La historia que eligió Ragendorfer

Tito Colmo, el hombre adicto a la cárcel

Después de cumplir una condena durante 25 años, salió de la cárcel y volvió a matar para regresar a prisión. Construyó su vida allí dentro: cocinaba, tenía amigos y hasta recuperó la relación con su hijo natural.

Por José Luis Gallego
Al borde del surrealismo, y en el final de nuestra entrevista, Ricardo Ragendorfer relata esta investigación extraña y al limite de lo verosímil:
 
“Una modelo que en realidad era un gato, con un contador asimilado a la armada, salen de un telo en Recoleta. El tipo se resiste y el chorro mata a la mina. Lo meten en cana al tiempo y resulta que el chabón se había pasado 25 años preso y acababa de salir.
 
25 años por una sumatoria de robos pedorros, ningún homicidio. El tipo declara que lo había contratado la mina porque el tipo la había contagiado de sida, entonces él tenía que matarlos a los dos, habló y emputeció toda la causa. Se hablaba de eso y no se hablaba de otra cosa, era todo mentira, fue solo un homicidio en ocasión de robo.
 
Yo había escrito ríos de tinta sobre ese caso, me acuerdo que entrevisté a la madre del tipo, del asesino, Tito Colmo. El tipo se había convertido en un cachivache, un tipo que hizo de la cárcel su hogar y estar afuera lo perturbaba y hacia lo imposible para volver.

Me acuerdo que la encaro a la vieja cuando volvía de la primera visita, después de que cayó preso y me dice: 'Yo no entiendo a este muchacho, estaba acá afuera y se me deprimía, ahora está ahí y está contentísimo, no sólo él sino los demás presos, los guardias también, es que le gusta cocinar'.
 
Entonces, estuvo 25 años presos, sale y al toque vuelve a caer por homicidio y sigue preso. En el año 2003 lo vuelvo a entrevistar y seguía preso, estaba en la cárcel de La Pampa. Me resultaba alucinante su relato después de 25 años, cómo había cambiado el barrio, un viaje en el tiempo, era impresionante.

Me cuenta que cuando mata a la modelo y va a Devoto, se encuentra con el hijo que también estaba ahí, un hijo natural y, por primera vez, dentro de una prisión, articulan una relación paterno filial. Voy y busco al hijo, le pregunto cómo era eso de estar preso con el padre: 'Bárbaro, me despertaba, yo pensaba que era la requisa y no, era papá que venía con tortafrita'.
 
Finalmente, tenía salidas transitorias y el abogado me contaba que cada vez que salía y tenía un campo visual que no estaba obstaculizado por las rejas o por un muro se mareaba. Eso es lo que construye la cárcel, adictos a la cárcel. La cárcel no reeduca, ni castiga, enseña”.
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