento con vos?
-Decime, ¿qué pasa?
- Ariel, este auto que está estacionado en tu casa, ¿es tuyo?
- De mi mujer, ¿por qué?
- ¿Pero lo usás vos también?
-Sí, ¿por qué?
-Porque en la justicia hay una denuncia de varias mujeres que dicen haber sufrido ataques sexuales de parte de un hombre que anda en este auto.
-No sé de que me hablás –atina a responder Ariel. Pero su rostro lo contradice abiertamente: se frunce como si hubiera recibido una estocada directa al corazón. Sus ojos parecen salidos de órbita. La mandíbula se le tuerce como si quisiera escaparse de su cara.
La búsqueda de 24MORON, que comenzó con el número de la patente que tomaron las tres mujeres que denunciaron haber sido atacadas por "el sátiro del Fiesta rojo", parece haber llegado a su fin. Aunque por ahora lo niegue, todo indica que Ariel es la persona que anda por Morón eligiendo mujeres por la calle para masturbarse delante de ellas. Primero: es el dueño del famoso Ford Fiesta rojo con el que, según declararon sus propias víctimas, se moviliza el acosador sexual. Y segundo: ante la primera insinuación del tema su cuerpo se estremeció por completo.
-Te digo lo que denunciaron estas mujeres ¿hay algún otro hombre que maneje el auto?
- No.
Ariel parece acorralado. Podría haber dado por concluida la conversación en ese momento y refugiarse detrás de la puerta de su casa. Estaba en su derecho. Pero no. Sin coartadas posibles, su fuga es hacia delante.
-Vení, pasá –invita-. Te quiero contar algo.
La casa es una típica casa de clase media. Un jardín en el frente. Ladrillo a la vista. Una cochera donde descansa el “Fiesta rojo”. Ariel está solo. Su mujer y sus dos hijos salieron a hacer unas compras. Su única compañía es una película que está mirando en la pantalla de LCD que ocupa la cabecera del living. Pero apenas entra, Ariel le baja el volumen. La situación es tensa. Así, parados al lado de la puerta pero del lado de adentro, sigue la charla. Y entonces Ariel cuenta ese “algo que quiere contar”.
-Yo tengo un problema –dice con la voz temblorosa-. Hace años que estoy en tratamiento, pero no puedo superarlo. Igual yo no violé a nadie ni toqué a nadie.
- ¿Pero sos vos entonces el que anda con el Ford Fiesta rojo acosando sexualmente a mujeres por la calle?
- Sí, soy yo. Pero te pido por favor... Tengo una mujer y dos hijos. No quiero que sufran ellos por esto que me pasa mí –ruega Ariel y los ojos se le inundan de lágrimas-.
-Ariel, si bien no las tocaste, ¿sabés que les causaste un trauma muy grande?
- No. ¿En serio? No sabía.
Aunque sorprenda, su reacción parece genuina, fruto más de la inconciencia a la que lo lleva su propia patología que del cinismo.
-Les pido disculpas si les hice daño. Me gustaría decírselos personalmente. Pero quiero que sepan que soy un enfermo. Hace años que estoy en tratamiento, pero no puedo superarlo.
-¿Qué enfermedad tenés, Ariel?
Ariel, que tiene 32 años y trabaja en una importante empresa del microcentro porteño, se vuelve a angustiar. Como si al pensar en su esposa y en sus hijos lo agobiara la culpa.
- ¿Cómo que te enceguecés?
- Sí, empiezo a pensar que quiero tener sexo. Y no me puedo frenar. Es que yo además de la vida sexual que tengo con mi mujer, necesito tener relaciones sexuales tres o cuatro veces por día todos los días. Y entonces qué hago: pago por sexo o salgo con el auto y cuando veo alguna chica por la calle que me atrae le hago gestos y me masturbo.
- Pero lo hacés delante de ella…
- Sí, es que entro como en un estado de alienación. No me puedo controlar. Muchas me pegaron, me corrieron o hasta me llenaron el auto de piedrazos. Pero, ¿qué les voy a decir? Dejo que me peguen, si tienen razón.
De repente, Ariel se pone más incómodo aun. Se escucha la voz de un chico y el ruido del portón de afuera que se abre. Es su mujer, que llega con su hijo de seis años y su beba de 18 meses. La situación es por demás tensa.
-¿Cómo te llamabas? –pregunta Ariel.
- Pablo.
Termino de responderle y se abre la puerta. Entra su esposa con sus dos hijos. Ariel me presenta como un amigo. Y le dice a su mujer que enseguida regresa. Salimos a la calle. Ya está oscureciendo, pero Ariel quiere seguir hablando. Necesita seguir hablando. Caminamos unos metros hasta la esquina, donde vuelve a ponerle play a su confesión.
- ¿Tu esposa sabe algo de lo que te pasa?
-Sí, ella sabe. Pero cree que ya lo superé cuando éramos novios. No sabe que hace como un año y medio que lo estoy haciendo de nuevo.
- ¿Cuándo empezaste con todo esto, Ariel?
-En la adolescencia ya empecé a tener este tipo de pensamientos. Pero cuando me empecé a animar a hacer cosas delante de chicas en la calle fue a los 22 años. Yo era muy tímido y era como que me excitaba el desafío de hacerlo delante de ellas. Me acuerdo que la primera vez lo hice con una mujer que estaba en una parada de colectivos, en Almirante Brown y Yatay (en el centro de Morón). Y desde entonces, salvo algunos años, casi no paré.
- ¿Y cuando fue la última?
Ariel hace un silencio. Como si pensara la respuesta. O como si la respuesta lo avergonzara. Después de unos segundos, contesta.
-La última vez fue el miércoles pasado.
-¿En dónde?
-No sé, es que cada vez que salgo lo hago con varias mujeres. Puedo estar horas dando vueltas.
-¿Sabés que hay una denuncia ante la Justicia?
-No, no sé, pero si tengo que ir preso me la banco. ¿Qué querés que te diga? Yo me banco todas las que me vengan, lo único que no quiero es que les pase algo a mis hijos o a mi mujer por culpa mía.
Ya es noche cerrada. Ariel tiene que volver a su casa. Es extraño. Por un lado se lo nota agobiado. Por otro, algo aliviado. Tal vez sea por lo que dice antes de despedirse:
-Yo estaba esperando que pasara esto. Sabía que algún día alguien iba a llegar a mi casa –admite con cierta resignación-. Ojalá esto me ayude a cambiar lo que tengo adentro.
-¿Qué tenés adentro, Ariel?
-Un monstruo, un monstruo que me está matando.