Apoteótico. Fue la noche perfecta. La soñada. La irrepetible. Esa en que los astros del universo parecen alinearse para transmitir esa energía a ciertos astros en la Tierra. Fue la noche de Martín, de Román, de Bianchi.
Boca derrotó a River en el partido de vuelta de los cuartos de final de la Copa Libertadores 2000. Significó el inicio de Carlos Bianchi al frente de un equipo que hizo estragos a nivel continental y mundial.
La última vez que Boca había jugado la Libertadores había sido en 1994. Y había sufrido una durísima eliminación en la fase de grupos.
River venía de ganar en el Monumental por 2-1, el 17 de mayo 2000 con goles de Javier Saviola y Juan Pablo Ángel, mientras que Juan Román Riquelme, de tiro libre, ponía resultados finales en el placard.
Uno de los hechos de película que rodeaban al partido, un cotejo que Boca debía ganar, era la necesidad de tener al Titán en cancha. La inesperada vuelta de Martín Palermo luego de la operación de rodilla hizo que el delantero se sentara en el banco de los suplentes, como una presencia de peso, al acecho de entrar. Nadie apostaba que la noche terminaría como lo hizo.
River, que salió a defender la ventaja conseguida en el Monumental, consiguió su objetivo al finalizar la primera parte. El resultado en cero era ideal. Boca no había logrado resolver el cerrojo propuesto por el equipo conducido por Américo Rubén Gallego.
En el complemento, Boca salió hambriento, rabioso, arrinconó a River, y se desahogó cuando Marcelo Delgado aprovechó un centro mágico de Román, un error Roberto Bonano en el arco millonario, y poner el 1-0.
Esto significaba igualar la serie. El 'gol de visitante' aún no existía como regla. Que en este caso, favorecería a Boca.
Desde ese momento, un Román brillante, se encargó de borrar a River de La Bombonera, pero el gol que se necesitaba no llegaba. La tensión aumentaba y todo indicaba que, a unos 10 minutos del final, el duelo se definiría por penales.
En otra de las jugadas que quedarán para siempre en los anales de la historia, durante ese mágico segundo tiempo, el mejor enganche de los últimos tiempos tomó la pelota sobre el sector derecho del campo, y cuando el defensor central Mario Yepes se le acercó para marcarlo, dejó en ridículo al colombiano con un exquisito caño.
¿Qué pasó? ¿Qué circunstancia quebró el partido? Roberto Trotta, caudillo de Vélez y River, entre otros clubes, le cometió un penal al enorme Sebastián Battaglia, por entonces aún juvenil, recién ingresado desde el banco de los suplentes. Román tomó la pelota, y convirtió la pena en gol. Delirio en La Bombonera.
River acusó el golpe y Bianchi entendió de inmediato lo que ocurría. Olfateó el perfume de la mística, en un estadio prendido fuego: mandó a la cancha a Palermo.
Y allí la película cerró con el final apoteótico. El Titán recibió de espaldas al arco, dentro del área grande, todavía duro, sin ritmo, sin fútbol, pero con una voluntad de oro. Azul y oro. Tuvo tiempo para girar, perfilarse, ante una defensa de River diezmada, y de zurda la mandó a la red.
Después vendría la celebración de la Copa Libertadores de América, la repetición del logro en 2001 y 2003; dos Copas Intercontinentales y la gloria eterna. Pero esta, es otra historia.