En problemas

Cuando el insomnio puede provocar la muerte

Una noche de insomnio puede significar una mañana difícil. Pero tres meses sin dormir pueden causar la muerte.

Por Christian DeBenedetti
Todos alguna vez tuvimos una mala noche. según el centro Nacional de Investigación de los Trastornos del Sueño, muchos estadounidenses (de un 30 a un 40 por ciento) afirman tener una o más noches de insomnio por año. Pero ¿puede el insomnio afectarnos tanto como para causarnos la muerte? Se investigó muy poco lo que sucede con el cuerpo humano cuando pasa mucho tiempo sin dormir. Al fin y al cabo, ningún laboratorio está dispuesto a realizar esa clase de experimentos. Por lo que sabemos, es muy posible que al cabo de un tiempo nuestro organismo deje de funcionar. Pero lo que es más común, e inquietante, es el insomnio crónico, es decir breves períodos de sueño irregular —una hora aquí, tres horas allá—, que se prolongue durante más de tres semanas, pudiendo llegar a abarcar meses o años. Aproximadamente de un 10 a un 15 por ciento de los estadounidenses sufren insomnio crónico, y si bien este tipo de trastorno no es mortal por sí mismo, puede originar una variedad de perturbadoras enfermedades mentales y tener efectos físicos negativos.

Los efectos perniciosos del insomnio pueden ser inmediatos, tras sólo una noche sin dormir (incluso el hecho de no dormir suficiente cada noche puede ser peligroso: los estudios muestran que las tasas de mortalidad se disparan en aquellos que duermen mucho menos de siete horas por noche). Según una investigación reciente de Matthew Walker, director del Laboratorio del Sueño y Neuroimagen de la Universidad de California, la amígdala cerebral —la parte del cerebro que le advierte al cuerpo que debe estar preparado en momentos de peligro— se vuelve “loca” tras una noche entera sin sueño. Eso, a su vez, causa estragos en la corteza prefrontal, que controla el razonamiento lógico y el reflejo que mueve a las personas a “luchar o huir”, convirtiéndonos, como dice Walker, en una “gelatina emocional”. La capacidad de la memoria y el control del habla disminuyen; la irritabilidad se dispara. Al mismo tiempo, algunos estudios muestran que la hidrocortisona, una hormona relacionada con el estrés, la depresión y las enfermedades cardiovasculares, se acumula en el cuerpo, en lugar de disminuir gracias una buena noche de descanso. La concentración desaparece. Se siente dolor muscular. Peor aún, los peligros externos habituales de la vida moderna se vuelven mucho más letales: según el Departamento de Transporte de los EE. UU., hay cerca de 200.000 accidentes automovilísticos por año en ese país causados por conductores somnolientos, dando lugar a más muertes que el manejo alcoholizado. Después de un solo día despojado de su capacidad para codificar o consolidar recuerdos, el cerebro empieza a imitar rápidamente el perfil de gente que sufre trastornos psiquiátricos agudos.

Fisiológicamente, el cuerpo humano puede sobrevivir sin sueño de 11 a 18 días, conforme a la investigación resultante de algunos experimentos y otras circunstancias atípicas. Llevar la falta de sueño al extremo provoca resultados nefastos, razón por la cual se la evita, por considerar que es una investigación inmoral y una forma de tortura. Cuando los abogados del ex presidente George W. Bush argumentaron, en un memorándum de 2005, que mantener a los detenidos despiertos durante 180 horas —siete días y medio— no era tortura, los investigadores médicos convocados para apoyar esa afirmación la calificaron como “deplorable” y “absurda”. “El estrés prolongado acompañado por la privación del sueño conduce al agotamiento fisiológico de los mecanismos de defensa del organismo, al colapso físico y a la posible manifestación de diversas enfermedades”, respondió el profesor James Horne, del Centro de Investigación del Sueño de la Universidad Loughborough de Inglaterra y autor de “Why We Sleep” (“Por qué dormimos”). Horne afirma que los efectos de la falta de sueño prolongada son verdaderamente dolorosos. Varias funciones cerebrales y corporales se ven completamente alteradas. La visión se pone borrosa o doble, surgen las náuseas. Al cabo de una semana, la hipertensión y la temperatura corporal se vuelven frenéticas; el cerebro puede caer presa de hiperemotividad, paranoia y alucinaciones.

