San Isidro: Se vende la casa de Massera y se "borra" la memoria del horror
El municipio demuele un símbolo de la Dictadura. El recuerdo de la escritora Pilar Calveiro, una de las víctimas que pasó por Thames y Panamericana.
Fotos y video: Christian Ugalde
El dictador y genocida Emilio Eduardo Massera dejó de existir físicamente el 8 de noviembre de este año. Símbolo del terrorismo de Estado, jamás logró escapar de la condena de la memoria. Sin embargo, parte de su legado de terror continúa impune. Uno de sus centros de operaciones, su casa ubicada en el predio de Thames y Panamericana de San Isidro, comenzó a ser destruido para dar paso a oficinas y comercios. Sin nunca haberse realizado pericias suficientes, podría llevarse para siempre elementos y pruebas sobre quienes fueron torturados y asesinados allí.
En agosto de este año, un comunicado oficial de la Municipalidad argumentó la venta en el hecho de que “la cuestión fue investigada por la Justicia, sin que se hubiese demostrado que en ese sitio se cometieran tales hechos”. Lo cierto es que ante el primer intento de venta (en el año 2004) se realizó un pedido judicial de no innovar, que quedó sin efecto en el año 2008 luego de unas pericias oculares del lugar. Los subsuelos del lugar nunca fueron investigados.
Horror Innegable
Para no dejar dudas de la existencia, 24CON se comunicó con la escritora e investigadora Pilar Calveiro. Su testimonio fue fundamental en juicios a genocidas y sobre todo para la CONADEP en la confección del Informe/libro “Nunca más”. También como autora de obras de lectura obligatoria para comprender el horror del genocidio de Estado. Secuestrada en 1977, permaneció cautiva en centros como la “Mansión Seré”, la comisaría 4ta de Castelar, la “ESMA” y en el predio de Thames y Panamericana. Desde México, escribió sobre este centro:
Thames y Panamericana. La casa del COARA, el Comandante de la Armada -por sus siglas en castellano, diría el periódico-. La casa de Massera, casa elegante, de “gente bien”, devenida en centro de secuestro y tortura. Manejada por el SIN, fue parte del circuito desaparecedor de los años setenta, es decir, un centro clandestino de detención de personas.
Yo y muchos otros “desaparecidos” permanecimos secuestrados allí: Máximo Nicoletti y María Cecilia Peuriot (aunque no quieran declararlo), Massimo Cargnelutti, Edgardo Moyano, Fernando Kron, Patricia Álvarez, Analía Álvarez, Luis Sánchez son algunos. Hay más, muchos más, aunque probablemente no pasó un gran número de gente por la casa de Thames y Panamericana. Pero ese no es el punto; pasó gente, gente que fue humillada, maltratada y asesinada.
Es cierto que el SIN se movía dentro de la ESMA; es cierto que allí tenía sus propios espacios para torturar primero y “trasladar” después a sus víctimas. Pero también es cierto que entre el SIN y la ESMA existían rivalidades y competencias que no les permitían compartir siempre la información o por lo menos no de inmediato. Así que la casa de Thames y Panamericana fue la primera escala de muchos secuestrados del SIN, posteriormente enviados a la ESMA. Los llevaban allí cuando recién eran detenidos o bien cuando formaban parte de alguna operación que se intentaba mantener bajo reserva, por lo menos por un tiempo.
Diferentes cuartos de la casa e incluso los baños se utilizaron para encerrar a los prisioneros, custodiados por una docena de oficiales y suboficiales del Servicio de Inteligencia Naval. Unos pocos sobrevivimos; los más sólo pueden reclamar memoria y justicia a través de nosotros porque ya no están: fueron asesinados por personal naval después de toda clase de padecimientos, dentro y fuera de esa casa, la casa de Thames y Panamericana.
Sigue el miedo
Los vecinos del predio siempre miraron con temor lo que pasaba muros adentro de la mansión. Era común percibir movimientos de vehículos militares y encontrar casquillos de bala en las inmediaciones. Pero en la época auge del “no te metas” y “algo habrán hecho”, el silencio se apoderó y tapó todo lo que ocurría.
Marcelo Fernández construyó su casa justo en frente en la época de Malvinas, el último intento del aparato genocida para sostenerse en el poder ante una sociedad que comenzaba a percibir el horror. Fue la primera de la cuadra que con sus dos pisos superaba la línea de visión del cerco perimetral. Cuando terminó el balcón, decidieron pintar de negro todos los vidrios y el jardín de invierno de la casa de Massera. Evidentemente, la curiosidad molestaba.
Cuando los militares dejaron el predio en manos del municipio, Melchor Posse (padre del actual intendente) se comprometió a que el predio quedara para los vecinos. Por eso se ordenó la apertura de la calle Rivera (para separar el terreno del barrio de la marina lindante) y se tiró abajo parte del muro. Allí los vecinos pudieron ver por primera vez lo que había quedado, un parque con subsuelos recientemente rellenados, en los que juran que llegaron a ver celdas.
Al día de hoy, y como desde hace una semana, los trabajos se incrementaron de forma exponencial. El cartel de obra lleva la firma de “Emprendimientos inmobiliarios Sudamericana S.A.” en su carácter de fiduciario de “fideicomiso Panamericana Thames” y plantea la construcción de un complejo de oficinas con un paseo de compras. Las topadoras ya comenzaron a arrasar con el terreno, a arrancar los árboles centenarios y a labrar profundos surcos, ante el constante tránsito de camiones con hierro y tierra.
Convertir un ex centro clandestino de detención en oficinas y un shopping resulta un evidente insulto para la memoria. Sin embargo, lo único que se mantiene en este tiempo es el miedo. Marcelo asegura que desconocidos a bordo de un auto particular sacaron fotos hacia su casa. Maniobras anacrónicas e intimidantes en un barrio que todavía convive con el miedo.
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19 de noviembre de 2010
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