Es terrible. ¿Qué otra cosa, además de la tortura, puede mantener a alguien despierto durante semanas? ¿Qué es el insomnio familiar fatal (IFF)? Se trata de una rara enfermedad genética que puede afectar a todo un hogar, condenando a sus víctimas a vivir como zombis hasta que llega la muerte después de 15 meses infernales. D. T. Max, cuyo libro “The Family That Couldn’t Sleep” (“La familia que no podía dormir”) narra la escalofriante historia real de una familia italiana del siglo XVIII afectada por el IFF, escribe: “Los síntomas del IFF son notables y penosos. Lo típico es que un día el enfermo descubre que empezó a transpirar... sus pupilas se encogen al máximo y tiene la cabeza en una posición rígida y extraña... El estreñimiento es común, las mujeres de pronto entran en la menopausia y los hombres se vuelven impotentes... Durante los meses siguientes, su agotamiento es inmenso, más allá de toda comprensión... Una vez que ya no puede dormir, comienza un decaimiento progresivo...” (si usted está leyendo esto en estado de pánico a las 3:30 A.M. y está seguro de que tiene esta enfermedad, sería bueno que reconsidere su autodiagnóstico: hay menos de 50 familias en el mundo que se sabe que son portadoras del gen).

El insomnio común, al que se conoce como insomnio primario, es mucho más corriente. Dejando de lado las razones obvias y fáciles de diagnosticar (jet-lag, abuso de drogas, exceso de cafeína o alcohol) y las causas de lo que se conoce como “insomnio secundario” (los síntomas de una variedad de dolencias corporales que incluyen el síndrome de apnea-hipopnea durante el sueño, la fibromialgia, la artritis, el cáncer y el mal de Parkinson, entre otros), la causa fundamental suele ser psicológica, y su persistencia, el resultado de una conducta aprendida.  “La ansiedad y la depresión suelen estar profundamente relacionadas con el insomnio”, afirma Sara Mednick, profesora asistente del Laboratorio del Sueño y Neurociencia Conductual de la Universidad de California, San Diego, y autora de un libro sobre hábitos saludables de sueño, “Take a Nap. Change Your Life” (“Duerma la siesta. Cambie su vida”). “A menudo es por un suceso muy normal —la muerte de un ser querido, por ejemplo—, pero de pronto hay una crisis en su vida, y uno empieza a pasar noches sin dormir. Esto puede convertirse en una experiencia aprendida, que supera al suceso que la inició”. El riesgo de desarrollar una depresión mayor a partir de ese momento se cuadriplica, como muestra un estudio.

El insomnio a veces se termina, pero otras no, lo que lleva a una situación crónica de noches sin sueño. La mayoría de los que sufren insomnio se convierte en sus propios peores enemigos, enfrentando la dolencia con drogas que causan dependencia o con metodologías aparentemente beneficiosas pero que en realidad son deficientes. “Las formas equivocadas de luchar contra la falta de sueño —tomar café, acostarse más temprano o quedarse más tiempo en la cama por la mañana— empeoran el problema”, escriben Lawrence Epstein y Steven Mardon, autores de “The Harvard Medical School Guide to a Good Night’s Sleep” (“Guía de la Escuela de Medicina de Harvard para dormir bien”). “A medida que el insomnio empeora, la ansiedad y la frustración aumentan...”.

Los que están desesperados por dormir suelen automedicarse, afirma Mednick, lo que no combate el insomnio en absoluto. En lugar de ello, oculta los problemas subyacentes con un sopor narcótico que puede llevar a la adicción y a más noches sin sueño. Desafortunadamente, la persona que sufre de insomnio tiene a su disposición una gran variedad de remedios farmacéuticos, muy publicitados, que puede adquirir con o sin receta. En los últimos años, se dio prioridad a los antidepresivos recetados para tratar el insomnio, pero las pastillas de venta libre (por lo general alguna clase de antihistamínico) también son populares. El problema con la mayoría de esos medicamentos —especialmente los denominados sedantes-hipnóticos, que se compran por prescripción médica, también conocidos como benzodiazepinas o análogos a las benzodiazepinas— es que, si bien parecieran dar al paciente algún alivio, en realidad interrumpen o evitan el MOR, la etapa restauradora del sueño que da lugar a sueños extensos y complejos, y que proporciona una sensación de nuevo vigor y optimismo por la mañana. Se cree que se duerme bien, pero es un sueño liviano, y existe la posibilidad de que se sufra una dependencia psicológica o física, por no mencionar otros efectos secundarios. Estas píldoras en ningún caso llegan a curar la causa del insomnio. En algunos casos, lo prolongan. Y si se abusa de ellas, estas drogas pueden dar como resultado un fatal estado de sueño permanente.
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